Peter Gabriel, Picasso y el arte del desprejuicio
A casi nadie le gusta que llegue el domingo a la noche. Pero esta semana fue la excepción, al menos para mí. Por fin estaba en el estadio de Vélez para ver a Peter Gabriel, a quien oí por primera vez a los 17 años en el LP Selling England By The Pound -que conservo- y cuya vida es un ejemplo de compromiso. No sólo con la música, a la que no traicionó ni siquiera cuando las cosas se le pusieron feas, sino con la sociedad.
Cuando se apagaron las luces del estadio, fue una gran satisfacción observar que ese hombre al que hace 30 años calificaban de raro, durante mucho tiempo incomprendido, estigmatizado por haber abandonado Genesis, había colmado Vélez con una multitud que lo aclamó no por ciega devoción, sino por respeto y pasión. A Gabriel se le nota como a cuarenta cuadras que no hace música de oficio. Y se le nota también que no se la cree.
Por ejemplo, leyó en español la historia de cada canción que la banda se disponía a interpretar. Bueno, ¡por fin! Cada vez que voy a un recital y oigo al ídolo hablar en otro idioma, sospecho que muchos no pueden entender lo que dice. Pero desde el escenario debe ser fácil pasar por alto este detalle; a fin de cuentas, digan lo que digan, siempre los aplauden. En el mejor de los casos, farfullan un "Gracias, Argentina" o cosas así.
Gabriel hizo exactamente lo contrario. Cada canción vino precedida por un par de párrafos en español que leyó lenta y dificultosamente de una hoja de papel, y mientras tanto no volaba una mosca. Cuando erraba en la pronunciación, consultaba al público, que le respondían con estima. Es difícil, me imagino, arrancarles vítores a 50.000 personas. Pero más difícil me parece mantenerlos en respetuoso silencio.
Otro ejemplo: pidió un aplauso para el personal técnico, algo que no recuerdo haber visto antes, aunque me dice mi amiga Adriana Franco, jefa de la sección Espectáculos de La Nacion, que sí, cada tanto algún músico lo hace. Su cultura de recitales es, obviamente, inmensa. En todo caso, este gesto también demuestra que Gabriel tiene la humildad de los grandes.
Estaba allí, recordando canciones que vengo oyendo desde principios de la década del 80, cuando caí en la cuenta de que uno de los mayores atractivos que Gabriel siempre tuvo para mí es su total falta de prejuicio para con la tecnología. Ahora volveré sobre este tema, pero enseguida me vinieron a la mente los nombres de los músicos y pintores que más admiro. Prácticamente todos estaban a la vanguardia de la tecnología de sus tiempos o pujaron para innovar las técnicas de sus artes: Leonardo, Toulouse Lautrec, Mahler, Picasso, Bach, y muchos otros.
Hoy estar contra las computadoras e Internet queda bien, en ciertos ámbitos, como si la electrónica y las telecomunicaciones pudieran contaminar el arte. Bueno, si alguien viene dando una lección en el sentido opuesto, ese es Peter Gabriel, y desde mucho antes que aparecieran la PC y la Internet pública.
Cintitas
Entra en escena un instrumento musical que usted no creerá que realmente alguna vez existió: el mellotron . Siguiendo los pasos de The Beatles, que ya lo habían usado con notoriedad, Genesis fue una de las bandas que empleó esta increíble cosa nacida en la era previa al chip, lo mismo que Yes, King Crimson, Tangerine Dream y un puñado más. Gabriel había fundado Genesis, claro está, y hoy sabemos que no pudo sino ser él quien fomentó la experimentación con nuevas tecnologías. Pero lo del mellotron es un ejemplo extremo. ¿Por qué?
Como todavía no había circuitos de memoria accesibles donde guardar muestras de instrumentos reales (voces, cuerdas, bronces y demás), el mellotron usaba cintas de audio que contenían unos ocho segundos de sonido; una cinta por tecla, y todas ellas accionadas por motores. ¿Se lo imagina? La posibilidad de tener al alcance de los dedos varios instrumentos sampleados era maravillosa, pero obviamente los músicos debían lidiar con una máquina con tantas y tan delicadas partes móviles que se descomponía a menudo. Afinarlo era una pesadilla. Robert Fripp, que colaboraría con los tres primeros discos solistas de Gabriel, acuñó la frase "Tuning a mellotron doesn´t"; difícil de traducir literalmente, pero significa que no era posible afinar uno de estos instrumentos. ¡Lógico! La más leve variación en la velocidad de reproducción de las cintas cambiaba la afinación.
El mellotron era amado y odiado, y sólo los que tenían claro que la tecnología había sido desde siempre un aliado de la música se atrevieron a domar esta bestia, cruza de piano con telar y grabador de cinta. Los resultados fueron magníficos, pero los costos en enfados, disgustos y horas de estudio perdidas han quedado registrados en la historia de la música de aquellos años. (Hay que decir, no obstante, que el instrumento, cuyo sonido es verdaderamente único, no desapareció por completo. Más aún, hoy se consiguen sonidos de mellotron para sintetizadores digitales.)
