La historia de María, la mujer que conquistó a Cristina
Es jubilada y vive en La Matanza desde hace 47 años; contó cómo fue la visita de la Presidenta
María habla por teléfono en el comedor de la casa y su voz se escucha claramente en el patio. No grita, es que la misma se amplifica por los dos parlantes que cuelgan debajo del techo y transmiten una entrevista radial que le están realizando. "No sabía en qué bolonqui me había metido. Me llamaron de varias medios. Mis sobrinos me cargan", confiesa la dueña de casa.
María Santillán es jubilada, santiagueña, vive en La Matanza hace 47 años. Pero en los últimos días su vida cambió. Recibió la visita de Cristina Kirchner en su casa de paredes sin revocar, piso de tierra y cemento, cortinas utilizadas como puertas y baño precario en el patio. ¿Por qué razón? La Presidenta inauguró la instalación de agua potable en el barrio.
Lleva puesto el mismo atuendo que usó para recibir a la Presidenta : pollera gris, blusa marrón con flores blancas y zapatos negros; y está peinada hacia atrás con pulcritud. "Mi finado esposo me decía que me habían criado en una heladera porque siempre ando vestida con mucha ropa", comenta mientras acomoda los platos y los vasos del almuerzo que descansan en una mesa de 30 años. La hizo su marido, Teodomiro Villalba, que falleció hace 20.
María y Cristina se sentaron en la cama de una plaza donde duerme la anfitriona y miraron juntas los programas de los canales de aire en el pequeño televisor que está apretado entre cajas, mantas, ropero, una cucheta y paredes descascaradas y despintadas.
La visita de Cristina
El número de la calle está escrito con tiza en el frente de la casa. Las paredes de la fachada son de ladrillos, algunos pintados de blanco en forma desprolija, dos ventanas, una puerta de madera sin picaporte y una reja que se traba con un gancho precario. Desde la vereda, de piedra y cemento, se ve un largo pasillo y en la esquina asoma la flamante canilla de agua potable de plástico.
"Teníamos bombas, pero era una ´crucificación´(Sic), porque estaba viejita como yo. Mis nietos traían el agua de la casa de al lado. La de acá no la podíamos tomar porque era arenosa", cuenta sentada en una silla en el patio. Muy cerca de ella, varios de los bidones, ollas y palanganas se secan al sol.
"Soy fanática de la limpieza. Una de mis nietas me siempre dice: ‘Abuela cuando me voy, estás limpiando, cuando vengo, estás limpiando’. Y ahora el agua será mi chiche, voy a jugar todo el día", cuenta entre risas.
En el comedor de su casa, donde vive con tres de sus hijos –tiene diez- y un nieto, hay una mesa con un mantel de hule, la pava y el mate, una botella de Coca Cola por la mitad y olor a comida; en la cocina todavía están las ollas que se usaron para preparar el almuerzo.
Cuelgan mantas y cortinas que separan dos de las habitaciones; en el fondo aparece la puerta de su pieza, llena de calcos y stickers, donde estuvo con Cristina Kirchner. "La visita fue hermosa, preciosa. No soñaba una cosa semejante. Siempre la llevé en el corazón, deseaba verla de cerquita, tocarla, saludarla", reconoce.
"Fue algo muy rápido, como un refusilo , pero hermoso. Le dije que era un sueño poder verla y ella me abrazaba y me decía: ‘Pero María, me tenés acá a tu lado’", dice y luego admite que la noche anterior a la visita apenas pudo dormir cuatro horas.
"Cristina me dijo que estaba muy contenta de que la hayamos recibido humildemente. Le agradezco de corazón porque fue una barbaridad conmigo. Me brindó ese cariño, ese respeto, es algo impresionante", reconoce.
Una vida difícil
La mamá de María murió cuando ella tenía 8 años. Y se crío con su abuela y trabajó desde los 9. "A los 12 empecé a trabajar en la casa de un matrimonio en Ramos Mejía, con cama adentro. Me tuvieron paciencia, me enseñaron, me educaron, fueron mis segundos padres", recuerda.
Después de casarse con Teodomiro llegaron los hijos. "Tuve diez, siete mujeres y tres varones. Los cargo porque les digo: ‘Ustedes tienen un hijo cada tres o cuatro años y yo tenía dos por año", cuenta. Después de su ocurrencia se detiene a pensar, tose, se le apaga la voz: "Me tocó pasar momentos muy feos, los más tristes, porque perdí a dos de mis hijos". Liliana murió cuando tenía 15 años; Roberto cuando había cumplido 32.
Con ella viven Gabriel, Vanesa y Daniel, que está bajo tratamiento psiquiátrico porque padece esquizofrenia. "Me agarró una depresión muy fea cuando murieron mis hijos. Pero tuve el apoyo de mis otros hijos, algunos viven en el sur por el oro verde [petróleo]". Mercedes, Mabel, Carina, Nora y Cristina completan la familia.
Desde el patio, surcado por una soga de donde cuelga la ropa lavada, y detrás del baño, se ve una construcción. Varias paredes levantadas y montones de escombros. "Esa será la casa de mi vieja, la estoy levantando de a poco porque cuestan mucho los ladrillos", admite Gabriel, empleado de seguridad y quien aporta el único sueldo para mantener el hogar. Los otros ingresos son la jubilación de María y algunos planes sociales.
Mientras tanto los cinco se acomodan en la humilde casa que levantó María y Teodomiro. "Nos costó mucho juntar peso por peso para comprar el terrenito donde hicimos una casillita. Mi esposo levantó la casilla de chapa de a poquito, como el hornero, ¿vio? El compraba los ladrillos y yo me ponía con la comida", relata sin esconder su orgullo.
Ya es tarde, María se disculpa, tiene otra entrevista programada. Sus días de mediática le provocan risa y algo de pudor: "Sólo sabrá Dios cómo manejar la fama. No tengo nada para ofrecerles. Siento mucho no atenderlos como se merecen, por eso le pido que me perdonen".
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