Un museo recuerda a Dumas frente al mar
Agustín Vila conoció al legendario marino al llegar a Mar del Plata, en 1943, tras dar la vuelta al mundo
MAR DEL PLATA.- Mediodía del 7 de julio de 1943. El sol apenas ha entibiado las piedras de la Escollera Sur, cuando el Lehg II cruza la boca del puerto marplatense tras haber dado la vuelta al mundo por la "ruta imposible" con un solo tripulante a bordo, Vito Dumas.
No hay viento. Desde el morro del monumental rompeolas, un chico observa el cansino paso de la Carmen Moscuzza, la lanchita amarilla que lleva a remolque el castigado barco del más grande navegante solitario de todos los tiempos.
Los ojos del muchacho no se apartan de la cubierta de la embarcación que abre el camino hacia el muelle del Yatch Club Argentino, donde los seis pescadores y su circunstancial huésped beben vino y cantan canciones marineras.
Mediodía del 7 de octubre de 2000. "Jamás olvidaré aquella escena, tenía 13 años y hacía horas que esperaba la llegada de Dumas", asegura Agustín Vila, mientras desde una de las ventanas del café-museo que recuerda al navegante observa la espuma levantada por las olas al chocar contra las piedras de la Playa de los Ingleses.
"Vito recorrió 20.000 millas en ese viaje. Justo cuando estaba por entrar en Mar del Plata, el primer puerto argentino que tocaba después de un año y un mes de travesía, se quedó sin viento muy cerca de donde estamos ahora", dice, y con su mirada apunta al horizonte que se asoma tras el espigón de Varese.
Vila fue uno de los pocos amigos que tuvo Dumas en estas playas. Navegó con él por la costa marplatense y hasta se ocupó de vender los cuadros que pintaba Vito, pues los últimos años le trajeron aprietos económicos y el olvido de los argentinos.
Hoy se ocupa de resguardar la memoria de Dumas desde su café-museo Makao, un local situado en la planta alta de la esquina de Carlos Pellegrini y Boulevard Marítimo, enfrente del punto en el que la calma sorprendió al fatigado Lehg II, en julio de 1943.
Diecinueve años después
"Pensar que, aunque lo vi entrar en el puerto remolcado por la Carmen Moscuzza y me ocupé de conocer hasta el último detalle de su viaje alrededor del mundo, sólo conocí personalmente a Dumas a principios de 1962", explica Vila.
"El empezó a venir en el último barco que tuvo, el Sirio II. Cuando murió, en 1965, quedó en el Club Náutico", añade. Por esos días, Agustín era dueño de un velero de 17 metros, el Martha.
"Yo no sabía demasiado de náutica y mis amigos tampoco, pero estábamos empeñados en viajar a Makao. Ese fue el momento en que conocí a Vito", subraya.
"El hombre estaba muy solo -prosigue-, nadie lo reconocía y pocos en nuestro país recordaban sus hazañas. Encima, decían que era mufa.
"Nunca pude entender cómo le sucedió esto a alguien que era como un prócer para mí y que, con los días, se transformó en un amigo", explica.
Vila recuerda que, más allá de los contratiempos, Dumas mantenía el buen humor y seguía siendo el "tipo humilde y respetuoso de siempre".
"Navegábamos en el Martha y muchas veces, cuando cambiaba el viento o se nos venía encima algún pesto, antes de ordenar alguna maniobra nos interrogaba para ver si nos parecía bien lo que iba a hacer. Él, que había hecho hasta lo imposible en el mar, nos consultaba como si fuera uno más. Imposible olvidar tanta grandeza", se emociona Vila.
Dumas sería, al fin, quien le sacaría de la cabeza la idea de navegar hacia Makao. "Vito nos puso en nuestro lugar cuando nos dijo una vez: "Muchachos, el Martha está listo para el viaje, los que no están en condiciones son ustedes". No se habló más del tema", destaca.
Pero en 1969, cuatro años después de la muerte del legendario navegante, Vila decidió fundar un lugar para recordarlo y bautizó con el nombre Makao dicho local. "¿De qué otra manera lo iba a llamar?", pregunta.
"Acá, entre otros objetos, está el gorro sudeste de lona con el que dio la vuelta al mundo, la brújula del Lehg II y siete de los cuadros que pintó.
"Pensar que Dumas -subraya- vivió sus últimos años de lo que sacaba de sus pinturas. Como yo vendí algunas, me decía que era su marchand .
"Una vez, en medio de tanto apuro económico, Vito me confesó que cuando estaba en Valparaíso -en mayo de 1943, a punto de salir para el cabo de Hornos y regresar a la Argentina- unos empresarios norteamericanos le ofrecieron producir y distribuir la película de la vuelta al mundo y editar el libro de ese viaje en todos los idiomas, si en lugar de finalizar la travesía en Buenos Aires lo hacía en Nueva York", afirma.
"El les contestó que su destino final era el Yatch Club de Buenos Aires y rechazó la propuesta. Ya pobre y olvidado, se arrepintió de esa decisión", asegura Vila.
"Sin embargo, a sus amigos nos queda como consuelo el reconocimiento que se le hizo hace poco, al cumplirse cien años de su nacimiento. Si hasta en Mar del Plata se le pondrá su nombre a una calle del puerto...", se entusiasma.
"Además -destaca-, cada dos por tres pasa por acá algún marino extranjero que quiere conocer el lugar donde Vito terminó su hazaña, hace 57 años, y nos deja como recuerdo un ejemplar de Los cuarenta bramadores , el libro de nuestro amigo, en el idioma del visitante.
"También nos recuerdan que en casi todo el mundo aún se dice que Dumas fue el navegante solitario más grande de todos los tiempos", concluye Vila.