A sus 32 años, Roni Bandini tenía todo lo que cualquier hombre moderno puede considerar fundamental en la vida de un adulto para ser feliz: trabajaba en desarrollo de software para empresas del exterior, de vez en cuando despuntaba el vicio con algunos escritos sobre tecnología y literatura y, además, estaba por convertirse por primera vez en papá. Pero Roni no se sentía a gusto con sus logros. Corría 2006, estaba atravesando una crisis laboral y personal cuyas causas le costaban identificar, se sentía desganado en general y no estaba disfrutando de sus trabajos. "En el plano personal, estaba por nacer mi hija y en ese momento, los miedos opacaban la alegría. No tenía herramientas para enfrentar estas circunstancias y mis amigos y parientes me recomendaron lo que había sido de utilidad para ellos: el psicoanálisis", recuerda.
No perdió tiempo, quería resolver cuanto antes ese malestar que le oprimía el pecho y no lo dejaba estar tranquilo. Concertó entonces una cita con un profesional. "En la sala de espera hacía demasiado calor y una canción irritante se repetía. El psicólogo me atendió con demora y un tono condescendiente que no consiguió relajarme. Al final, en lugar de cobrarme, me preguntó cuánto estaba dispuesto a pagar y terminamos con una ridícula negociación de mercado árabe. Mis amigos y parientes me recomendaron que probara con otro psicólogo, pero yo sospechaba que la solución a mis problemas no iba a llegar por ese lado".
Estaba inquieto, no lograba descansar y mucho menos dormir más de dos horas seguidas por las noches. Pero esa semana tuvo un sueño extraño: manejaba una moto por un camino de tierra sin un destino en particular. Viajaba solo, libre y en paz por rutas de tierra. "Le conté el sueño a un un amigo y se nos ocurrió fantasear con un viaje a los Estados Unidos para recorrer la histórica Ruta 66". Aunque estaba familiarizado con el mundo de las motos -lo había conocido de chico ya que en los ´80, su padre, que vivía en San Pablo, Brasil, recorría todos los años más de 2000 km desde esa ciudad hasta Buenos Aires en una Kawasaki KZ1000-, hacía tiempo que no se subía a una moto y solo había andado con bajas cilindradas. El plan parecía remoto e irrealizable.
Siguió su impulso y, con la fecha del nacimiento de su hija acercándose, una mañana sacó pasaje. Fue difícil para su esposa entender la necesidad de realizar el viaje en ese momento, pero ella lo acompañó en su deseo y tuvo confianza. Siempre habían tenido respeto por los procesos de cada uno. Unos días más tarde Roni ya estaba junto a su amigo alquilando dos Harley Davidson Sportster 883 en la ciudad de Chicago, Illinois. No lo pensaron demasiado. Dejaron el equipaje en el hotel y salieron a la ruta con la ropa puesta: un jean, borcegos, una remera, un sweater y la campera de cuero. No llevaban mochilas, ni bolsos, ni teléfonos.
¿En qué aventura extraña se habían embarcado?, pensaron un tanto confundidos. La moto les resultó al principio pesada e incómoda. La primera hora anduvieron tensionados y nerviosos, sin encontrar la ruta 66 hasta que les dieron indicaciones y los ayudaron a orientarse en una estación de servicio. "Ya cerca del mediodía nos encaminamos por la ruta histórica y empezamos a acelerar. Para adelante solo se veían kilómetros y kilómetros de asfalto solitario. Mi ansiedad aumentó. ¿Qué tal si todo eso había sido una mala idea? ¿Y si tenía un accidente y no llegaba a tiempo para el nacimiento de mi hija? ¿Qué pasaría si esa monotonía y ponerme en contacto con mis pensamientos empeoraba mi condición?", las preguntas sin respuestas nublaban su visión y no lo dejaban pensar con claridad.
Perdió la noción del tiempo, se dejó llevar por el paisaje y, lentamente pudo sentir que toda esa actividad mental había sido reemplazada por el sonido de la combustión, de los pistones, de la fricción del caucho y del viento en su cara. "Empecé a ser consciente de la respiración. Respiré profundo y solté, y respiré otra y otra vez. Me di cuenta de que lo único que teníamos que hacer era acelerar con breves intervalos para cargar nafta y comer. Así de sencillo. En estas condiciones la ruta funcionó como un tamiz que fue filtrando mis ansiedades y miedos y me permitió conectar con el presente".
