“No merezco la muerte, pues no creo en ella”, dijo el mexicano Ángel Maturino Reséndiz, “El asesino del ferrocarril”, que entre 1986 y 1999 mató al menos a 15 personas cerca de vías o estaciones de los Estados Unidos
A medida que las luces del siglo veinte se atenuaban, un espectro oscuro recorría las vías del tren en la vastedad de América del Norte. ¿Su nombre?: Ángel Maturino Reséndiz. ¿El apelativo por el cual sería conocido?: “El asesino del ferrocarril”.
Sus ataques, signados por la violencia extrema, tenían lugar en cercanías de las vías y las estaciones de tren. Sus crímenes desencadenaron una extensa cacería humana que capturó la atención de los norteamericanos desde el primer asesinato, en 1986, hasta el último que se le computó, en 1999. Confesó al menos 15 homicidios, aunque se le atribuyeron al menos 23. Mataba a las víctimas en sus casas; se quedaba en ellas un tiempo y se llevaba objetos que pudiera vender, sobre todo, joyas.
Su caso, además, fue una mancha en el sistema de Justicia de los Estados Unidos. Su carácter de vagabundo que se valía de viajar clandestinamente en cuanto tren pudiera le permitieron evadir durante años a las autoridades. Los registros oficiales computan que desde su primer ingreso como ilegal al territorio norteamericano fue deportado cuatro veces. Siempre se las arregló para volver y matar.
Además, estuvo en discusión su salud mental. Fue arrestado en el puente que une Ciudad Juárez, en su México natal, con El Paso, en Texas, el 13 de julio de 1999. Aunque se le diagnosticó esquizofrenia, un juez de Houston determinó que podía comprender la criminalidad de sus actos y que, por lo tanto, debía ser declarado apto para responder por ellos. Fue entonces que Reséndiz dijo su célebre frase: “Soy mitad hombre, mitad ángel. No creo en la muerte, sé que el cuerpo se pierde, pero yo, como persona, soy eterno, viviré por siempre”.
Seis días después, el 27 de julio de 2006, Condenado a la pena capital en Texas por uno de sus crímenes, el de Claudia Benton, fue ejecutado en la unidad penitenciaria de Huntsville. Antes de recibir la inyección letal, Reséndiz dijo sus últimas palabras en el corredor de la muerte: “Quiero preguntar si es que está en su corazón el perdonarme. No tienen que hacerlo. Sé que dejé al diablo gobernar mi vida. Solo pido su perdón y pido a Dios que me perdone por haber dejado que el diablo me confundiera. Le agradezco a Dios por tenerme paciencia. No tenía derecho a causarles dolor. No merecían eso. Yo merezco lo que tengo”.
Vida de vagabundo
Nacido en la región rural de Puebla, el 1 de agosto de 1959, Reséndiz vagó desde temprana edad entre las fronteras de México y los Estados Unidos. En su juventud se familiarizó con el constante ir y venir de los trenes de carga, que entreveía como vehículos para sus sueños de libertad.
Desde su infancia fue testigo y partícipe de la dura realidad de los migrantes que, como él, buscaban una vida mejor al otro lado de la frontera. Según un perfil del FBI, Reséndiz “aprendió a leer el paisaje ferroviario como un libro abierto, aprovechando cada parada como una oportunidad para explorar y, eventualmente, explotar”.
Su conocimiento acabado del sistema ferroviario, adquirido durante esos años iniciales, fue destacado por los investigadores como una habilidad clave en la carrera criminal de Reséndez. Un investigador del FBI señaló: “Utilizó el sistema ferroviario como nadie antes lo había hecho, transformando cada parada en un posible escenario de crimen”.
Los psiquiatras que lo examinaron tras su detención dedujeron que Reséndez padecía esquizofrenia desde su juventud. No descartaron que ese permanente tránsito por la frontera haya contribuido a un estado de alienación en el que el vagabundo mexicano quedó virtualmente atrapado entre dos mundos.
“Reséndiz no solo muestra la capacidad de adaptación humana, sino también las profundas cicatrices que puede dejar una infancia desprovista de estabilidad y plenitud”, reseñó en Journal of Criminal Psychology un especialista que estudió su caso. Así, la infancia y juventud de Ángel Maturino Reséndiz fueron solo un prólogo a sus crímenes.
Huellas del horror: patrón de crímenes y metodología
El profundo conocimiento de Reséndiz sobre las rutas ferroviarias no solo facilitó sus desplazamientos, sino que le proporcionó una ventaja estratégica, permitiéndole seleccionar a las víctimas y huir con facilidad después de cometer los asesinatos.
La elección de las víctimas estaba meticulosamente calculada: personas que vivían cerca de las vías del tren. Para matar utilizaba armas de fuego u objetos contundentes, a menudo hallados en el mismo lugar del crimen. Desataba una crueldad escalofriante.
Por caso, en 1997, sorprendió a Norman J. Sirnic, un pastor de 46 años, y su esposa Karen, de 47 años, en la casa parroquial en la que residían, en Weimar, Texas. Los mató a martillazos mientras dormían.
