La importancia de desafiar presiones para exponer al poder
¿Por qué investigar? ¿De qué vale intentar mostrar esos pasillos oscuros donde suelen transitar muchos poderosos? Investigar es meterse en problemas, soportar presiones y lidiar con el estrés. Es estar dispuesto a recibir cartas documento, citaciones judiciales y, acaso, juicios en contra. Hay presiones, pérdidas de anunciantes, amenazas, ataques en redes sociales. Es poner en juego algo más que nuestro nombre, es llevar a nuestras familias a un territorio que no eligieron.
Entonces, ¿por qué? Las respuestas son imaginables, pero vale la pena repasarlas. Investigamos porque es una pasión; porque es una necesidad; porque es la esencia de nuestra profesión. Pese a ese imaginario que se desata, es un esfuerzo cotidiano, la mayoría de las veces rutinario y, de vez en cuando, apasionante. Nos topamos con datos de relevancia pública que se esconden en los pliegues del poder. Y ahí vamos a desempolvarlos, porque estamos convencidos de que los ciudadanos merecen conocer más; y porque creemos profundamente en nuestro trabajo, aunque muchas veces nuestras letras provoquen que los lectores se indignen o, incluso, se enfurezcan.
Investigar es método. Adoptar técnicas, prácticas y rutinas distintas a las del periodismo cotidiano. Ni mejor, ni peor; apenas distinto. Tan diferente como puede ser salir disparado en 100 metros llanos o pensar cada paso de una maratón. Se entrenan distintos músculos. Se necesita templanza, paciencia y perseverancia. Porque algunas investigaciones pueden ver la luz en cuestión de días, pero otras pueden llevar meses o años. Y muchas (¿la mayoría?) terminan en callejones sin salida, con pistas que llevan a ningún lado o no pueden corroborarse por más que se intente. Entonces, hay que volver a empezar. Una y otra y otra vez. Y saber convivir con la frustración.
Investigar es exponer al poder. Sea político, económico o social. Significa nadar contra la corriente, contra las mayorías, contra la opinión pública dominante, mientras se verifica cada dato como si fueran piezas a encastrar en un rompecabezas, siempre incompleto. De eso se trata, de encontrar piezas difíciles que el poder esconde y que muchas veces se descubren en los sótanos.
No es fácil. Menos aún en una sociedad, como la Argentina, donde la información pública se resguarda como si fuera privada, y donde los funcionarios públicos sienten como una afrenta personal que un reportero quiera preguntarle o pretenda acceder a datos que debieran ser de acceso irrestricto.
Investigar implica lidiar con jueces y fiscales que a menudo no quieren investigar y, sobre todo, toparse con maquinarias de propaganda política que, si es necesario, desmentirán hasta que el sol sale por el este. Es encontrarse a diario con mucha gente que siempre buscará una tangente antes de ver al rey desnudo
Esa dificultad en acceder a la información nos arroja a situaciones insólitas, en lugares insólitos, a horas insólitas y con personajes, por qué no, insólitos también. Algunas reuniones con las fuentes son al mediodía y en pleno centro de cualquier ciudad; otras, a la medianoche y en medio de la nada. O en un tercer subsuelo. O por Internet, a través de un sistema encriptado.
Investigar son noches de insomnio. Son días de desgaste personal, familiar y laboral. Son temporadas de soledad para reducir los riesgos de filtraciones, para proteger a los informantes, para evitar hackeos informáticos. Y momentos de duda, de entusiasmo, una geografía de picos de ilusiones y valles de desazón.
Investigar implica lidiar con jueces y fiscales que a menudo no quieren investigar y, sobre todo, toparse con maquinarias de propaganda política que, si es necesario, desmentirán hasta que el sol sale por el este. Es encontrarse a diario con mucha gente que siempre buscará una tangente antes de ver al rey desnudo.
Investigar cuesta dinero. Pero no es un gasto si el medio de comunicación lo entiende bien. Es una inversión. Porque le permite diferenciarse de la competencia en tiempos de sobreabundancia noticiosa. Eso implica hacer lo correcto, aunque el gobierno de turno adopte medidas para castigarlo. Aunque más de un anunciante retire publicidad. Aunque muchos lectores renuncien a sus suscripciones.
The New York Times no la pasó bien mientras informó a sus lectores sobre la verdad de la guerra de Vietnam con los Pentagon Papers. Lidió con intentos de censura, anunciantes timoratos y lectores que lo acusaban de encarnar una campaña contra los Estados Unidos. Tampoco la pasó bien The Washington Post mientras avanzaba con el escándalo conocido como Watergate. También la nacion sobrellevó tormentas, demasiadas veces, con una larga lista de investigaciones que incomodaron a gobiernos, empresas, sindicatos, fuerzas de seguridad y actores de la sociedad civil.
Al final del día, son esos momentos los que agradecen los lectores; son esas historias las que llegan al cine y son esas anécdotas las que recordamos los periodistas en las maravillosas barras de bares donde repasamos nuestro trabajo. Son esas contiendas, finalmente, las que nos llevan más allá.