Cuando llegó el primer sampleador polifónico digital, el Fairlight CMI, Gabriel estaba en primera fila para comprarlo. ¡Había llegado el mellotron sin cintas! En realidad, era mucho más que eso, y el ahora músico solista entendía perfectamente de qué se trataba.
Pero el costo era aquí de otra clase: aunque hoy casi cualquier teclado doméstico tiene más y mejores funciones, el CMI (por Computer Musical Instrument ) salió a la venta en 1979 con un precio de 20.000 dólares, unos 56.000 dólares de hoy. Uno de sus mejores discos, Peter Gabriel IV , también llamado Security , contiene mucho CMI. Y no sólo eso. El álbum fue uno de los primeros registrados digitalmente de punta a punta. ¡En 1982!
Sin embargo, Gabriel no estaba simplemente encandilado con la tecnología. Mientras exploraba las nuevas herramientas electrónicas, rescataba ritmos y sonidos ancestrales. Pese a que cada sonido digital de sus discos era minuciosamente esculpido, no era un techie . Su paleta incluía desde el CMI hasta instrumentos étnicos. Fundaría Womad en 1980 y, pese al escepticismo con que se recibió su proyecto al principio, su festival hoy convoca 80.000 espectadores por edición.
Pero este artista no se iba a agotar en la música, por rica que ésta fuese. Su compromiso con los derechos humanos y el pacifismo es otro de los motivos por los que sigue vigente. En su tercer álbum, de 1980, está una de sus obras más conmovedoras, Biko , sobre el activista anti apartheid Stephen Bantu Biko, asesinado por la policía sudafricana en 1977. En Security, la terrible Wallflower nos tocaría muy de cerca.
CD-ROM, Internet y después
El Libro Amarillo, que define el estándar del CD-ROM, es de 1985. En 1992, Gabriel ya estaba publicando Xplora1 , un CD de computadora para visitar su carrera con ánimo lúdico e interactuar con su obra. Aunque hoy podría parecer algo trillado, en su momento era una pieza única, a años luz de lo que otros músicos vanguardistas se atrevían a hacer por entonces. Gabriel había captado la onda, una vez más. En 1997 llegaría EVE , su segundo CD-ROM, que obtuvo premios y sigue siendo considerado una obra de arte del género multimedia.
Cuando Internet abrumó a músicos y discográficas, Gabriel ya estaba viendo más allá y de nuevo entendió lo que se venía: artistas que llegan a su público de forma directa, como ya es el caso de NIN y Radiohead. Invirtió entonces en el sitio The Filter ( www.thefilter.com ) que usa un algoritmo de matemática bayesiana para filtrar la música basándose en los gustos del usuario. Declaró que "las discográficas son necesarias, pero que no deben apoderarse del músico", y siguió para adelante. Como bien dijo Daniel Amiano en el reportaje que publicó en la revista LNR hace dos semanas: "Da la sensación de que es un hombre que sólo tiene futuro" ( www.lanacion.com.ar/1107308/ ).
Pianísimo
El domingo, como casi siempre, terminó el espectáculo con Biko . En el escenario se veían pantallas de computadora y sonaba una gaita, una gaita real. Era la síntesis perfecta de ese hombre de 59 años recién cumplidos que sigue dando cátedra de lozanía intelectual. Recordé entonces esa frase atribuida a Picasso: "El camino de la juventud lleva toda una vida". Y até cabos. El gran malagueño no sólo quebró con las reglas formales del arte de su época (de toda época, en realidad), sino que indagó en nuevas técnicas a la vez que abrevó en las esculturas africanas; con Las señoritas de Avignon , nada menos. Usó de todo, con la misma clase de desprejuicio con que Gabriel reúne una gaita, una canción de protesta y sintetizadores de última generación.
De allí salté a Lautrec, que no tuvo el menor empacho en explorar una forma de expresión que estaba cien años adelantada: el poster, por entonces considerado un bastardo que no merecía figurar en el altar de las artes.
Me detuve en Bach, criticando la versión de Gottfried Silbermann del piano de Bartolomeo Cristofori, pero no, como podría creerse, porque fuera algo nuevo, sino porque no era todavía lo bastante expresivo: sus notas agudas tenían poca sonoridad para permitir un rango dinámico completo. Cuando en 1747 le dio el visto bueno, había sido el artífice, con sus críticas, de una tecnología todavía insuperada que acompaña a la música. Es más: Bach se dedicó luego a vender pianos. Por entonces era hi tech .
La lista podría seguir, pero me llevó a enfocar una cosa de lo más obvia y, sin embargo, ignorada: ¿cómo se puede ser un artista genial cuando se carga con prejuicios? Contra las computadoras o lo que sea, los prejuicios son enemigos de la creatividad.
Por un par de horas, esa sensación incómoda que siento a veces al defender las nuevas tecnologías de las acusaciones que las consignan como enajenantes e inhumanas desapareció.
Gracias, maestro.