
Saramago alentó una "insurrección" ética
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El novelista José Saramago comenzó a despedirse ayer del país compartiendo los secretos de su oficio con públicos diversos. Por la mañana conversó en un hotel con periodistas de varios medios gráficos y por la tarde dio una charla sobre derechos humanos en el Museo Fernández Blanco.
"Lo de la Argentina ha sido una tragedia y nosotros no llegamos a tanto", dijo Saramago en tren de comparar la dictadura militar de nuestro país con el régimen autoritario que imperó en Portugal durante varias décadas.
"Hubo asesinatos y encarcelamientos, pero aquí ocurrió en grado sumo. En Portugal, nunca nada es demasiado grande; todo queda en la medianía, en la pequeñez", señaló el escritor, que mañana abandonará la Argentina con destino a Uruguay.
Analfabetos
De ese Portugal de tristezas moderadas emergió este encumbrado novelista, cuyos padres poco sabían de letras. "Diganme cómo ha podido nacer un escritor de una familia de campesinos, analfabetos todos. Mi madre fue analfabeta hasta que murió. Mi padre apenas sabía leer, escribir y contar", dijo Saramago.
Ahora, como autor consagrado, Saramago recoge las experiencias de niño pobre, empleado mecánico y periodista perseguido, vivencias que ha acumulado en sus 75 años. Su discurso es fuertemente crítico hacia el sistema político-económico que rige los destinos del planeta.
"Me gustaría que dejáramos de hablar de neoliberalismo y pasemos a hablar de capitalismo autoritario -sugirió-. Es una dictadura que no necesita policía, porque ejerce la autoridad mediante un pensamiento único."
Falsa fatalidad
La nueva dictadura, dice Saramago, tiene ejecutivos de corbata y teléfono celular: "Esas son armas diseñadas para quitarnos la esperanza y el cambio, para que aceptemos eso como una fatalidad, una consecuencia lógica y natural de la historia".
Sin embargo, el sistema actual "no es una fatalidad; el cambio siempre es posible. El tiempo que estamos viviendo necesita una insurrección ética", aseguró. La solución no pasa por el "desarrollo sostenible", según Saramago, "porque lo que se necesita no es controlar el desarrollo, sino descontrolarlo".
Es decir que se debería desviar el curso actual de la economía para incluir al 25 por ciento de la población que vive fuera del sistema, un elevado número de personas considerado "para desechar, por deficiencias y carencias culturales".
"Cada vez más, lo que cuenta no es el nombre de la persona, sino el número de su tarjeta de crédito. En los campos de concentración, lo que se tatuaba en el brazo no era el nombre, sino un número. La pérdida del nombre es la pérdida de la identidad", sentenció.
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