Ocho satélites para evitar el desastre
Pondrán en marcha un sistema italoargentino que permitirá monitorear el espacio aun con nubes Los nuevos aparatos podrán "leer" el terreno sin necesidad de luz La Argentina había ideado un sistema, que luego abandonó Aseguran que no se oyeron algunos alertas
Hacia mediados del próximo período gubernamental se estima que ya casi no habrá modo de que una inundación como la de Santa Fe tome por sorpresa al Estado.
Es que para entonces ya estarán en órbita los ocho satélites-radar del Sistema Italo Argentino para Gestión de Emergencias (Siasge): dos aparatos de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conea) y seis de la Agenzia Spaziale Italiana (ASI), que harán de esos países los dos únicos en el mundo capaces de monitorear sus territorios desde el espacio cada 12 horas, de día o de noche, llueva, truene o brille el sol, ya que los radares penetran las nubes y "leen" el terreno sin necesidad de luz.
"La Argentina tendrá una capacidad casi inimaginable de alertas tempranas para una amplia serie de desastres naturales", afirma el doctor Conrado Varotto, presidente de la Conae.
Sin embargo, aun con los actuales medios locales de monitoreo espacial y terrestre hay un consenso -desde la Universidad Nacional del Litoral hasta el Instituto Nacional del Agua (INA)- de que lo peor de Santa Fe podría haberse evitado con un sistema estatal jerarquizado de alerta temprana.
La paradoja
La paradoja es que, tras las grandes inundaciones de 1998, fue creado un organismo para que la información técnica sobre catástrofes inminentes llegara en tiempo real al ápice del tótem estatal, concretamente, a la Jefatura de Gabinete.
Se llamó Sistema Federal de Emergencias (Sifem), el que fue hecho a semejanza de la Federal Emergency Management Agency (FEMA) norteamericana.
Creado por el decreto 1250/99, el Sifem casi no tenía dotación propia, pero reunía en una "red informática" a expertos preexistentes en todos los organismos técnicos, y reportaba directamente su parecer al jefe de Gabinete.
Los expertos aseguran que eso quedó sólo en los papeles.
"Se dejó vencer sin usar un crédito destinado a organizar una red de radares meteorológicos -construida en buena medida con aparatos ya existentes en el país-, y este organismo se lo devolvió al área de Seguridad Interior, hoy dependiente del Ministerio de Justicia.
"Fue una pérdida fatal de liderazgo en el Estado, y de función preventiva y coordinadora", dice la geóloga y egresada en administración gubernamental Ruth Zagalsky, que con su doble formación en ciencias naturales y de gestión pública fue una de las promotoras del Sifem.
Hubo otro paso más rumbo al actual problema santafecino.
Como informa la doctora Dora Godniatzky, del Sistema de Alerta Hidrológico de la Cuenca del Plata del INA, el desfase económico de fines de 2001 dejó sin instrumentar una red de 80 estaciones "telemétricas" de ese sistema hídrico.
Estos aparatos debían reportar automáticamente y cada dos horas el estado de todos los ríos de la cuenca a la Conae por medio de los satélites nortemericanos GOES.
Esto agravó la otra pérdida de información implícita en resignar la red de radares meteorológicos.
Cada uno de esos radares puede detectar y medir lluvia, granizo y tornados en un área de casi 50.000 kilómetros cuadrados.
Así, tras los sucesos de 1998, en 1999 el Estado decidió volverse centinela y dar alarmas tempranas, pero en 2000, curiosamente, optó por no darlas y, en 2001, por no verlas.
"Sabíamos que se estaba gestando un problema grande para el otoño -dice Godniatzky, del INA- pero en casi tres meses sólo tuvimos tres buenas imágenes ópticas del río. Ya aparecía salido de madre, pero era imposible medir el volumen del problema: faltaban datos de tierra", asegura.
Según el ingeniero Juan Borús, del Sistema de Alerta Hidrológico de la Cuenca del Plata, lo peor del caso Santa Fe fue creado por dos terraplenes: el Irigoyen, que defiende a la ciudad del río Salado, por el Este, y el de la ruta Rosario-Santa Fe.
Como un río de montaña
Ambas obras transformaron una lenta inundación de río de llanura, que siempre da tiempo a escapar, a prever una evacuación ordenada, en una brutal avenida de río de montaña, o flash-flood , que llenó con cuatro metros verticales de agua el barrio del Hipódromo en apenas tres horas.
Para Borús, el vano del puente de la ruta Rosario-Santa Fe no estaba ni remotamente pensado para que este río normalmente "dormilón" multiplicara por un factor de 10 los 300 metros cúbicos por segundo de su caudal habitual.
En su última gran aventura de 1973, el Salado había hecho sus destrozos aguas arriba, en Santiago del Estero, pero se escurrió tumultuosamente por el flanco oeste de Santa Fe sin toparse con obstáculos.
Treinta años más tarde, en cambio, la nueva onda de creciente chocó con un puente y un terraplén ruteros virtualmente impenetrables.
"Algunos ingenieros viales son los mayores constructores mundiales de represas. Sólo que en forma inconsciente -dice Borús-. Lo típico es que por razones de economía, los terraplenes ruteros argentinos carezcan de las necesarias penetraciones para que pase el agua", agrega Zagalsky.
Rápidamente, el río Salado se volvió un lago transitorio cuya "cola" creció, reptando, hacia el Norte, buscando debilidades en el terraplén Irigoyen.
Y las encontró a la altura del norteño barrio del Hipódromo, donde la cota del talud -incompleto- no llegaba a los necesarios nueve metros sobre un frente de casi cuatrocientos metros.
Por esa brecha, el agua irrumpió en una catarata imparable, para luego bajar rugiendo hacia el sur de la ciudad.
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