
También los tobas dan clases
Viven en Derqui y divulgan su cultura en escuelas de la Capital y la provincia.
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Salieron de la selva del Chaco empujados por la miseria. Llegaron a Fuerte Apache. Son 32 familias de aborígenes tobas que, después de siete años de penurias en Buenos Aires, hoy se ganan el pan divulgando su cultura entre los chicos de la ciudad.
Enseñan artesanías en los colegios y se aseguran de que los chicos tengan otra versión de la conquista de América, diferente de la historia oficial.
"No queremos volver atrás, sino encontrar a un hermano y caminar todos juntos", dice Clemente López, un artesano toba cuyo auténtico nombre es Daviaxiqui.
Clemente recorre escuelas dando charlas y mostrando su habilidad artesanal. Los chicos imitan con crealina las piezas de barro y arcilla que él aprendió de sus abuelos. Las mujeres de la comunidad no se quedan afuera de esta enseñanza artística, pues procuran divulgar los secretos del tejido de canastos y manteles al estilo toba.
Pasaron siete años desde que Clemente abandonó Pampa del Indio, en la provincia del Chaco, donde poco a poco se fue quedando sin tierras. Hoy vive en Derqui con su mujer, sus cinco hijos y los otros 125 tobas que lo acompañaron en la travesía hasta Buenos Aires.
Desde 1993 se dedican a transmitir sus costumbres en las escuelas -el año último visitaron 200-, donde los padres de los alumnos les compran artesanías o les regalan ropa y alimentos. Esa es su única fuente de ingresos.
Conservar la tradición
"No nos interesa hacer negocios. Queremos conservar nuestra tradición y que se conozca la cultura aborigen", dice Clemente a La Nación .
Su trabajo comienza con el período lectivo y aumenta cuando se aproxima el 12 de octubre. "No sé si nos invitan para darle más color al acto, pero a nosotros nos permite explicar el verdadero sentido de esa fecha", se consuela.
Para ellos no hay nada que festejar: ni el Descubrimiento de América ni el Día de la Raza. En cambio, los tobas conmemoran el 11 de octubre, considerado el último día en que su pueblo gozó la libertad.
"Los chicos leyeron una historia equivocada -señala Clemente-; creen que los indios no tenemos pensamiento propio, les sorprende que seamos personas como las demás."
Clemente tenía nueve años cuando las maestras de su tierra, de ascendencia europea, le pidieron que llevara su chiripá, lanza y plumas para actuar en una ceremonia de la escuela. "Así es como ellas se imaginaban que es la vida del aborigen", recuerda el artesano.
Por esa razón, hoy su sueño es publicar un libro que recopile las leyendas y costumbres de su comunidad, su forma de vida en el Chaco y el exilio a la ciudad. Dos mujeres que escriben lo que él relata.
Fuertes y valientes
"Son altos, musculosos y fuertes; tienen la mirada viva y recelosa; son despejados, valientes y altaneros y sienten un odio feroz contra los blancos", según una antigua descripción enciclopédica.
A Clemente le cuesta decir "blanco", porque según él "significa establecer una diferencia y yo quiero ser como cualquier otro ciudadano".
Aunque conservan su idioma, el "qom", los tobas se esfuerzan por integrarse y aprender el castellano, en el terreno que obtuvieron en Derqui, gracias a la Fundación Madre Tierra, después de haber vivido cinco años en Fuerte Apache.
Las 24 casas que hoy alojan a las 32 familias fueron construidas con sus propias manos. "Soñamos con tener las ocho casas que faltan -concluye Clemente- y recuperar nuestra tierra para trabajar; que nuestros hijos se capaciten y puedan defender sus derechos."
Reciben leche del gobierno provincial, pero no alcanza para calmar el hambre de 100 chicos. Y en la ciudad no pueden pescar con arpones, como acostumbraban hacerlo en el Chaco.
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