A los diez años, Martín de Simone recorría los teléfonos públicos de la avenida Mitre, en Avellaneda, en busca de monedas olvidadas. Era el año 2001 y todo peso sumaba en casa. Su papá había perdido su trabajo de vendedor de autos, único sustento para su mujer y sus tres hijos. Pronto quedaron todos sin obra social, faltó comida en la heladera y les cortaron la luz por falta de pago. Una típica familia de clase media baja se había sumido en la pobreza de la noche a la mañana.
Y entonces una sucesión de tragedias se desencadenó: la madre murió cuando Martín tenía once años, el padre a los 16. El adolescente pasó a vivir con sus tíos, trabajó mientras iba a la secundaria y, contra todo pronóstico, logró graduarse con honores.
"Dentro de lo terrible que fue la situación, me siento afortunado", cuenta en una pausa laboral desde Washington. Ahora tiene 27 años y está trabajando en el Banco Mundial. Acaba de terminar una maestría en Políticas Públicas en Princeton, una de las universidades más prestigiosas del mundo. De aquel momento de infancia partida hasta hoy hubo un largo camino de esfuerzo, oportunidades y como él mismo dice, algo de suerte.
La importancia de la comunidad
Durante la crisis de 2001, la comunidad educativa fue un apoyo muy importante. "Había gente que estaba dispuesta a darnos una mano y eso fue porque antes de la crisis formábamos parte de un círculo de clase media baja", explica convencido.
Desde el colegio primario, Don Bosco de Avellaneda, llegaban las bolsas de comida. También pagaron para que un día, sin previo aviso, volviera la luz. En el centro de día que atendía a su hermano con un grave retraso madurativo no les hicieron problemas cuando no pudieron seguir pagando. Martín enumera cada gesto solidario y recuerda: "En ese momento aprendí el valor de tener una comunidad sólida". Hoy lo desvela pensar en quienes caen en la pobreza sin una red de contención.
Seguir estudiando
"Tenés que ir a esta dirección, te conseguimos una beca en un secundario", le dijo su directora de primaria, Bety, "una persona magnífica". Martín estaba por terminar la escuela y ella fue la única que pudo pensar en qué iba a ser de su educación. Sus papás no habían podido terminar la primaria. "No estaba en los planes de mi familia en ese momento pensar en el secundario, era imposible", señala.
Algo de suerte hubo en su llegada a la universidad. Un profesor de literatura de su secundario recibió un mail de la Universidad de San Andrés (UdeSA) y se lo comentó. Martín jamás había escuchado hablar de esa universidad. "Sin embargo, él plantó una idea en mi cabeza. Había ahorrado un poco trabajando por las tardes por lo que decidí hacer el curso de ingreso de la universidad". Tres veces por semana salía al mediodía de su escuela de Lanús y se tomaba un colectivo y un tren hasta Victoria. Tomaba las clases de ingreso y volvía a Avellaneda a las once de la noche. Terminado el curso se postuló a una beca.
Cuando se la otorgaron, dudó en ir. "En mi familia no existía una concepción muy clara acerca de qué es lo que yo iba a hacer ahí, me decían que probablemente no era para mí y que iba a ser un círculo muy distinto", recuerda. También lo preocupaba el sistema de cursada full-time, que no le iba a permitir trabajar. Decidió arriesgarse y comenzó a cursar la licenciatura en Ciencias Políticas. En retrospectiva, cuenta que fue una locura, pero una locura que le cambió la vida.
La beca que le otorgaron cubría la totalidad del arancel, con la condición de que trabajara part time en la universidad y mantuviera un buen desempeño. También le dieron alojamiento y una ayuda económica. Durante el año lectivo Martín trabajaba en la oficina de admisiones de la universidad o dando clases como asistente. En los veranos, como mozo, delivery o telemarketer juntando plata para el resto de la cursada. Se recibió en cuatro años con honores y un promedio de 9,24.
Dedicar la vida al servicio público
Apenas terminada la carrera, Martín fue uno de los doce seleccionados -entre 700- para participar en una investigación sobre evaluación de políticas públicas en el Instituto Nacional de la Administración Pública (INAP) .Después trabajó como asesor en el Ministerio de Defensa, donde llegó a ser Director de Articulación Educativa de la Seguridad. Ahí se metió más de lleno en temáticas relacionadas con la formación policial. Al mismo tiempo se desempeñó como consultor para la Asociación Civil Igualdad y Justicia, donde investigó el crimen organizado.
Luego de varios años trabajando en el Gobierno quiso profesionalizarse y aplicó a una beca para cursar una Maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Princeton, en New Jersey. Una vez más tuvo que llegar hasta ahí para sacarse de la cabeza la idea de que no pertenecía a ese lugar. Hasta la idea de cursar completamente en inglés lo asustaba y lo superó sin problemas.
Eso fue hace dos años. Así y todo dice: "Una parte de la historia es el esfuerzo y la perseverancia, pero otra parte es haber tenido suerte, estar en el momento justo en el lugar indicado".
Terminada su maestría se mudó a Washington, donde vive por el momento, por una oportunidad de trabajo en el Banco Mundial. Por la mañana se dedica a desarrollar inversiones en educación y salud en África y sus tardes se van en la construcción de un índice de capital humano que está desarrollando el banco.
Está convencido de que lo suyo es dedicarse a generar las condiciones para que todos tengan oportunidades de progresar y no tengan que sufrir las consecuencias de cosas de las que no son culpables.
Si se le pregunta a Martín qué planes tiene para el corto plazo, no lo sabe. Pero en el largo plazo está seguro de que quiere volver a la Argentina: "Aunque sé que es totalmente irracional, siento que es mi lugar".
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