Cómo es la vida de un chico cuando sus padres están presos
Pablo tiene 11 años y desde que su papá está preso en la unidad 9 de Ezeiza, hace dos años, que no festeja su cumpleaños. No recuerda la última vez que fue al médico. Su mamá vuelve tarde, porque limpia dos casas que quedan lejos. Cuando sale del colegio, (está en cuarto grado), Pablo y come con sus hermanos lo que encuentra en la casa. A veces no hay nada más que pan. A la tarde sale con su tío con un carro a juntar cartón y cosas que se puedan vender.
Pablo y sus hermanos son parte de las "víctimas invisibles del sistema penal", según postula un nuevo informe del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, de la Universidad Católica Argentina (UCA), que esta vez se enfocó en las condiciones de vida de los hijos de personas privadas de la libertad en el país.
Se trata de un trabajo que estudió las condiciones de vida de unos 15.000 chicos menores de 17 años. Relevaron en unos 5712 hogares en aglomerados urbanos. Uno de cada tres de estos chicos vive en el Gran Buenos Aires. El 10% en Rosario, el 5% en Córdoba y otro porcentaje similar en Mendoza. El resto vive en centros urbanos del interior del país.
Víctimas invisibles
¿Cómo sigue la vida de un chico después de que su padre o su madre caen presos? Aumenta la pobreza, aumenta la deserción y el rezago escolar. Son más los chicos que no asisten a ningún centro de salud, los que comen salteado. Incluso se incrementan las chances de ni siquiera tener una cama propia, o un colchón. En cambio tienen que compartir con otros miembros de la familia, que queda más desprotegida que antes.
Son pocos los chicos a los que se les festejan los cumpleaños, y aquellos que reciben, aunque lo necesitan más que antes, apoyo escolar.
Todo esto hace pensar que la detención y encarcelamiento de los padres, en hogares que casi siempre de bajos recursos (más del 38% pertenecen a hogares donde el empleo es informal y el 55 a trabajadores no calificados), significa para los hijos, sumirse en un mayor estado de pobreza.
"El estudio ofrece una primera aproximación cuantitativa a la problemática de las condiciones de vida de los niños, niñas y adolescentes con su padre, madre o algún referente encarcelado y el impacto que los encarcelamientos de aquellos les ocasionan", se explica en el trabajo.
A nivel nacional es el 1,12% de los chicos argentinos vive esta realidad. La última estimación, hecha para 2018, es que son unos 146.112 chicos y adolescentes que viven en hogares donde por lo menos algún miembro estaba detenido al momento de responder la encuesta. "Esta estimación probablemente subestime el fenómeno dado que una proporción de niños y niñas, producto del encarcelamiento paterno ya no residen en sus hogares de origen, o el familiar encarcelado no es un miembro del hogar", aclara el trabajo.
Según los números de la UCA, siete de cada diez chicos con padres presos viven en hogares por debajo de la línea de pobreza (68,9%) y el 16,1% por debajo de la línea de indigencia. En el resto de la población infantil, según las últimas mediciones 5 de cada diez chicos son pobres. Además, el 67,7% de ellos no tienen cobertura de salud.
Sumirse en la pobreza
Otro de los datos que relevó el trabajo es que 4 de cada 10 chicos menores de 12 años, hijos de padres presos comparten la cama o colchón para dormir. Además, a uno de cada cuatro no le festejan el cumpleaños.
La violencia familiar se incrementa cuando uno de los dos padres está en la cárcel. Según el relevamiento, el 37,3% de los chicos se encuentra expuesto a agresiones verbales y el 12% a agresiones físicas. Ambas cifras casi duplican a lo que viven en el resto de los hogares.
Los chicos de entre 4 y 17 años registran un rezago escolar del 19,2% frente al 12,7% en sus pares. Además, tienen tres veces más probabilidades de necesitar apoyo escolar.
"Estas experiencias no solo revelan las necesidades insatisfechas y la especial vulnerabilidad de los niños y niñas que experimentan la ausencia de adultos de referencia por estar privados de su libertad, sino que dificultan el ejercicio del resto de los derechos, como gozar de buena salud, acceder plenamente a la educación o llevar una vida plena. Ellos son las víctimas invisibles del sistema penal", concluye el informe.
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