
El único papa que renunció
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Si llegara a renunciar, Juan Pablo II tendría un solo antecesor en toda la historia de la Iglesia: San Celestino V.
Nacido con el nombre de José en 1215 en los Abruzos, Italia, a los 20 años marchó a la montaña para que un ermitaño le enseñara el arte de orar y de meditar. Al llegar, se construyó una celda tan estrecha que apenas cabía acostado, y allí estuvo tres años en la más estricta soledad.
Luego fue ordenado sacerdote y muchos hombres que buscaban la santidad se fueron a vivir cerca de él. Así llegó a tener 14 conventos bajo su dirección, y se hizo famoso por los milagros que solía obrar.
Tenía 80 años cuando -muerto el papa Nicolás IV- los cardenales electores decidieron nombrar pontífice a un santo monje para terminar con las facciones en el Vaticano. Fueron a buscarlo, y cuando Celestino se enteró de la noticia, intentó resistirse al nombramiento.
Pero la gente ya lo aclamaba, y a su coronación, en el año 1294, asistieron más de 200.000 personas. La entrada solemne la hizo cabalgando en un burrito, cuyas riendas eran llevadas por dos reyes: Carlos de Anjou y Carlos de Hungría.
Cinco meses en el cargo
Pero pronto Celestino se dio cuenta de que no estaba preparado para el cargo. No conocía las leyes ni cánones que rigen la Iglesia. Ni siquiera hablaba latín. Muchos se aprovechaban de su incapacidad para negarse ante un pedido, por lo que llegó a nombrar hasta tres personas distintas para un mismo cargo. Y como su inclinación era hacia el silencio, construyó una celda de monje en el palacio pontificio donde se dedicaba por horas y horas a la oración, sin que nadie que se ocupase de las oficinas papales.
Finalmente, él mismo reconoció que había sido un error aceptar el cargo de papa y se propuso renunciar. Primero publicó un decreto declarando que el sumo pontífice está facultado para dimitir a su cargo; luego reunió a todos los cardenales, les pidió que nombraran a su sucesor y allí mismo se despojó de todos sus ornamentos y se vistió de simple monje. Era el 13 de diciembre de 1294. Apenas había sido pontífice durante cinco meses.
Pero su sucesor, el papa Bonifacio Octavo, al sentir que se formaba en Roma un gran partido en contra de él y en favor de Celestino, mandó que volviera otra vez a la ciudad para apaciguar los ánimos. El santo, que no quería saber nada más de los asuntos materiales, huyó. Pero fue capturado y llevado a un castillo donde lo encerraron por dos años.
Cuando algunos se quejaban de que estuviera prisionero, el solía decir: "Lo que yo siempre deseaba era tener una celda llena de silencio, apartado de todo para poder dedicarme a la oración y a la meditación. Y esa celda me la han dado aquí. ¿Qué más puedo pedir?"
Murió en mayo de 1206 y fue declarado santo en 1313.
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