En 1943 el marino culminó su mayor hazaña y llegó con su velero al Yacht Club Argentino; “El ejemplo que yo he dado no es para borrarlo en media hora, sino para bien de nuestra patria”
La siguiente crónica fue publicada en LA NACION el lunes 9 de agosto de 1943.
Sin reputarse un personaje excepcional, dueño de una práctica e infalible aptitud náutica. Vito Dumas, el timonel enamorado de la solitaria faena del mar, puso ayer fin a su agitada aventura acuática. Tras su etapa definitiva en Montevideo, volvió a pisar tierra propia poco después de un año de haberla abandonado al impulso de su arriesgada e irrenunciable vocación marina. Desde entonces acá no ha variado esencialmente su aspecto. Con recio traje de agua. ligeramente obscurecido el rostro por vientos de tres océanos diferentes y endurecidas sus manos por la ruda maniobra de su zarandeado velero, sólo mostró un leve cansancio, producto de una noche de vigilia en medio del río hostil.
El tranquilo amanecer dominical del puerto, cubierto el reposo sin humo de los barcos y amarraderos por un despertar gris y apagado, cobró a poco animados aspectos de fiesta ribereña. La ciudad comenzaba a vivir su jornada en contacto con la hazaña. Rápidamente, sobre el término de la avenida costanera, junto a la verja del Yacht Club Argentino, fueron formándose compactos grupos. A las 9.30 el aporte popular había adquirido extensión y densidad. Poco antes de las 10, sobre el murallón junto al río, cubría apretadamente el trayecto hasta el local de la Asociación Argentina de Pesca. Y ya más tarde, la multitud, traducida en precisos términos deportivos, podía corresponder muy bien a una de esas afanosas luchas que suelen ventilar en los estadios las divisas de profundo arraigo popular. Mientras se entretenía la espera, el público se convirtió en vigía, con la vista dirigida por encima de la boca de la escollera. El hidroavión del Yacht Club Argentino, en el que se imparte un curso especial de enseñanza aérea, remontó vuelo y enfiló aguas adentro, a baja altura. En la perdida y desdibujada línea del horizonte fue tomando cuerpo lentamente un impreciso conjunto de velas de diferentes tamaños. Al impulso de un viento sostenido avanzó la nutrida caravana náutica. que, ya internada en el estuario, había adelantado el recibimiento cordial.
La muchedumbre pujó entonces por acercarse al portón del Yacht Club Argentino. Crecieron de tono los comentarios y la emoción, mientras próximo al murallón un cantor improvisado, acompañado por dos bandoneonistas, entonó con una voz apagada en la amplitud del río un himno al navegante solitario. Pero no tuvo tiempo de terminar la exaltación de la hazaña del timonel intrépido, pues la musical estampa de ribera quedó desarticulada con la intervención policial, Vendedores ambulantes trataron entonces de sacar provecho a la aventura y comenzaron a ofrecer fotografías e historias del marino audaz, mientras en la entrada del Yacht Club Argentino se producía un abundante despliegue de lapiceras para recoger firmas en un pergamino mediante una reducida contribución.
Acogida sonora
Intenso movimiento de embarcaciones de todo porte comenzó a registrarse en ese momento frente a la Dársena Norte. Enfilaron todas ellas. accionadas las más a motor, hacia la boca de entrada al puerto, por donde a las 10 pasó el Lehg II, al timón el piloto arriesgado. Una acogida sonora, cuyo eco devolvieron los galpones de los diques, se le tributó entonces Dumas. Las sirenas de los barcos recibieron al viajero, cuyo nombre era coreado por el público con vibrante acento. Maniobró Dumas con habilidad marina y deslizose en aguas de la Dársena Norte, a la espera del amarre definitivo. Un crecido grupo de embarcaciones de todas las entidades de yachting le brindaron apretada escolta. Formaron ese móvil conjunto de paños blancos barcos de diversos tamaños y formas, desde los de pesado porte de crucero hasta los de más menudos cascos, de ágil e inquieto avance. La flotilla de regatas del Yacht Club Argentino se deslizó a los costados del Lehg II, mientras las de otros clubs, venidas de distintos puntos del Río de la Plata -hasta hubo algunas de Quilmes- pugnaron por acercarse al ya famoso y recio doble pros del infatigable viajero.
A las 11, con una puntualidad de horario ferroviario que se respete, el Lehg II se afirmó en las amarres. Dumas, pegado al timón, había ejecutado una precisa maniobra, limpia y hábil. Fondeó frente al local del Yacht Club Argentino, al tope del palo mayor el gallardete de la entidad y poco más abajo una pequeña bandera uruguaya. El público agregó sus aclamaciones al agudo sonido de las sirenas y al seco estampido de las bombas disparadas desde la Asociación Argentina de Pesca, en cuyo costado un amplio cartel adelantaba la bienvenida al navegante solitario. Saludó Dumas con la gorra marina en alto y, reducido el cabecear del Lehg II, hallado al fin el quieto descanso del fondeadero, su piloto retribuyó el cálido recibimiento popular y arrió del palo de mesana la bandera argentina de guerra, a la que abrazó por cortos instantes, para volver a izarla. Una lancha se acercó al Lehg II y Dumas abandonó entonces en ella su sumario refugio náutico, dirigiéndose a la escalinata del Yacht Club Argentino. Todas las embarcaciones, con su empavesado de gala, que también lucía en el mástil de la entidad, compusieron una brillante nota de color marino, en medio de las velas desplegadas y la emoción en su registro más alto. Hubo en ese instante hondo fervor popular, adhesión profunda a quien había hecho ondular, en travesía de leyenda, la bandera de un pueblo que no siente, precisamente. curiosidad y emoción por el mar, y al que, sin embargo, el temerario piloto hizo asomar en el consagratorio epílogo de su trajinado periplo.
