El ruido y la furia, entre la vorágine de la ciudad
Lágrimas vestidas de bronca se confundían con los ojos vidriosos del asombro. La pena era una pancarta trémula, una foto desteñida; la bronca lastimaba las gargantas. El ruido y la furia. De padres, amigos, hermanos... Un paisaje de incredulidad, sufrimiento e ira, que semejaba a una piedra en el zapato de la vorágine de la gran ciudad. Donde el temor bajaba de a poco las persianas de los comercios; donde la rutina apuraba el paso para salir lo más rápido posible del escenario de la tormenta. Buenos Aires miraba de costado cómo el fuego de esas almas brotaba en sentencias sin medias tintas, en condenas con nombre propio: "Chabán, Ibarra, Kirchner, la policía, la corrupción".
Mientras se mezclaban los golpes y los pedidos de tranquilidad, mientras el vituperado Chabán aprovechaba la polarización de furia para su silencioso subterfugio, se potenciaba la necesidad de no quedarse inmóviles.
La gente, los acreedores de justicia por el fatídico 30 de diciembre, miraron con desprecio al Palacio de Tribunales y -jurando volver- con una mueca de tristeza avanzaron hacia el corazón político de la ciudad. La luna empezó a abrir los ojos; la llovizna hacía blanco en las voces que cantaban que "a esos pibes los mató la corrupción". Marchaban decididos, desperdigados entre el espeso tránsito que quedó atrapado y fastidioso en el Obelisco. Desafiaban a los semáforos y a los bocinazos de los que no entendían qué pasaba, armando cordones humanos para que nadie quedara varado.
Con las banderas en alto, aferrados a las fotos de la tragedia, húmedas por el viento y el dolor, llegaron por Diagonal Norte hasta ese decorado de azul policial y negro vallado. Sin más custodia que la impotencia. Amagaron a acercarse hasta la Casa Rosada, pero acamparon en plena calle, entre el Cabildo y la Legislatura porteña. Gritaron su bronca hacia las altas ventanas, mudas y vacías. Se golpearon el corazón ante el enjambre de cámaras y micrófonos que buscaban una y otra vez repetir el dolor, el recuerdo amargo.
"Mañana (por hoy) nos juntamos a la 1 y marchamos para acá", era el mensaje que llegaba de boca en boca, de grupo en grupo, cuando la llovizna ya se había convertido en una constante. Los más jóvenes, los más viscerales, los más tranquilos... Nadie daba el primer paso a romper filas. "Mañana sería una continuación del hoy. De esta noche", parecía decir cada rostro. Y permanecieron mientras la noche se hacía cada vez más oscura. Y las campanas de la Catedral devolvían tantas emociones al tiempo real. Lejos de la Plaza de Mayo (o no tanto), de las pancartas, de las fotos del dolor, la ciudad se paseaba indiferente...
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