En el desierto de Arizona existe un micromundo que se sustenta por sí solo. Es un complejo científico que se puede visitar, construido para experimentar y preparar la colonización de otros planetas. Un equipo de científicos estuvo confinado allí dos años enteros.
En el pasado, las epidemias y las pestes perdonaron a veces a los pueblos más aislados: pero nunca hubo lugares en que los hombres vivieran de manera absolutamente autónoma o autárquica. Ni en las profundidades de la selva amazónica, ni en los asentamientos más remotos del norte de Groenlandia, ni en las montañas de Nueva Guinea donde se vive todavía como en la Edad de Piedra, ni en los latifundios romanos que se autoabastecían en periodos de conflictos. Hubo sociedades, pueblos, individuos más o menos retirados y ermitaños, pero ninguno funcionó en circuitos herméticamente cerrados. Los bienes, los hombres… y los virus circularon siempre.
En realidad, el único verdadero caso de autarquía completa es relativamente reciente y fue llevado a cabo con fines científicos. Está en el desierto de Arizona, en medio de la nada, entre Tucson y Phoenix. El complejo se llama Biosphere II y luce como una suerte de castillo futurista con techos de vidrio y domos que brillan bajo el sol, alrededor de un torreón de un blanco inmaculado.
Otro planeta en el desierto
Podría haber sido un set de filmación para una película de ciencia ficción. Pero es mucho más increíble: es el intento más avanzado y mejor logrado de la humanidad para recrear un mundo que funcione de manera totalmente autónoma. Una especie de cápsula biológica. Una nave espacial en tierra. El objetivo original fue crear un sistema autosuficiente que podría ser replicado alguna vez en el espacio para colonizar algún planeta. ¿Marte? Era la meta concreta de quienes lo concibieron, a fines de los años 80. Sin embargo, luego de primeros tiempos entusiastas el proyecto fue reorientado hacia estudios ambientales y abrió al gran público.
Biosphere II no es el único intento de recrear un mundo autárquico y autónomo. Pero desde su creación ha sido el más avanzado y el mejor logrado. Su último avatar abrió el año pasado en el desierto de Gobi: los chinos construyeron ahí una versión "light" de esa idea y reciben a turistas, estudiantes y escolares para darles la posibilidad de experimentar lo que podría ser una breve estadía dentro de una base fuera de nuestro planeta.
Space Biosphere Ventures invirtió cientos de millones en la construcción de este planeta en miniatura, entre 1987 y 1991. La empresa fue creada por los hombres de negocios Ed Bass y John P. Allen: este último es todo un personaje que también escribió obras de teatro, fundó comunidades y recorrió el mundo para estudiar culturas originarias. Mientras Bass aportaba fondos, Allen proveía ideas. Uno de los CEO que lo sucedió fue el discutido Steve Bannon, que el gran público conoció cuando dirigió la campaña electoral de Donald Trump. Llegó recién en 1993 a la cabeza del proyecto, en medio de problemas y conflictos. Se quedó poco tiempo, apenas lo necesario para dar un cambio de timón a Biosphere II y enfocar las prioridades hacia temas ambientales y ecológicos, en reacción al recalentamiento global que ya era un tema de preocupación a principios de los 90.
Oro y oráculo
Allen eligió las afueras de Oracle para construir su mundo-fuera-del-mundo. Ya era un habitué de los desiertos. Luego de haber estudiado a los bereberes en Marruecos fundó el ecopueblo Synergia Ranch en Nuevo México, en 1969 (reconvertido con el tiempo en una comunidad para jubilados acaudalados).
¿Habrá elegido Oracle por el nombre? Hace pensar en la divina pitonisa de Delfos, que los antiguos griegos consultaban para conocer el porvenir. Biosphere II fue concebido como una especie de médium que podría habernos dado indicios sobre cómo será vivir, en el futuro, sobre otros planetas.
Sin embargo, el nombre del lugar tiene una realidad mucho más trivial. Es lo que los norteamericanos llaman una CDP, una Census-Designated Place, es decir una comunidad que el censo toma en cuenta para las estadísticas, pero que no tiene existencia jurídica ni administrativa. Es un estatuto bastante común en Arizona, donde hay 360 CDP que agrupan el 14% de la población del estado. Muchas son comunidades hippies fundadas luego del Summer of Love y otras son pueblos indios dentro de reservas. La más famosa de las CDP es Sun City, un gigantesco country autogestionado de más de 35.000 habitantes, exclusivamente habitado por jubilados y ancianos.
