En 1972, León Benarós dio a conocer la historia de dos cartas que la poeta le había mandado a Juan Julián Lastra, prologuista de “La inquietud del rosal”
Esta nota fue publicada el 6 de agosto de 1972 en la revista dominical de LA NACION.
Alfonsina Storni: unos cambiantes ojos, entre el azul, el verdoso y el acerado. Una suelta y hermosa cabellera de trigo pálido. sobre la que los años espolvorearon su nieve. Una nariz de insolencia respingona. Una ternura recóndita, pudorosa de mostrarse, escamoteada con un gesto trivial. Una prevención sobre el orgulloso imperio que los hombres edificaron en su beneficio. Una saeta en la ironía de su palabra. Una voluntad de fortaleza y silencio. Un callado desesperar, que intenta la sonrisa última. Por fin, el dolor insoportable, la decisión fatal, la evasión liberadora.
“Recuerdo a Alfonsina Storni -dice María de Villarino- en su última época: menuda, ágil, sonriente, inteligente mirada nomeolvides, la cabellera en grandes masas plateadas. Y con esa flecha siempre presta al impromptu, a la broma, con que solía abatir sus asomos de sensibilidad, ternura, bondad. Y con ese algo infantil y desmedido en la conversación que observó Gabriela Mistral. Y, en fin, con esa
Entre dos cartas inéditas, escritas al poeta Juan Julián Lastra, vemos correr la fe y la desazón de Alfonsina. La primera -del 21 de diciembre de 1916- tiene el pulso sereno, el trazo audaz y hasta viril; voluntarioso y firme la raya con que cruza la “t”; sintetizado en elegancia inteligente el dibujo de las mayúsculas. La segunda -del 25 de agosto de 1938, escrita casi dos meses antes de su muerte- tiene ya el temblor de la catástrofe. Dos palabras, “después” y “desabrimientos”, caen en un desbarrancarse trágico, que denuncia el aflojamiento de la voluntad. Persiste aún la nobleza del trazo. La elegancia, ya despojada de toda posible vanidad, y un conmovedor despojamiento van desnudando los perfiles hasta el hueso de la palabra escrita, de generoso espaciado.
Toda esa suma de Inteligencia en vigilia, imaginación movediza y fantaseosa, sinceridad a contraviento, fuerza sostenida sobre los nervios destrozados, soñado amor y agrio encuentro de la trampa que, en vuelta “entre poleas de oro”, le descubre; todo ese extremadamente sensibilizado ser de una mujer valerosa contra el prejuicio de su tiempo, ve cerrado sobre su carne el cerco del mal sin remedio y sale, antes del amanecer, en derechura a la ausencia. Está en Mar del Plata. Es el 25 de octubre de 1938. Se puede imaginar el cielo lunado, rimando con los hermosos cabellos de la suicida. En su cuarto deja, escritas con tinta roja, las terribles palabras “Me arrojo al mar”. Tal vez en el instante decisivo hizo suyos, en el recuerdo, el sabor frutal de la vida salvaje, como cuando era niña: “Crezco como un animalillo, sin vigilancia, bañándome en los canales sanjuaninos, trepándome a los membrillares, durmiendo con la cabeza entre pámpanos”. La fabuladora infantil, la inventora de historias absurdas e ingenuas, con las que hacía de su vida pura imaginación, era ya viva fábula del océano, pensamiento de las olas...
En la primera carta -que, con la segunda, reproducimos íntegramente, aclarando el texto de ambas- Alfonsina confiesa a Juan Julián Lastra, poeta que le prologó, en 1916, La inquietud del rosal: “Por usted, más que por mí, me ha sido placentero señalarme en estos últimos tiempos. Y digo señalarme porque es ya un hecho que se me distingue entre el mayor número”. “Pesimista, como he sido siempre respecto de mí -agrega-, ello me ha sorprendido agradablemente aún cuando sin ofuscarme ni desviarme”.
La mujer-poeta está en camino de su cabal centro. Desconfía de su obra primeriza, más que su propio prologuista. Los años le darán madurez y perspectiva para desechar el libro: “Libro tan malo como inocente, escrito entre cartas comerciales, en tiempos en que urgencias poco poéticas me obligaban a estar nueve horas en la oficina. El segundo volumen -promete en su carta a Juan Julián Lastra- ha de ser mejor; más regular; más reposada, yo misma me encuentro más yo ahora”. En conversación con Lugones, el autor de Los crepúsculos del jardín ha señalado en La inquietud del rosal influencias de poetas franceses que, para asombro de la joven escritora, ella no había leído. No quiere preguntarle al maestro cuáles son los poetas de esa pretendida influencia por no parecer ignorante. Es posible que el tono de sus poemas estuviera en lo que se respiraba entonces, aunque algunas poesías -La loba, por ejemplo- son de una restallante sinceridad, enraizadas en una experiencia que nada tuvo de puramente imaginativa.
