El secreto mejor guardado de los chicos
La hija de unos amigos recién empezaba a hablar. Así que le costaba pronunciar la palabra iPad. Pero la hizo corta, como en general hacen los chicos: le decía Pepe. En rigor, le resultaba más complicado decir iPad que usar su iPad. O Pepe, como quieran.
Añadiré esto: usaba esa iPad con más soltura que varios de los adultos que, claro está, no encontraban dificultad alguna en decir iPad. Así que su familiaridad actual con estas nuevas tecnologías, un año después, es prelingüística. Es previa al discurso. Se gestó antes que el razonamiento algorítmico al que los adultos, a veces con razón, a veces no, nos aferramos con tanta devoción.
Por eso, la hija de otro amigo, de 8 años, no tiene el menor empacho en declarar, al verlo manipular su smartphone: "Otro adulto que no sabe usar su celular". Esto, con un dejo de conmiseración. Él confiesa que a su hija no le falta razón.
Nos cuesta admitirlo. Lo adornamos de mil formas. Pero es inevitable: los adultos nunca podremos experimentar las tecnologías vigentes de la misma forma que los chicos. No importa cuánto sepamos al respecto. No es un conocimiento informativo, no son datos, no es saber programar en Java o configurar un router Wi-Fi. Se trata de algo mucho más profundo, se trata de un subconjunto de las reglas de la realidad. Un subconjunto fundamental, como se verá enseguida.
A nosotros nos ocurrió, hace mucho, lo mismo. Para los que tienen mi edad, por ejemplo, el hecho de que una caja de madera hablara o que hablara y además mostrara imágenes no tenía (ni tiene hoy) nada de raro. Pero admitamos que no es algo normal. Las cajas no hablan, punto.
Tan raro, de hecho, que mi bisabuela materna, llegada hacía poco a Buenos Aires de su ría natal, que nunca había visto un televisor en su vida, pasó una temporada muy enojada con un actor que hacía el papel de respetable padre de familia en una serie y de Don Juan en otra. ¡Un canalla!
No, no era ninguna tonta. Todavía recuerdo alguna de sus agudas observaciones sobre el tiempo, y como toda persona adulta, era capaz de comprender la ficción. El problema era el televisor.
Como nos ocurre hoy con un sitio Web o con el smartphone, los que no nacimos dentro de un cierto clima tecnológico tenemos problemas para determinar qué es real y qué no. Para mi bisabuela el televisor interfería con su capacidad de decodificar la ficción; obvio, porque las cajas no hablan.
Hoy un mail puede, con una supuesta advertencia bancaria, conducirnos a un sitio que es igual que el de nuestro banco, pero que en realidad es una copia, es falso. Esta clase de estafa se llama phishing y se basa en el hecho de que los adultos creemos, absurdo como suena, que una página Web es el banco. No, no lo es. Es una página Web. No es un banco.
O, parafraseando a la hija de mi amigo: "Otro adulto que no sabe diferenciar un edificio de ladrillos de una imagen bitmap y un poco de código Javascript".
Saber, ser, percibir
La sensación general (y la excusa más visitada) es que los chicos son quienes ahora tienen algo para enseñarnos respecto de las nuevas tecnologías. Es una simplificación brutal y un amasijo de conceptos equivocados.
Todos los chicos tuvimos siempre algo que enseñarles a los adultos, desde la época del arco y la flecha hasta la del cajero automático. Pero no se trata de una lección sobre tecnología. Es una lección sobre las reglas que rigen el funcionamiento de nuestras herramientas.
El segundo error está en creer que los chicos pueden enseñarnos lo que saben. No es así. Porque lo que ellos saben, o lo que sabíamos nosotros cuando éramos chicos, es intransferible, y es intransferible porque lo aprendieron (lo aprendimos) antes de ponerle lenguaje, verbo. Son cosas que incorporamos junto con la percepción visual o la experiencia del espacio tridimensional.
El tercer error es creer que los chicos saben mucho de informática. No. Los que saben sobre eso son los que acaban de graduarse en Ciencias de la Computación y leen código fuente como un músico lee una partitura. Lo que los chicos saben es algo más profundo y más abrumador. No lo saben, en rigor. Lo sienten. Más aún, lo presienten, es una ley de su percepción del mundo: las nuevas tecnologías son para ellos la única tecnología. Es lo normal.
La otra pésima noticia para nosotros los adultos, es que la especie, nuestra especie, ha producido nuevas tecnologías desde que se plantó sobre sus dos piernas y se puso en marcha hacia ese futuro llamado civilización. Las herramientas están entretejidas con nuestra naturaleza, no menos que el arte, el habla o la conciencia.
Por eso las épocas de avances disruptivos (la pólvora, la imprenta de Gutenberg o las computadoras personales) nos producen tanta ansiedad y nos confunden hasta aturdirnos. Podemos, con mayor o menor esfuerzo, darles la bienvenida, o podemos resistirnos. De un modo u otro, el secreto lo siguen teniendo los más chiquitos, para quienes el mundo siempre fue como es en el momento en que nacieron. Es normal que las cajas de madera hablen. Es normal que al pellizcar una imagen hagas zoom. Pronto será normal controlar la tele o el auto con la mente.
Por eso también es tan urgente achicar la brecha digital, y hacerlo mucho antes de que el niño empiece la escuela primaria (para entonces ya debe estar aprendiendo a programar, aprendiendo a ser ciudadanos digitales, no meros usuarios). Basta mirar un crío de menos de 2 años manipulando una tablet o un celular para intuir el formidable proceso –subterráneo, disfrazado de juegos y berrinches– que está teniendo lugar en su mente. Ha venido aprendiendo a manejarse dentro un espacio tridimensional donde rige la gravedad, ha incorporado las leyes que gobiernan la percepción visual y, como toda criatura humana, está descubriendo qué es una herramienta. Una rama aguzada hace 50.000 años o una iPad esta semana, es igual. Sin herramientas no llegará a ninguna parte. No es un tigre o un cefalópodo. Ni siquiera un castor, un hornero o un habilidoso cuervo. El chico, antes de poder comunicarse fluidamente con los adultos, ya puede vincularse con las herramientas de su entorno. Ha aprendido el clima técnico de su época.
A no desesperar. Los adultos, aunque estemos exiliados de esa percepción que los niños tienen de las nuevas tecnologías, podemos leer el manual del usuario, sacarnos el miedo a romper algo y, muy pronto, desenvolvernos con verdadera destreza. Además, y viceversa, hay en el mundo, en la realidad, reglas que nunca cambian. Son pocas. Es duro aprenderlas. Es doloroso, a veces. Lleva una vida. Y por mucho que nuestros chicos sepan sobre el clima técnico de la época, eso no es excusa para negarles ese puñado de lecciones que necesitan para desenvolverse en el mundo real.