Autonomía para el aprendizaje en el aula
Educación de buena calidad para todos los chicos, sin importar su contexto social. Es una de las metas que tienen las autoridades del colegio María de Guadalupe, en el humilde barrio Las Tunas, en el distrito bonaerense de Tigre . Y para ello, la institución implementa desde hace siete años distintas propuestas pedagógicas y académicas para que los estudiantes puedan desarrollarse en pos de un futuro más alentador.
El primer paso fue sacar a los alumnos, tanto del nivel primario como del secundario, "de la calle". Esto significaba contenerlos y mantenerlos ocupados no solo para alejarlos de cualquier persona o sustancia nociva, sino para que sus padres o tutores pudieran salir a trabajar. Alrededor del 40% de las 300 familias que integran esa comunidad educativa son monoparentales, por lo que cuentan con un único ingreso económico.
Los directivos decidieron entonces que la jornada escolar fuera completa, de ocho horas. Parte del día, la enseñanza está abocada a las asignaturas de la currícula; luego, se diseñan proyectos escolares como el trabajo en la huerta y expresión artística, entre otras opciones.
El colegio María de Guadalupe es una institución privada subvencionada por el Estado bonaerense y al que asisten 530 alumnos. La mayor parte de ese dinero está destinado para los sueldos de los docentes. Los padres de los estudiantes abonan un arancel en torno de los $1000 y es el aporte de la sociedad civil (programa de padrinazgo de privados y de empresas) el que permite cubrir los costos operativos mensuales, según explicaron.
La continua capacitación de los docentes es otro de los puntales de este proyecto al que califican como "innovador". "El entrenamiento en la técnica de la enseñanza es muy importante", agregó el director ejecutivo de la Fundación Grupo Educativo María de Guadalupe, Oscar López Serrot, en diálogo con LA NACION.
El programa pedagógico busca darle a los estudiantes herramientas para que sean autónomos y puedan tomar sus propias decisiones en el futuro. López Serrot explica: "La idea es que los niños y jóvenes descubran las cosas desde su curiosidad y que los docentes faciliten ese camino". El trabajo en equipo, el manejo de las emociones y la utilización de la tecnología acompañan este proceso integral de aprendizaje.
En uno de los inmuebles que conforman la institución hay un par de aulas que perdieron la estructura tradicional donde los pupitres están dirigidos hacia un frente único. Se trata, en cambio, de salones más grandes con mesas de trabajo distribuidas de manera aleatoria.
"El docente, como moderador, acompaña a los estudiantes, pero son los jóvenes quienes discuten de un tema propuesto, generalmente con anterioridad, e intercambian conocimientos. A veces juntamos a alumnos de distintos niveles", indican en el colegio. Esto es lo que se conoce como "aprendizaje colaborativo" y lo que, entienden, genera curiosidad y el "empoderamiento del conocimiento" entre los estudiantes.
No es extraño para quienes caminan por los pasillos abiertos de esta escuela oír algún griterío de estudiantes que, desde un aula, "compiten" para ver qué grupo logra resolver una ecuación matemática con más celeridad. Soledad Ochoa, integrante de la comunidad educativa, se entusiasma cuando recuerda la anécdota de hace algunas semanas.
Que en cada aula haya solo 24 alumnos permite una educación más personalizada. Además, cada salón está asignado a un área de conocimiento: de matemáticas, de ciencias sociales y de lengua, por ejemplo. "Esto hace que los chicos no se cansen de estar en un mismo lugar todo el día", explica el director ejecutivo.
Desde hace algunos días, una nueva propuesta se pone a prueba en el María de Guadalupe: el cuadrante con estados de ánimo. "Triste, enojado, contento, no sé" son las opciones entre las que deben elegir los alumnos antes de comenzar la clase. Con un imán que lleva su nombre, el estudiante expresa cómo se siente ese día. La escuela está inserta en una población vulnerable con indicadores socioeconómicos "muy deteriorados", según describen las autoridades educativas, donde los chicos conviven con problemáticas de distinta índole.
Un nuevo edificio
Semanas atrás se inauguró el nuevo edificio del nivel secundario del colegio para extender la capacidad de la institución.
Cuando se implementó la secundaria, en 2016, nació como una escuela técnica, "pero la modalidad no funcionaba", recordó López Serrot. Un año más en el colegio y los talleres que requerían materiales costosos no coincidían con el contexto social de la zona, y poco más del 50% del alumnado no finalizaba la cursada.
Fue entonces que las autoridades decidieron cambiar el rumbo para disminuir la deserción escolar y bajar el índice de repitencia. El secundario se transformó en un bachillerato en Ciencias Sociales en el que, en los últimos tres años, los adolescentes eligen una especialización en tecnología y alguna capacitación social.