En agosto de 1937, en el número 17 de la revista Nosotros (segunda época), Juan Julián Lastra, el poeta que entonces era juez en Neuquén, publica unos versos que titula Instantánea de Alfonsina Storni. La recuerda cuando:
“... era como la Samaritana, / cuando traía en la cabeza / con el cántaro del agua, las canciones de la aldea / y el nido de la calandria;/ cuando en sus ojos risueños su blanca mano ponía, / para mirar a lo lejos... / a lo lejos y hacia arriba, / por donde vagan los cuervos y juegan las golondrinas; cuando en su boca, sellada por los besos de la tarde /(con negra tinta del alma / y rojas gotas de lacre) / condensaba sus fragancias / la inquietud de los rosales...”
El retrato sobradamente convencional- mereció de Alfonsina la generosa carta del 25 de agosto de 1938, en la que aún halla fuerzas para la cortesía, sobreponiéndose a sus dolores: “Juan Julián: Leí sus preciosísimos versos dedicados a mí en ‘Nosotros’; después, los a Lugones. ¡Magistrales!” La severa autocrítica de la escritora para sus propios poemas se abre aquí en bondadoso y condescendiente juicio para quien fue su primer mentor. Ha tardado aproximadamente un año en responder a la gentileza del poema que le rinde homenaje. Quiere justificarse: “Esperaba la antología para hacerle llegar estas líneas y aquélla. Esta tardó en salir meses. Trabajos, pereza, desabrimientos volitivos hicieron lo demás”.
“Desabrimientos volitivos”: ¡con qué sobria expresión enuncia Alfonsina sus dolorosos desganos, sus deshechas esperanzas! Todo se le escurre entre los dedos, menos la nobilísima columna de su canto, la viviente voluntad de “oponer una frase de basalto / al genio oscuro que nos desintegra”.
La primera carta de Alfonsina
Juan Julián:
Siempre me son gratas sus líneas y las últimas con preferen cia pues ellas me recuerdan que su esperanza, respecto de mis aptitudes, no ha sido defraudada, hasta el momento por lo menos.
Por Ud. más que por mí, me ha sido placentero señalarme en estos últimos tiempos. Y digo señalarme porque ya es un hecho que se me distingue entre el mayor número.
Pesimista, como he sido siempre respecto de mí, ello me ha sorprendido agradablemente aún cuando sin ofuscarme ni desviarme.
Consigno estos hechos para justificar algunos pronósticos suyos que me decidieron a hacer el volumen aquel. Sin sus palabras yo hubiera tardado en hacerlo o no lo hubiera hecho.
El segundo volumen ha de ser mejor; más regular; más reposada yo misma me encuentro más yo, ahora.
Sin embargo muchos me han señalado en el volumen anterior influencias de poetas que yo no había leido.
Lugones mismo, hablando conmigo sobre el libro, me indicaba que se advertia una influencia marcadisima de los poetas franceses más en boga. Por no parecer ignorante no le pregunté: “¿cuáles son?” pues la verdad es que yo, metida durante 9 horas diarias entre las cuatro paredes de una casa comercial no podía leer casi nada en el período de tiempo que hice los versos que integran el volumen, hijos todos, de un momento de angustia y libertados de modelo preconcebido.
Pero esto lo puede saber Ud. que conoce las tristezas de mi vida. A los que nada puede importarle ésta, no les costará hallar tal o cual similitud para descargarse de la conciencia la idea de que un sujeto femenino, y hasta ayer anónimo, pueda tener su fuente de inspiración en un dolor que le echa raíces y fructifica en flores.
¿Y de su vida?
Colijo por las líneas últimas de su carta que tiene proyectado un viaje a ésta. ¿Será para enero? Supe de su libro en preparación; supe también de la demora en aparecer.
Le es necesario, Juan Julián, un sacrificio en tal sentido. Hace mucho que su libro debió salir.
¿Me perdona esta incursión en asuntos suyos?
Pero es que aquí los puestos nobles los están ocupando algunos advenedizos y hay que desalojarlos.
Su siempre amiga
Alfonsina
Diciembre 21/916
El texto de la segunda carta
Buenos Aires, agosto 25/38
Juan Julián:
Leí sus preciosísimos versos dedicados a mi en “Nosotros”; después los a Lugones. ¡Magistrales!
Desde entonces estoy por escribirle día a día. Gracias. Gracias de nuevo.
Esperaba la antología para hacerle llegar estas líneas y aquélla. Esa tardó en salir meses. Trabajos, pereza, desabrimientos volitivos hicieron lo demás.
Perdón y un fuerte apretón de manos de
Alfonsina
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