El cambio no solo es una cuestión de mujeres
No es necesario ser mujer ni feminista para ver la legitimidad de las reivindicaciones desplegadas ayer, aquí y en el mundo, en reclamo de equidad de género. Equidad laboral, equidad en la justicia, equidad en la educación, equidad en la vida familiar, equidad en la salud, equidad en lo doméstico. Equidad y no meramente igualdad, porque varones y mujeres somos diferentes. La equidad respeta las diferencias que enriquecen y suman, y pone a la par derechos y deberes.
La igualdad, sola, puede llegar a desconocer lo diverso y exigir que todo sea lo mismo. La búsqueda de la equidad requiere el abandono de preconceptos y prejuicios, pide dejar de lado las anteojeras que los estereotipos de lo masculino y lo femenino han naturalizado a través de la educación, los mandatos sociales y familiares, las creencias y los discursos y prácticas que infectan la atmósfera social.
Por ser las más directamente afectadas, y porque se llegó a un punto límite, las mujeres comenzaron a reaccionar colectivamente contra esto desde hace algo más de cinco décadas.
Hoy esa marea se convierte en el cambio social y cultural más significativo del siglo. Pero no es solo cosa de mujeres. Una masculinidad tóxica, muy vigente y extendida (basta con mirar ámbitos como la política, los negocios, la ciencia, la tecnología, el deporte, el lenguaje, sin ir más lejos) convenció a una gran mayoría de hombres de que estos no son temas propios.
Pero son los varones los que desatan las guerras y se matan en ellas, los que matan y se matan (incluyendo sus familias) en las rutas manejando "a lo macho", los que protagonizan en mayor porcentaje, como victimarios o como víctimas, hechos de violencia fatales, los que en más cantidad mueren o quedan incapacitados en accidentes de trabajo, los que pueblan las cárceles, los que dejan huérfanos a sus hijos.
Es curioso que, en una sociedad regida por machos fuertes e invulnerables, sean muchísimas más las viudas que los viudos. ¿Por qué mueren antes estos guerreros blindados? Los mata la toxicidad del modelo masculino que, por contagioso, afecta a todos sin distinción de sexo, género o edad: varones, mujeres y niños.
Para salir de esta trampa no se necesitan varones feministas. No es cuestión de ponerse ropas ajenas (nunca quedarán del todo bien), sino de salir de la armadura del estereotipo y desenterrar una masculinidad amorosa, compasiva, cooperativa, empática, fecundante y, por todo eso, fuerte, creadora, generadora de vida.
Como somos opuestos complementarios y necesarios, días como el que ayer iluminaron las mujeres, nos dicen algo sobre nosotros a los varones.
El autor escribió La masculinidad tóxica