A mediados de octubre de 1937, con la presencia del presidente Agustín Pedro Justo, la capital argentina estrenaba su principal calzada
Nota publicada en LA NACION el 13 de octubre de 1937.
La mañana que sirvió de marco general a la inauguración del primer tramo de la avenida 9 de Julio se vio realzada por un espléndido sol, probablemente no esperado por el antecedente de una víspera de cielo plúmbleo.
Por otra parte, el gentío que se agolpó en todos los espacios disponibles de la nueva arteria y calles adyacentes, completó, en forma definitivamente imponente, el acto que, además, prestigió la presencia del primer mandatario, quien hizo uso de la palabra.
En todas las calles que afluyen a la plaza de la República y a la flamante vía pudo observarse el espectáculo que ofrecían extensas caravanas de personas que, poco a poco, mucho antes de la hora fijada oficialmente para la iniciación de la ceremonia, iban situándose en las calzadas y aceras de las mismas, contenidas por los cables tendidos desde Corrientes y Carlos Pellegrini hacia cada una de las cabeceras de la avenida.
Ya cerca de las 11.30, la avenida, en su primer momento de vida activa y oficial, resultaba angosta; tal era la muchedumbre que había concurrido para presenciar la inauguración. El profuso embanderamiento, tanto oficial como privado, contribuyó al mejor efecto estético del conjunto. El tránsito por otra parte, fue suspendido en una extensión de tres cuadras alrededor de la plaza de la República.
Llega el presidente
Poco después, haciendo la policía una verdadera calle entre la densa multitud, apareció por la calle Corrientes el coche presidencial, en el cual llegaba el general Justo, acompañado de su esposa y de su edecán naval, capitán de fragata Andrés Schack. Una salva prolongada de aplausos saludó su presencia, a la par que el Dr. Vedia y Mitre, junto con el Dr. Razori, lo recibían a la entrada del palco.
Enseguida, la banda municipal, instalada frente al obelisco, ejecutó la canción patria, que fue escuchada con emoción, y que al terminar, fue muy aplaudida. Inmediatamente después se anunció por los altavoces que iba a hacer uso de la palabra el presidente de la República, quien se expresó así:
“La capital de la República, como lo expresó Rivadavia, como lo proclamó en el Congreso de Santa Fe la inspiración de Urquiza, como lo consagró Avellaneda y la confirmó Roca, es el patrimonio común de todos los argentinos. Indestructiblemente unida a la Nación, de cuyo desarrollo y progreso es el más alto exponente, está destinada a un porvenir imprevisible, que la coloca, sin duda, en el rango de las primeras capitales del mundo. Cerebro del país, foco de irradiación, recibe de la Nación el tributo de su trabajo y de sus esfuerzos. Sus hermanas modestas del interior, tan antiguas como ella y como ella centro de civilización y cultura de la colonia, igualmente decididas y abnegadas en la gesta de su independencia y de su organización, no miran con envidia ni recelos su vertiginoso engrandecimiento que, antes bien, contemplan con orgullo, cual si fuera el fruto de la propia brega. Por ello mismo, Buenos Aires debe cuidar que, a la par de su riqueza, acrezca el sentimiento de su deber y de su responsabilidad, manteniendo incólumes los principios e ideales que formaron el espíritu y presidieron la vida de nuestra nacionalidad.
“Asisto complacido a la inauguración de esta obra, de excepcional importancia entre las múltiples ejecutadas últimamente en el dinterno de la capital. Quiero con mi presencia en este acto ratificar mi solidaridad con la forma en que ha sido encarada la realización de un proyecto de vieja data, cuyos autores no pudieron tener otra mira al concebirlo que la de dotar a la gran urbe de una arteria de circulación digna de su pujante desarrollo y su asombroso progreso.
“La avenida de Norte a Sur tiene su origen en la ley 2698, dictada en 1889, y su trazado es el mismo que fijó la ley 8855 de 1911. Concebida para establecer una amplia vía de comunicación entre dos populosos barrios de la ciudad, recién los 48 años de la primera iniciativa, la Intendencia actual comienza y da término en pocos meses de febril actividad a la construcción de su primer tramo, que hoy inauguramos con justificada satisfacción. La terminación del segundo tramo desde las calles Bartolomé Mitre a Belgrano, que es dable esperar para un futuro no lejano, dará desahogo a esta magnífica arteria, no sólo por su cruce con la Avenida de Mayo, sino por su encuentro con la calle Belgrano, cuyo ensanche desde Piedras hasta Entre Ríos será habilitado al tránsito público en el mes de diciembre próximo, constituyendo así un progreso edilicio de inestimable trascendencia.
“Hay que reconocer también la acción de la actividad privada, que sin la ayuda directa del Gobierno, ha puesto de manifiesto en estos últimos años, su esfuerzo constructivo en el orden edilicio cambiando diariamente el aspecto de los barrios de la ciudad por la belleza de sus nuevos edificios y por las formas elegantes de sus construcciones; lo que no deja de ser un índice de gran influencia para poder apreciar la confianza que inspira la situación en que se produce.
“Me complace poder repetir las palabras de Sarmiento, también al terminar su mandato: Los hombres levantan sobre cimientos sólidos la casa para sus hijos, y como los otros seres constructivo, abandonan instintivamente esta solicitud cuando carecen de libertad o nо sienten que el porvenir está seguro para su progenie. Signo es hoy, pues, de la confianza pública en la solidez de nuestras instituciones y de la libertad de que gozan, decía Sarmiento, el empleo considerable de dinero en casas que sonríen al pasante.