El protagonista
Vito Dumas
Era un sportman. Vito Dumas practicó natación, boxeo y atletismo. Pero sus mayores hazañas las vivió en soledad, en el mar. Nació el 26 de septiembre de 1900. El 27 de junio de 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, zarpó con el Lehg II, construido en los astilleros Parodi, en Tigre, con el objetivo de dar la vuelta al mundo. Siguió la ruta cercana al paralelo 40° sur, zona de frecuentes tormentas. Recorrió 20420 millas náuticas (37.818 kilómetros) y regresó al país 437 días después. Dumas falleció el 28 de marzo de 1965.
En tierra firme
La comisión de recepción del Yacht Club Argentino, presidida por el comodoro de la entidad, saludó a Dumas, al pisar tierra firme, quien con un semblante en el que no se ocultaban el cansancio ni la emoción, abrazó al vicealmirante Guisasola. La gente se apretujó y formó una barrera casi insalvable, que el navegante solitario superó en una larga y penosa marcha. Hubo incontenido afán por acercarse al marino, cambiar breves frases y estrechar su diestra. Substraído tras grandes esfuerzos de ese agitado vaivén, Dumas entró en uno de los salones del Yacht Club Argentino, cuyas puertas fueron clausuradas para impedir el desbordamiento de la concurrencia. Departió breve rato con las autoridades de la institución, con palabras entrecortadas, aunque precisas, y posteriormente, rodeado por un denso grupo, se dirigió a los vestuarios de la entidad. Desde allí se asomó por una de las ventanas que dan a la avenida Tristán Achával Rodríguez, y el público, descubierta su presencia, estalló en ruidosas demostraciones de afecto y simpatía. A un ademán suyo se amortiguaron las muestras de ese entusiasmo, y Dumas, en tono pausado y lento, se dirigió a la muchedumbre. Su improvisación fue breve: “Solo pido -dijo- que este entusiasmo de ustedes, de este momento, no se pierda nunca. El ejemplo que yo he dado no es para borrarlo en media hora, sino para llevarlo en el alma de ustedes, para bien de nuestra patria”.
Había precisado ante la multitud, transitoriamente en calma, el sentido idealista de su esfuerzo. La concurrencia estalló en fuerte aplauso y volvió a corear su nombre en forma sostenida. Después de conversar corto tiempo con las autoridades de la vieja institución de la Dársena Norte, pasó a la secretaría -vivo archivo de la náutica nacional- y se asomó a uno de los balcones que dan sobre el dique. Allí, entre las aclamaciones persistentes del público, saludó al capitán de un barco mercante surto en el puerto. El marino profesional, cuadrado en la popa de su nave, junto a su segundo, cambió el saludo mudo con el marino de vocación.
Al volver a la secretaría departió brevemente con los miembros de la comisión de recepción y recordó entonces algunos de los aspectos del salvamento del Lehg II, varado en las proximidades del faro Querandí, a 40 millas de Mar del Plata. Destacó la colaboración inestimable del personal de la Base Naval de esa ciudad, cuya pericia para esa clase de tareas, según dijo, permitió realizar con éxito una labor aparentemente imposible y llena de riesgos.
Curiosidad insatisfecha
Esperó aún un rato antes de abandonar el local del Yacht Club Argentino. Alguien concretó entonces las dudas de poder salir sin dificultades por la avenida costanera, ya que la puerta de entrada a la institución estaba prácticamente bloqueada por una concurrencia a duras penas contenida. Rápidamente se resolvió, sin embargo, el problema. Treinta y cinco minutos después de su arribo, Dumas, acompañado por algunos miembros de la comisión de recepción, se embarcó en una lancha, que, realizando un giro amplio, se dirigió a las proximidades del dique de carena de los talleres del Ministerio de Marina, transbordando al rastreador Cormorán, amarrado en el lugar, de donde pisó tierra para ir en automóvil a un hotel central.
El público no advirtió con rapidez esa evasión. Sólo momentos después de descubierta, se sintió en parte defraudado. A pesar de la certeza de que el protagonista de la hazaña se había retirado sin recibir la definitiva muestra de su aprecio, la concurrencia se mantuvo firme en el lugar. Varios emprendieron resignadamente el camino del regreso de una jornada en cierto modo frustrada, pero fueron los más los que se quedaron en sus puestos, guiados todos ellos por una curiosidad insatisfecha. Entretanto, varios barcos a motor, con nombres de claro acento peninsular, de los que hacen el servicio de pasajeros entre las distintas secciones del dique, llevaron a su bordo a crecidos grupos de personas a las cercanías en donde el Lehg II descansaba de su prolongado esfuerzo. Los propietarios de esas embarcaciones, sin ser pescadores, aprovecharon las ganancias en un río que no estaba, precisamente, revuelto. Y todavía por la tarde, cuando el Lehg II fue retirado de su fondeadero, numeroso público se hallaba situado en las cercanías del Yacht Club Argentino, a la espera de poder ver de cerca. en sus rápidas idas y venidas a la institución a que, con un propósito esencialmente idealista, sin intenciones especulativas, había ofrecido una magnífica lección de voluntad.
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