Sin piernas y sin un brazo, un joven británico navega solo y ayuda a víctimas de guerras a recuperarse
MAR DEL PLATA.- Batalla con un destornillador y pinzas sobre caños del sistema de velas, dañados en el último tramo del viaje. Y una verdadera pirueta es el paso obligado desde la marina a su embarcación, con esfuerzo para deslizar su cabeza y tronco por debajo de los tensos cables de estribor. Ya en cubierta le da unas palmadas al casco y sonríe: "This is my baby", de Sirius, su velero de 14 metros de eslora con el que hace más de dos años que recorre mares y océanos.
Una travesía que en mayoría de tramos cubre en soledad. En otros con tripulación especializada a la que invita para afrontar los recorridos más complejos. Y algunos en los que tiene como invitados especiales a ex combatientes como él, a los que desde las bondades de la navegación busca ayudar a salir de los efectos y secuelas que en ellos les han dejado su participación en guerras.
Craig Wood, ex integrante del 2° Batallón Los Rifles del Ejército del Reino Unido, es el anfitrión que los recibe a bordo parado sobre las prótesis que reemplazan sus dos piernas –cortadas casi a la altura de la cadera-, que junto a parte del brazo izquierdo perdió cuando una mina hizo volar el camión en el que viajaba durante sus primeras horas en Afganistán, hace una década, cuando apenas tenía 18 años.
"¿Si me arrepiento de ser soldado? Para nada, me puso aquí, con mi bote y a navegar por el mundo", dice a LA NACION, feliz en esta primera escala argentina. Amarró en el Club Náutico Mar del Plata y luego pasó al Yacht Club Argentino, donde culminados algunos arreglos seguirá con su travesía que lo llevará por Puerto Madryn, Puerto Deseado y las Islas Malvinas.
Es oriundo de Doncaster, en el distrito de Yorkshire. Su relación con los barcos comenzó a los 6 años, pero sobre el filo de su adolescencia se decidió por la carrera militar y optó por el Ejército en lugar de la Armada, que quizás tenía mucho más que ver con sus orígenes. "No quería que se confundan mis gustos con mi trabajo", dijo sobre una carrera que eligió porque representaba "buen dinero".
Apenas había cumplido la mayoría de edad cuando lo destinaron a Afganistán, donde los talibanes eran el objetivo a vencer por una coalición entre fuerzas de Estados Unidos y países europeos. El 30 de julio de 2009, cuando apenas terminaban de instalarse allí, durante una de las primeras patrullas se toparon con una carga explosiva que los hizo volar por el aire. Pasó dos semanas en estado de coma y los médicos le dieron mínimas chances de sobrevida. Pero aquí está, con amputaciones y decenas de cirugías encima. Diez de ellas para reconstruirle el rostro.
Capacidad de resiliencia
"Estar ahí fue mi elección y no puedo quejarme", explica sobre su tragedia que cuenta con naturalidad y sin resentimientos. "Solo pasó, sucedió lo que sucedió y de ahí en más solo traté de ser fuerte", resalta en la descripción de su enorme capacidad de resiliencia.
Desde la cama que lo tenía postrado se juramentó caminar. Lo hizo también ante la duquesa de Cornualles, Camila, esposa del príncipe Carlos de Inglaterra, que lo visitó en la Unidad de Rehabilitación Médica de Defensa en Headley Court, donde avanzaba con su rehabilitación.
No solo logró su objetivo al cabo de casi cinco años de tratamiento sino que pronto dio el paso siguiente, que era volver a navegar como en su niñez y adolescencia. Ahora como una instancia más de su recuperación. Con sus ingresos en concepto de pensión del Estado británico logró comprarse su primer velero, que lo llevó hasta Grecia. Allí encontró a Sirius, la embarcación que desde hace casi un año y medio es su hogar y su vida.
"Quiero dar la vuelta al mundo", asegura a LA NACION sobre un proyecto al que no le pone plazos. "Pueden ser diez años, o veinte, no importa", dice, relajado, ahora acompañado por Douglas Varacalli, Emily Abramson y Renata Ewerder, la tripulación neoyorquina que se sumó ad honorem a este periplo por Sudamérica.
Afirma que todo lo paga de su bolsillo, con sus ingresos como veterano de guerra, que percibirá de por vida. Y que se decidió a invitar a otros que con secuelas físicas o psicológicas, más conocidas como trastorno de estrés post traumático (TEPT), también sufrieron los estragos de vivir expuestos a las bombas y la muerte.
"Lo hago con ellos porque sé que navegar es una gran experiencia para superar el estrés que deja la guerra, una verdadera terapia a mar abierto", explica Wood, mientras enciende la cocina para preparar un té en su yate que tiene cuatro camarotes y dos baños.
Uno de sus objetivos, cuando pudo volver a tomar un timón, era participar en los Juegos Paraolímpicos. Pero se encontró que el yachting es una de las disciplinas que ya no tienen lugar en esa competición internacional. Por eso optó por esta travesía que comenzó en Inglaterra, modifica a gusto y no tiene a la vista un punto final.
Hacia el Pacífico
Las aguas del Sur lo pondrán a prueba a fines de este mes o comienzos de febrero, cuando cruce el muy bravío Estrecho de Magallanes para llegar hasta aguas del Pacífico y, desde Chile, comience el recorrido con rumbo norte.
Durante cada una de estas navegaciones se desafía a sí mismo. Tensa cuerdas, iza y arría velas, revisa instalaciones, arma sus cartas náuticas y avanza con los buenos vientos. No reconoce momentos difíciles aunque admite que los peores tiempos los pasa cuando viaja solo e intenta dormir. "No se logra descansar bien porque estoy pendiente de los movimientos", reconoce. No ha sido el caso aún, pero tiene claro que ante dificultades complejas siempre tendrá un equipo de radio a mano y un navegante de paso que pueda ayudarlo.
Cuando tiene que hablar de complicaciones o momentos difíciles no habla de maniobras sino de un golpe al bolsillo. Dejó su velero en Río de Janeiro, tomó un vuelo para ver a su familia y al regreso se encontró con una deuda por exceso de tiempo de amarre. "¡11.000 libras!", remarca sobre un mal recuerdo que todavía le duele.
Arma un diario de viaje en un cuaderno, con un detallado manuscrito en el que cita condiciones de navegación, sensaciones y destinos. El otro lo tiene en su brazo derecho: por cada país que toca se hace un tatuaje que simbolice un recuerdo de esa escala. Sobre el filo del antebrazo se estampó una frase que identifica su estilo de vida: "Forever and a day".
Durante su estada aquí, hizo un viaje fugaz a Buenos Aires para comprar algunos equipos de navegación. Recorre Mar del Plata y se sorprende que casas enormes, históricas, estén convertidas en comercios. Disfruta de la gastronomía local.
Craig Wood no reniega de su destino. Ratifica que lo que pasó tuvo que ver con consecuencias de elecciones propias. Y como tales las asume. No repudia la guerra. "Depende las razones, unas valen la pena, otras no", advierte. Cita el caso de Afganistán, escenario de su drama: "Creamos a los talibanes, un Frankenstein, y había que combatirlos", afirma, sin dudar. Y no siente que pagó un precio muy caro por estar allí, víctima de una explosión inesperada. "Me puso aquí, a navegar con mi velero por el mundo, y con eso soy muy feliz", insiste.