Claudia Benton, respetada médica de 39 años, fue asaltada en su hogar en West University Place, Texas. En diciembre de 1998, la encontraron muerta con múltiples heridas de arma blanca y golpes brutales. También había sido violada. Reséndiz había entrado en su casa y había utilizado objetos de la víctima para perpetrar el crimen.
Los homicidios se sucedían, y quienes vivían cerca de las vías del tren sentían que podían convertirse en víctimas en cualquier momento. Los esfuerzos de la policía para capturar al “asesino del ferrocarril” (como ya lo había bautizado la prensa) se intensificaron a medida que su lista de víctimas crecía.
Los investigadores recogían claras pistas que conducían a Reséndez, pero el homicida parecía un fantasma. Claro, el vagabundo homicida no dejaba de moverse a través de las vías férreas, escondido entre las mercancías de los trenes de carga.
Durante al menos 13 años atacó y mató. Un reporte de la Policía del Estado de Texas detalla la magnitud de su violencia: “Las escenas del crimen dejaban ver un patrón de violencia extrema, donde no solo se privaba de la vida a las víctimas, sino que se violaba su intimidad post-mortem”. Ese informe vio la luz en 1999, tras la caída del “asesino del ferrocarril”.
Captura, juicio y controversia
La cacería de Ángel Maturino Reséndez alcanzó niveles de máxima intensidad cuando el FBI lo incluyó en su lista de los Diez Fugitivos Más Buscados. Eso marcó un hito en la búsqueda; la cobertura mediática y la presión de las autoridades fueron cerrando el cerco alrededor del fugitivo.
Su captura fue posible gracias a una colaboración poco común: la intervención de la propia hermana del fugitivo, quien, movida por una doble preocupación –que Ángel Maturino siguiera matando o que el FBI lo matara a él– decidió contactar a la policía. Se entrevistó con el agente Drew Carter, de los Texas Rangers, y le trasmitió su desesperación: “No puedo permitir que esto continúe, él necesita ser detenido”.
Con el trato cerrado, el 13 de julio de 1999 Manuela Reséndiz, un pastor y el policía Carter se encontraron con Ángel Maturino en el puente que une El Paso y Ciudad Juárez. El asesino se rindió, en la esperanza de que el acuerdo de entrega le permitiría eludir la pena de muerte. Estaría completamente equivocado.
El juicio que siguió fue un complejo entramado de argumentos legales y emocionales intensos. Reséndiz se enfrentó a múltiples cargos de asesinato y fue sometido a un proceso que no solo buscaba justicia para sus víctimas, sino que también se adentraba en debates más amplios sobre la pena de muerte y la ética de la justicia penal.
Durante las audiencias, mantuvo una actitud enigmática, oscilando entre la aceptación de su culpabilidad y declaraciones que afirmaban su inocencia espiritual. En una de sus declaraciones más controvertidas y que capturaron la atención mediática, afirmó en el tribunal: “Soy mitad hombre, mitad ángel. No merezco la muerte, pues no creo en ella”. Detrás de ese supuesto misticismo anidaba una mente alienada. Pero para la Justicia de Texas y el Gran Jurado eso no sería obstáculo para que le aplicaran la pena capital por uno de sus crímenes, el de Claudia Benton.
El “asesino del ferrocarril” transitó el curso de sus apelaciones en la unidad penal Allan B. Polunsky, la misma en la que el argentino Víctor Saldaño espera en el corredor de la muerte.
El marido de Claudia Benton, George, presenció, como es de estilo, la ejecución de la sentencia. Aunque escuchó, de boca del reo, aquel extraño pedido de perdón en el que habló del diablo que se le había metido en el cuerpo, el viudo tenía su propia idea formada de Reséndez: “Es el mal contenido en forma humana, una criatura sin alma, ni conciencia, sin ningún remordimiento, sin consideración por la santidad de la vida humana”.
De la realidad a la ficción
“El asesino del ferrocarril” no solo dejó una huella imborrable en las comunidades que aterrorizó, sino también en la cultura popular, donde su escalofriante historia ha sido explorada a través de diversos medios audiovisuales y literarios.
Uno de los tratamientos más directos de la historia de Reséndiz en los medios visuales es el documental The Hunt for the Railroad Killer, del canal Investigation Discovery, que describe la búsqueda del fugitivo a partir de entrevistas con los agentes que participaron de su captura y reportajes con familiares de las víctimas.
El caso también fue objeto de episodios de series de crimen real como America’s Most Wanted y Forensic Files.
En cuanto a la ficción, la historia de Reséndiz ha inspirado varios episodios de series de televisión dramatizadas. Criminal Minds ha presentado un personaje basado en Reséndiz en un episodio que explora las complejidades psicológicas y los trastornos que podrían influir en los que son caracterizados como “asesinos itinerantes”.
También hay varios libros sobre su caso. The Railroad Killer: Tracking Down One Of The Most Brutal Serial Killers In History, de Wensley Clarkson, detalla la vida de Reséndiz, sus crímenes, y la cacería que culminó con su captura.
On the Trail of the Railroad Killer, de Jeffrey Toobin, proporciona una crónica detallada de cómo Reséndiz pudo evadir durante tanto tiempo a la ley y cómo su captura puso de manifiesto deficiencias en las políticas de seguridad fronteriza y ferroviaria.
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