En Almagro, la casa del mirador atrapó a Ernesto Sabato y fue confundida incluso por los historiadores con el terreno que habría ocupado la fábrica de pastillas de carne del Virrey Liniers
La llamada quinta de Lange quedó en la memoria colectiva porque fue el escenario que eligió Ernesto Sabato para ambientar su segunda novela, Sobre héroes y tumbas, publicada en 1961. Su mirador, mandado a construir por Roberto Lange a finales de la década de 1860 cuando adquirió la propiedad, ocupa un lugar central en la trama del relato. Justamente, en el barrio se la conocía como la casa del mirador o el mirador de Lange y su atmósfera había atrapado al escritor.
Se situaba en el solar comprendido entre las actuales avenida Hipólito Yrigoyen y las calles Virrey Liniers, Moreno y Maza. Según un trabajo sobre el informe de Daniel Schávelzon titulado “Arqueología, historia y literatura: excavaciones en la casa de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sabato”, publicado por el Centro de Arqueología Urbana del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas, Mario J. Buschiazzo, de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (FADU UBA), el extenso terreno tuvo varios propietarios antes de ser comprado por Lange. Este perteneció inicialmente a la familia de Mariano del Valle, quien lo heredó a su esposa, luego por herencia pasó a la familia López y desde 1818 tuvo una larga serie de propietarios hasta que en 1868 fue adquirido por Lange. “Al parecer Lange compró una casa antigua preexistente, de un único nivel y en forma de L, la que amplió y le construyó un mirador”, cita el escrito.
Lange fue un personaje de Buenos Aires y, de acuerdo lo describe Daniel Vargas, investigador histórico, miembro de la Junta de Estudios Históricos de Almagro y vicepresidente primero de la Junta Central de Estudios Históricos de la ciudad de Buenos Aires, era un inmigrante alemán que tenía el oficio de litógrafo y había puesto una imprenta en el centro porteño. “Fue él quien hizo las primeras estampillas de la Argentina”, sostiene Vargas. Y asegura que era una quinta muy típica y tradicional del barrio, una de las últimas de esa zona en desaparecer.
Vargas advierte que cuando Lange compró la propiedad había una edificación anterior que él amplió a la vez que hizo construir el mirador que caracterizó a la casona. “Era algo habitual que a las casas que tenían mucho verde alrededor se les hiciera construir una parte más alta que sirviera de mirador hacia todo el entorno. Particularmente, este tenía cuatro aberturas y una pequeña escalera que llevaba a la azotea”, aclara.
Si bien no existen datos sobre quién fue el arquitecto la casona tenía detalles muy finos como esculturas y ornamentos propios del estilo italiano.
Según el estudio de la FADU, publicado en agosto de 2012, para 1873 Lange rentó la casa a la Sociedad de Beneficencia de la que su esposa formaba parte, de manera que allí se instaló por dos años el Asilo de Mujeres y Señoritas, conocido también como Asilo de la Decencia y el Trabajo. Mientras que en 1875 se estableció en la casona el primer Hospital de Niños de la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, este no permaneció allí por mucho tiempo ya que Almagro quedaba lejos del corazón de la ciudad en ese entonces, y el hospital fue trasladado al centro. “Fue el primero de niños de América Latina y se inauguró por el impulso del doctor Ricardo Gutiérrez. Originalmente llevó el nombre de San Luis Gonzaga y abrió sus puertas el 30 de abril de 1875 en Hipólito Yrigoyen 3420″, detalla el historiador Leonel Contreras.
Más tarde, los hermanos Felipe y José Solá instalaron en la quinta el primer Establecimiento Hidroterápico de Buenos Aires. La suerte de la propiedad cambiaría nuevamente tras la muerte de Lange, en Suiza, en 1889. Su viuda loteó el terreno y fue vendiéndolo al tiempo que a la casona se le hicieron otras ampliaciones de menor calidad arquitectónica y llegó a albergar un conventillo.
Una confusión histórica
Cabe recordar que en el siglo XIX esa era un área de quintas que pertenecía al partido de San José de Flores, tal como recuerda Contreras. “Entre ellas estaba la de Carlos Dos Santos Valente, cuya parte sur sería comprada en 1838 por Miguel Ángel Rodríguez y cuya parte norte sería comprada en 1839 por Julián Almagro, quien instaló su casco principal en la esquina de la avenida Rivadavia y Medrano, donde hoy se sitúa la confitería Las Violetas. Otra era de la Dalmacio Vélez Sarsfield, comprada en 1829 a Tomás Grigera. También se situaba allí la propiedad de Santiago de Liniers, donde entre 1791 y 1794 habría funcionado la Real Fábrica de Pastillas de Carne y, entre esta y la antigua quinta de Valente se ubicaba la de Lange”, explica Contreras.
