“Absolutamente crítico”: la advertencia de los neurocientíficos sobre el estado de la disciplina en la Argentina
Los expertos enumeraron los principales problemas del área en un congreso de profesionales
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La neurociencia, una de las áreas científicas más pujantes (y lucrativas) en el mundo y con cientos de investigadores en la Argentina, está en estado “absolutamente crítico”, “dramático” y con un panorama “muy oscuro” en el país, por el “desfinanciamiento” decidido por el gobierno nacional.
Esas fueron al menos algunas de las palabras usadas por los científicos locales durante la reunión anual de la Sociedad Argentina de Neurociencias (SAN) que empezó hoy y se extiende hasta el domingo en la Ciudad Universitaria de Buenos Aires, con un récord de 800 inscriptos, algo así como el doble de lo habitual, y que cuenta con invitados extranjeros prestigiosos que se costearon el viaje hasta la Argentina. “Con este grado de destrucción que estamos viviendo hay más vocación para juntarse”, admitió Lidia Szczupak, presidenta de la SAN y parte del comité organizador de las jornadas.
Más allá del contenido científico del encuentro, sobrevuela entre los participantes las ganas de revertir o mínimamente dar testimonio del “enorme daño a las capacidades desarrolladas a lo largo de decenas de años que supondría perder esta actividad “, según la propia Szczupak, quien se dedica a investigar en redes neuronales como jefa de grupo en el Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (Ifibyne/Conicet).
“Nuestro instituto usa Inteligencia Artificial para la investigación en neurociencias, salud y agro, y es un área muy solicitada por las habilidades de programación con las que contamos”, dijo a LA NACION Rodrigo Echeveste, investigador del Conicet en el Instituto de Investigación en Señales, Sistemas e Inteligencia Computacional (SINC (i)) de la Universidad Nacional del Litoral en Santa Fe. “Ahora, a la baja en los salarios se suma que hay cero pesos para investigación [por parte de la Agencia I+D+i]. De 19 investigadores que teníamos hace un año ahora solo quedan 11, ya no hay posdoctorados y así es difícil sostener los grupos de investigación”, agregó.
Echeveste dirige a cuatro estudiantes de doctorado y trata de conseguir que puedan irse al exterior durante unos meses para que no les quede trunca la carrera; el hecho de haber estudiado en Cambridge le permite saber a quién recomendarlos para que sean aceptados ahí o en Francia. Él no se arrepiente de haber vuelto al país (lo hizo en 2019 por el programa Raíces), pero la situación es hoy tan delicada y trabaja con instrumentos tan caros que si se rompen no podrían continuar las investigaciones acerca de cómo el cerebro procesa información para mejorar los algoritmos de IA.
Incentivos
“Se está dinamitando algo que llevó décadas construir, estamos viviendo un cataclismo, un sismo que me deja sin palabras”, se lamentó Fernanda Ceriani, jefa del Laboratorio de Genética del Comportamiento del Instituto Leloir, donde también es vicepresidenta. Ella fue la encargada de la ponencia de inauguración del congreso en la que ser refirió a su trabajo acerca de cómo funciona la biología del reloj circadiano, que regula el ciclo día/noche en todos los seres vivos. Tras su presentación, contó que este tipo de reunión resulta maravillosa porque reafirma “la importancia del conocimiento científico ante discursos que sostienen que lo que hacemos no sirve para nada, porque en verdad no estamos solos y somos útiles para la sociedad”. Ceriani teme por las nuevas generaciones de científicos que pueden perderse porque al habitual esfuerzo de años y años de estudio que requiere ser investigador ahora se suma una incertidumbre extra por la ausencia de incentivos simbólicos y presupuestarios.
“Así como estamos va a ser imposible subsistir”, dijo Antonia Marin-Burgin, que está a cargo del grupo de investigación de Circuitos Neuronales del Instituto de Investigación en Biomedicina de Buenos Aires (Ibioba) y es investigadora independiente de Conicet. Aunque el Ibioba es socio del Instituto Max Planck de Alemania, no se puede seguir investigando sin apoyo local para infraestructura y salarios por lo menos, según contó. Marin-Burgin se doctoró en biología por la UBA, estudio luego en Alemania y estuvo siete años trabajando en la Universidad de California en San Diego; estudia cómo el aprendizaje cambia el procesamiento cerebral.
Por último, Diego Rayes, director del laboratorio de invertebrados del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Bahía Blanca (Inibibb) e investigador independiente del Conicet, también se refirió a la situación crítica de la ciencia, entre otras razones, por la falta de entrega de fondos por parte de la Agencia I+D+i, que hasta el año pasado motorizaba todos los proyectos de ciencia en el país. “Todo este ataque está haciendo que se empiece a perder una generación de estudiantes que ya no van a hacer ciencia; el daño va a ser muy difícil de revertir”, coincidió con Ceriani. “Dos mil veinticinco va a ser muy oscuro para la ciencia argentina”, concluyó.
Las autoridades nacionales del área fueron invitadas al congreso con la intención de mostrarles la vitalidad y complejidad del área y a cuánta gente involucra, pero no concurrieron. “El diálogo que tenemos con ellos es cero, es como caminar en un desierto o en lo que queda de un bosque incendiado. Esta reunión es casi como un estertor previo a la muerte”, finalizó Szczupak.
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