Estaba empezando a oscurecer y una fuerte lluvia los tomó por sorpresa. No tenían más que la ropa puesta y tampoco había construcciones ni techos en kilómetros a la redonda. "Pensamos que habíamos hecho las cosas mal, que no habíamos planificado lo suficiente y que nos habíamos apurado por salir a la ruta. Entonces sentimos una vibración y un ruido de escape que se iba acercando hasta que se nos puso a la par una enorme Harley Softail con un viejo de barba y brazos tatuados, que iba también con lo puesto y empapado. Compartimos un buen tramo bajo la lluvia hasta el pueblo". La molestia de la lluvia pronto pasó a segundo plano. Ya entrada la noche pararon en un pueblo llamado Pontiac y descansaron en un hotel de ruta. Se dieron un baño caliente y reparador y escurrieron la ropa. A la mañana siguiente, desayunaron y volvieron a la 66 sintiéndose cada vez más transformados con la experiencia.
Mítica y transformadora
Fueron 15 días que cambiaron a Roni por completo. Regresó a Buenos Aires siendo otra persona. Volvió con calma, con buen humor, con un cambio radical de perspectiva y con ganas de poner en marcha algunos proyectos que había dejado en pausa. (Por ejemplo, con la intención de hacer más soportables los tiempos de espera para diferentes trámites y de tender un puente entre las personas y los autores de cuentos argentinos, el creó el "Expendedor de Literatura", una pequeña máquina que imprime a demanda textos cortos de ficción en papel de tíquet). Y se decidió a apostar a su pasión por las letras. Hoy es autor de algunas novel,as entre las que figuran El Sueño Colbert, La Gran Monterrey y Macadam.
Desde entonces, una vez por año, sale a la ruta con amigos (en octubre de este año tiene planificado un viaje en moto con su padre de 71 años por la ruta US1 en los Estados Unidos). Bajo ese formato, además de la ruta 66, tuvo ocasión de recorrer la ruta 40, por el Noroeste argentino, caminos en Uruguay y Brasil, viajar por New Orleans y atravesar el Puente de las Siete Millas hasta Key West, como así también el norte de Italia y Suiza.
Al regreso de aquella inolvidable y primera travesía, su mujer (con quien tuvo a Zoe y Roy y que sigue siendo su compañera en la vida), que lo esparaba ansiosa, lo encontró diferente y fue necesario que Roni le relatara dos viajes. Primero el viaje en sí: la ruta, la gente que había conocido, los lugares que había visitado, las aventuras con el tráfico, las inclemencias del clima, los hoteles y bares de ruta. Después su viaje interno y espiritual. "Entendí que por muchos años había acumulado recursos para interactuar y ser auto-suficiente, funcional y adecuado, pero no había generado las condiciones para enfrentar un diálogo interno. Este diálogo interno pudo surgir recién cuando me alejé de las urgencias del día a día y saqué el cuerpo de ese guión confortable que va del departamento, al ascensor, a la cochera, al auto, a la consultora; siempre seco, limpio y a la temperatura óptima. Me marcó encontrar tanta gente en búsquedas parecidas. Solos o acompañados, bajo la lluvia, embarrados, con frío. Gente que podría haber hecho esos trayectos más convenientes, pero ahí estaban en dos ruedas, entornando los ojos y poniendo el cuerpo, buscando consuelo, una transformación o respuestas en lo más sencillo, que es el hombre y un camino".
La voz del especialista
Patricia Martínez es psicóloga de Halitus Instituto Médico y en este audio reflexiona acerca de lo que supone para un hombre adulto y maduro convertirse en padre. Para algunos, tener un hijo implica vencer fantasmas y temores relacionados con la pérdida de la libertad, la juventud, la independencia y, también, de su propio lugar de hijo. Pero también significa una experiencia vivificante, rejuvenecedora e incluso vigorizante. El hombre para ser padre debe poner mucho más que unas pocas células germinales, debe poner su madurez, seguridad en sí mismo, su flexibilidad y su fortaleza, para ayudar a crecer y desarrollarse a otro que lo sucederá en la rueda de la vida.
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