Con respecto de la fábrica de Liniers surgió una confusión histórica que se instaló durante mucho tiempo y que la ubicaba geográficamente en la quinta de Lange.
El enredo fue tal que, según explica Contreras, actualmente en el lugar se levantan dos torres que llevan el nombre de Portal del Virrey, ya que erróneamente se vincula al terreno de la quinta de Lange con el sitio donde habría funcionado la vecina fábrica de Liniers delimitada por las actuales Moreno, Virrey Liniers, Boedo y Venezuela. El historiador aclara que Santiago de Liniers –penúltimo virrey del Río de la Plata– y su hermano Enrique se habían propuesto instalar un emprendimiento de pastillas de carne deshidratada para las expediciones ultramarinas y para el consumo de esclavos.
“Se hervían trozos de carne y luego se colocaba el caldo en moldes de hojalata donde se tapaba y se enfriaba. Para consumirla, se disolvía en agua caliente, acompañada de arroz y legumbres y se hervía nuevamente. Aunque el emprendimiento no prosperó, fue el primer intento de conservación de alimentos en el Río de la Plata”, sostiene Contreras.
Sobre esta cuestión, el informe de la FADU reconoce que la historia del barrio estaba condensada en la casa que había pertenecido a Lange. “La destrucción sistemática de todas las quintas, el loteo de los grandes solares, la demolición de todo lo anterior al fin del siglo XIX, llevó a ubicar en ese islote del pasado (que permaneció hasta la década de 1980) toda la historia del barrio: sus próceres, sus lugares comunes, su memoria y hasta sus mentiras”, advierte el texto.
Y sostiene que el barrio había construido su propio imaginario, “difuso y discutible por ser precisamente imaginario, aferrándose a lo que quedaba porque lo necesitan para seguir subsistiendo. Los sitios verdaderos de Liniers habían sido físicamente borrados, ni siquiera quedaba claro dónde estuvo su Real Fábrica de Pastillas de Carne, ni siquiera la calle de ese nombre coincidía con el lugar, sino que pasaba junto a este terreno”, cita el informe.
Entonces, la quinta de Lange se vio sumergida en una nebulosa de relatos que la vinculaban a la supuesta propiedad de Liniers. Sin embargo, desde la Junta de Estudios Históricos de Almagro ponen en duda la existencia de una fábrica de pastillas de carne de Liniers ya que no existen documentos que lo avalen.
El mirador omnipresente
“Desconocemos el porqué y el cuándo Sabato comenzó a interesarse en esa casa (él mismo no lo recuerda), aunque sí sabemos que durante los finales de la década de 1950 era un lugar que le llamaba la atención en forma frecuente, que lo atraía, que lo visitó en varias oportunidades y que lo consideró lo suficientemente importante como centrar allí su novela”, dice el artículo publicado por el Centro de Arqueología Urbana de la FADU.
Según se detalla, el único inconveniente que veía el escritor era su ubicación en la ciudad, pero con la libertad que otorga la ficción trasladó la construcción de la quinta de Lange a La Boca donde transcurre su relato. El informe apunta que Sabato inició la cronología del edificio en 1853 y que describió minuciosamente buena parte de la construcción principal, el jardín, un par de habitaciones grandes y varios espacios menores, las escaleras y el mirador. “Lo que sí es indudable es que sus descripciones son perfectas desde el punto de vista literario: vio lo que quería ver, lo que consideró trascendente, lo que ayudaba a crear las situaciones que imaginaba. Todo era descrito ligeramente salvo el omnipresente mirador, el centro de toda la novela, donde pasaban las cosas tremendas, el centro del mundo y el eje alrededor del cual giran los acontecimientos del antes y del ahora”, aclara el texto.
De esta forma es que la quinta de Lange quedó retratada en esa fotografía eterna con la que la describe Sabato en Sobre héroes y tumbas. En la realidad, su historia se vio algo desdibujada por el devenir del imaginario urbano que la sepultó en un mar de confusiones. Para los curiosos que quieran acercarse a lo que fuera la casona de Roberto Lange, a media cuadra sobre Virrey Liniers en su intersección con Hipólito Yrigoyen, aún se conservan restos de esta magnífica propiedad que se hizo famosa por su mirador y fue una de las últimas del barrio en resistir el avance de la ciudad.
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