“No será ya Buenos Aires, por acción del gobierno de la Comuna y de sus habitantes la gran aldea que evolucionará lentamente dentro del damero clásico trazado por su segundo fundador.
“Los bloques de la planta cuadrada de 120 metros de largo, separadas por calles de diez metros de ancho, que bordeaban casas bajas de rústica fachada con amplios aposentos, patios, corrales y huertas, han cedido su puesto, en el transcurso del último cincuentenario, a aglomeraciones de edificios que, como árboles apretados de un bosque secular. pugnan por erguirse en busca del aire y del sol de las alturas y a parques, las más de las veces, sobre las ruinas de la vieja estructura, en un continuo afán de mejoramiento higiénico y edilicio.
“Pero si el magno problema de su reorganización urbana comprometiera algo las energías nunca desmentidas de su esforzada población, preciso es que lo enfrentemos con la clara visión de sus destinos y con fervorosa fe en nuestras reservas morales y materiales, preparando con cordura y sin vacilaciones, en esta Buenos Aires grande, un privilegiado lugar de trabajo, de belleza, de solaz y de cultura, para las generaciones venideras”.
Las palabras del general Justo fueron recibidas con calurosas demostraciones y vítores a su persona, y apenas éstas cesaron, se soltaron mil palomas con el plumaje pintado de blanco y celeste, y las que, al remontar vuelo, pusieron una viva nota de alegría y belleza.
Las cinco cuadras de la avenida hirvieron de gente y entusiasmo
¿Qué más puede esperar “el hombre que está solo y espera”? En cuanto a estar solo, nos parece difícil, si no imposible, entre la muchedumbre que invadió ayer la flamante avenida Nueve de Julio, asaltando los últimos baluartes del “hombre del centro”.
La apertura de esa nueva arteria -arteria fantástica y fantástica apertura- da el golpe de gracia al postrer reducto que, dentro del Buenos Aires cosmopolita, conservaba aún características de pueblo. La fisonomía del “centro” se borra. Ya no es el “centro” tradicional y por eso pueblerino, con sus tipos definidos, con sus dueños indiscutibles apostados en las esquinas, con sus calles estrechas que, a través de los siglos, han conservado rigurosamente, indolentemente, trazado severo del segundo fundador. Buenos Aires se embandera para festejar su entrada triunfal, suntuosa -tan suntuosa que su camino es el más ancho del mundo-, dentro del círculo contado y magnífico de las primeras urbes del universo.
Para lograr esa jerarquía fue necesario destruir sin recelo, hasta la crueldad. Había mucho que amputar y mucho que injertar. Maravillosamente, se ha hecho. Las diagonales, la calle Corrientes y la avenida Nueve de Julio desfilan bajo la mirada vigilante del obelisco. Buenos Aires crece día a día. Su vestido de niña -aquel vestido a cuadros que le obsequió Juan de Garay, y que desde entonces tejieron escrupulosamente sus ediles- le queda chico. Un brazo rompe una manga; el otro desgarra un pliegue. Pero aquí está la túnica estupenda, holgada, rica de líneas.
El viejo porteño no reconoce a la ciudad. El hombre de Esmeralda y Corrientes refunfuña al ver derrumbarse, como si fuera una bambalina vieja, inservible para la magnitud del nuevo espectáculo, el marco de su vida pasada. Mas, en el fondo de su corazón, se alegra, y, aunque lo disimula improvisando un chiste más sobre el obelisco, se enorgullece ante la madurez soberbia de Buenos Aires.
Las cinco cuadras de la avenida Nueve de Julio hirvieron ayer de gente y de entusiasmo. El pueblo, el pueblo socarrón de los partidos de fútbol y de las carreras. no pudo acallar su admiración, pues la avenida de Norte a Sur es más, mucho más aún, de cuando pudo imaginar su vanidad disfrazada de sorna.
Por eso expresó sinceramente su entusiasmo. Desde temprano, una multitud sin cesar renovada, llenó las calzadas anchas y las aceras de mosaicos pálidos. Algunos se detenían alrededor del ya famoso “palo borracho”, cuyo viaje desde el jardín del hospital Rivadavia tiene perspectivas de paseo de triunfo. Allí está el árbol ahusado, un poco sorprendido quizá de su nuevo régimen de vida, pero halagado en la intimidad de su savia del homenaje de la ciudad.
Otros formaban ronda en torno de las cuatro fuentes y escuchaban, con gravedad, las palabras de un caballero que calculaba la cantidad de bombitas eléctricas que se emplearon para la iluminación nocturna. También se dictaba cátedra en la entrada de los subterráneos o frente a los escudos colosales de la República y de Buenos Aires que custodian, como padrinos venerables, a la avenida que acaba de nacer.
El obelisco, a pesar de que su cuarto de hora de novedad ha pasado, gana día a día en popularidad y en estima. La gente se hace fotografiar, con la aguja blanca de fondo. Los provincianos enviarán ese retrato al caserón o al rancho natal, para probar que, verdaderamente, están en la capital, gozando de las ventajas de recorrer una calzada que vence en anchura y por veinte metros a la del Bois de Boulogne, de Paris.
Y es, por doquier, el mismo comentario y la misma emoción, el mismo latido que nos va diciendo, con distintos sones, que estamos en el corazón de Buenos Aires. Y se nos ocurre que la capital es como otra Bella Durmiente, agobiada hasta hoy y encubierta, pero que, poco a poco, va despertando y va arrojando los velos desteñidos, para mostrarnos la noble plenitud de su hermosura.
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