El primer residente de Oracle fue el canadiense Albert Weldon, que buscó -y encontró- oro en las montañas locales y dio al lugar el nombre de su concesión minera (que a su vez tenía el nombre del barco de su tío, a bordo del cual viajó desde el Nuevo Brunswick hasta California, a mediados del siglo XIX). No es la única versión sobre el origen de este nombre, porque la dimensión mitológica del oráculo es demasiado tentadora. Pero es la única que está bien documentada. Salvando distancias y épocas, la adivina griega hubiera podido advertir a los aventureros que el oro no era abundante y que la incipiente colonia no lograría transformarse en municipio. En la actualidad tiene unos 3.500 residentes y la mayor actividad está relacionada con producciones artesanales, eventos new age y sobre todo el turismo y las visitas generadas por Biosphere II.
Gran Hermano antes de tiempo
El complejo científico fue terminado en 1991 y en seguida fue habitado por un grupo de ocho residentes que durante dos años enteros permaneció sin ningún contacto con el resto del mundo (ni siquiera para recibir oxígeno o agua). El confinamiento empezó el 26 de septiembre de 1991 y pudo ser llevado a cabo como estaba previsto a pesar de algunos parámetros que no resultaron como se esperaba. El equipo estaba conformado por cuatro mujeres y cuatro hombres.
Salieron el 26 de septiembre de 1993, pero en realidad no pasaron los dos años en total aislamiento, porque al cabo de trece meses la tasa de oxígeno en el aire no era suficiente y necesitaron algunas intercambios atmosféricos con el exterior.
Este punto enfrió el entusiasmo del mundo científico en torno del proyecto, que sin embargo resultó positivo por muchos otros datos que pudo aportar. También fue un éxito comercial, ya que medio millón de personas pagaron una entrada para verlo durante esos dos años: era como una versión científica de Gran Hermano o del Truman Show. Entre 1991 y 1993, Biosphere II llegó a ser la segunda atracción turística de Arizona, luego del Gran Cañón.
Como ocurre muchas veces, un problema se convirtió en punto positivo: la dificultad de la generación de oxígeno y su estudio aportaron nuevos conocimientos sobre la salud y el desarrollo de los corales y su evolución en relación con el cambio atmosférico. El arrecife coralino recreado artificialmente dentro del complejo es uno de los cinco mesocosmos (lugares confinados en los cuales es posible modificar en parte o el conjunto de los parámetros). Los demás son una microselva tropical húmeda, un rincón de desierto, un fragmento de sabana arbustiva y un diminuto manglar.
A lo largo de los dos años del primer confinamiento, los miembros del equipo pudieron comprobar la formación de 87 nuevas colonias de corales. Mientras se preparaban para llevar la vida a otros planetas, se encontraron maneras de cuidar la de nuestra Tierra, que bien lo necesita.
Bass y sus equipos quisieron profundizar los estudios y el experimento y lanzaron en 1994 una segunda fase. Ese intento fracasó luego de un solo mes, a raíz de problemas internos entre los integrantes. Allen fue despedido por Bass y las 668 hectáreas de terreno fueron vendidas a promotores. Oracle se agrandó y las estructuras consiguieron un nuevo dueño: fueron recuperadas por la Arizona University en 2007 para llevar adelante experimentos y estudios sobre los cambios climáticos, con la condición de abrirlas para el turismo.
Un pulmón de acero
Uno de los momentos más interesantes de la visita es justamente el reservorio de 685.000 litros de agua salada que recrea el Mar Caribe con sus colonias de coral. Los guías están preparados para aportar muchos datos interesantes sobre su formación y el episodio de la generación de oxígeno. Pasando de un ámbito a otro, las cifras se suceden (11 metros de alto: la altura de las lomas artificiales, repletas de sensores) renovando el interés por esta increíble estructura, construida de la nada para funcionar de por sí sola.
Haciendo abstracción del desierto de Arizona que se puede ver a través de las paredes vidriadas, Biosphere II es al final lo más parecido a una nave navegando por el espacio, con pequeñas parcelas de la Tierra a bordo, que se mantienen de manera autónoma para futuras generaciones de pasajeros... Y esa nave ni siquiera toca el suelo, como lo recuerdan los guías: está apoyada sobre 500 toneladas de placas de acero inoxidable que la aíslan completamente.
La naturaleza y la tecnología se combinan en todo instante, porque cualquier dato, cualquier interacción, cualquier cambio se mide, estudia y analiza. Como lo recuerda el "pulmón", una pesada maquinaria de 16 toneladas que tiene la ligereza de una pluma. Regula la presión dentro del predio en función de la temperatura del aire exterior y se mueve en reacción al más mínimo cambio en el termómetro. Sin este dispositivo, las estructuras selladas de Biosphere II hubieran podido explotar.