En el pueblo más joven del país

EL CHALTEN, Santa Cruz.- Creado en octubre de 1985 por una cuestión geopolítica, a partir de los diferendos limítrofes con Chile por los hielos continentales y por Lago del Desierto, El Chaltén -el pueblo más joven de la Argentina- tiene poca gente, pero atesora numerosas historias.

Los 200 habitantes que viven en forma permanente en estas 133 hectáreas enclavadas en terrenos del Parque Nacional Los Glaciares, al pie del monte Fitz Roy y a cinco kilómetros del lago Viedma, levantaron el pueblo a partir de la nada.

En estos días, la población del pequeño poblado se triplicó: más de 500 turistas llegaron de todo el mundo para festejar el Año Nuevo en medio del paisaje dominado por la cordillera de los Andes y un puñado de ríos y glaciares que caen desde las montañas.

"Acá encontramos las cosas simples de la vida. No hay violencia ni robos. Uno puede dejar las llaves del auto puestas y nadie se lo lleva. Se maneja el concepto de comunidad. Conocés al vecino con sus defectos y sus virtudes", expresó Alberto del Castillo, uno de los primeros pobladores de El Chaltén y el escalador más reconocido de la zona.

Su historia se parece a la de Javier Maceira, un abogado de Adrogué que hace ocho años decidió instalar un albergue para montañistas; a la de Carolina Codó, la única médica en más de 200 kilómetros a la redonda, y a la de su esposo, Marcelo Pagani, los propietarios de la hostería elegida por empresarios como Agostino Rocca o Gregorio Perez Companc.

Ellos, como el resto de las 200 personas que pasan todo el año en el pueblo sin asfalto, sin negocios para revelar fotos y a 2850 kilómetros de Buenos Aires, tienen algo en común: quemaron su naves en las grandes ciudades para vivir cerca de la montaña.

Cuando la mayoría llegó, a fines de la década del 80, estaba todo por hacer. Vivieron en carpas hasta que levantaron las primeras construcciones. Por entonces, un vetusto colectivo Mercedes-Benz 1114 que salía muy de vez en cuando desde El Calafate, situado a 200 kilómetros, era la única forma de llegar hasta el paraje.

Con el tiempo el puesto amarillo donde todavía hoy vive don Guerra, el baqueano más reconocido de la comarca, se convirtió en la improvisada terminal de ómnibus. Hoy, tres líneas de colectivos viajan a diario hasta El Calafate.

Repetir la experiencia del 24

En la Nochebuena, Del Castillo se vistió de Papá Noel y apareció por el puente que cruza el río Fitz Roy. Tiraba de un trineo cargado de juguetes que los padres habían entregado unas horas antes.

"La emoción de los chicos parecía no tener límites", recordó Estanislao Orozco, encargado de la única telefónica del pueblo, donde no hay Internet, ni televisión, ni radios.

De la nada, El Chaltén se convirtió en el pueblo con mayor crecimiento turístico del país. Pasó de los 800 visitantes que recibía a los pocos años de su fundación a los 14.800 que llegaron el último año.

"Vamos a pasar fin de año acá porque no nos imaginamos en otro lugar. Ni en mi casa de Río Gallegos ni en Buenos Aires", expresó Jimena, que trabaja como mesera en el restaurante de su familia.

Situado al borde de la ruta provincial 23, El Chaltén no tendrá fuegos artificiales. "Como todos los años, la movida se concentrará en el albergue Rancho Grande, el recinto con mayor capacidad del pueblo. Hoy se realizará la fiesta de disfraces, en la que estará todo el pueblo", agregó Javier Maceira.

Ayer por la mañana comenzaron a desfilar por la picada de la laguna Torre las columnas de turistas que, mochila en mano, pasarán la noche de Año Nuevo al pie de los glaciares que rodean al Torre y al Fitz Roy.

Frente al camping situado a pocos metros del río de Las Vueltas, que ya está copado por visitantes alemanes, franceses, italianos y españoles, dos mochileros de la provincia de Buenos Aires esperaron que algún automovilista los llevara hasta el cruce de la ruta 23 con la 40.

"Queremos pasar el fin de año en la ruta 40. Pensamos acampar en alguna estancia, cerca del lago San Martín, y compartir con los gauchos un buen cordero", dijeron al unísono Diego Abalo y Nicolás Pierruccini, de Victoria y de San Fernando, respectivamente, antes de emprender la marcha por el polvoriento y solitario camino.