Aventurero. El cordobés que vivió con tribus primitivas y recorrió 163 países
Pablo Sigismondi es, seguramente, uno de los argentinos que mas kilómetros lleva bajo la suela de sus zapatos. Viajero empedernido, andariego de tiempo completo, nómade de alma, escriba, fotógrafo y geógrafo de profesión, lleva recorridos 163 países de los 193 que forman la lista oficial de la ONU.
"Viajar es una ayuda para quitarnos los velos. A veces nos asustamos cuando vemos imágenes de mujeres en países donde se utilizan prendas que cubren sus rostros. Sin embargo, esos velos son visibles, palpables, explícitos. Nosotros llevamos sin que sean tan claramente visibles velos culturales, ideológicos, políticos, religiosos, y hasta educacionales que nos anulan la mirada sobre el otro. Viajar ayuda a quitarnos esos velos interiores que por miedo, educación o comodidad nos han moldeado la mirada sobre el mundo. Viajar es mucho más que trasladarse o hacer turismo porque es un estado espiritual que comienza en el interior. A medida que uno más viaja, más va quitándose los prejuicios y los miedos previos", dice este hombre con amplio conocimiento de causa.
Lo suyo no es una carrera de kilómetros ni de cantidad de países recorridos. El de Sigismondi, que viaja desde hace más de treinta años, se trata de un viaje de conocimientos y de comprensión, de conexión en tiempos de desconexión, de preocupación por el planeta y por los seres que lo habitamos.
Cuando Pablo, cordobés de nacimiento, ciudadano del mundo por elección, comenzó a viajar, por supuesto que no había Internet, y hasta llamar por teléfono podía ser una aventura. "Una vez, en Zimbabwe, deambulé todo el día para conseguir un teléfono hasta que pude llamar desde un hotel cinco estrellas. Mi sobrina cumplía un año y no quería que pasara ese día sin llamarla. Así, me enteré de que mi papá estaba muy mal, tomé la decisión de volver y llegué para acompañarlo en su viaje a la eternidad".
Pablo considera que viajar previo a las redes era mucho más saludable porque ayudaba al desenchufe total y radical con nuestro origen, y nos insertaba sin interferencias en la cultura y el lugar que visitábamos. "Todo se buscaba desde la palabra, desde el movimiento y desde la empatía; donde te alojabas, cómo te movías; cómo obtenías los visados. Eran odiseas que tardaban semanas, meses. La lógica del viajero se ha visto profundamente alterada, hoy casi todo es posible obtenerlo desde un celular. Sin embargo no se siente cómo pica tu cabeza cuando ves la foto del pakol (sombrero típico ) afgano. Necesitamos colocarnoslo para vivirlo. Hay que utilizar las nuevas tecnologías para viajar, pero hay que saber desconectarse de ellas cuando se está viajando".
Más allá de publicar sus crónicas y fotografías en diversos medios, Pablo es geógrafo, una profesión que mamó desde la infancia, cuando su padre, Pedro, les compraba a el y su hermano "El Almanaque Mundial", una publicación anual con datos a información de todo el mundo. A los doce años ya conocía todos los países con sus capitales y otros datos y comenzó a percibir que estudiar geografía sería lo que más lo acercaría a los viajes. "Devoraba -y lo sigo haciendo- todo libro relacionado con temas geográficos".
Viajes iniciáticos
Este trotamundos cita las visitas que hizo a las tribus de los Dani en Irian Jaya (Papua Nueva Guinea, Indonesia) o al matriarcado Kalash en Pakistán. De su paso por Papua Nueva Guinea, recoge una de sus anécdotas iniciáticas. "En 1998 recorría el sendero de Kokoda, una antigua vía de comunicación de la Segunda Guerra Mundial, solo, sin guía, contradiciendo a los lugareños. Avancé en medio de la selva sin dificultades, cruzando ríos y arroyos, quitando las telas de araña del camino con mi trípode. El tercer día, pasado el mediodía, sólo había comido caramelos y tomaba agua de los ríos que purificaba con yodo. Y perdí el sendero. Lo busqué por todas partes, pero no hubo caso. Consciente de lo que significaba estar ahí solo, decidí regresar a la aldea. Llovía, y también perdí ese otro sendero. Pensé que sería el último día de mi vida. Primero me asusté, después me relajé y antes que anocheciera hice un claro alrededor de un tronco y me senté a esperar el final. En pocos minutos llegó la noche tan temida. Empapado y embarrado, las imágenes de mi vida comenzaron a desfilar. Tuve serenidad y paz; sólo me angustiaba imaginar que, al cabo de unos días, el ecosistema no dejaría más que la cámara y el trípode, y que mi familia jamás volvería a saber nada de mi. Me desperté antes del amanecer con el canto de los pájaros, agradecí a Dios y le pedí a mi padre que me ayudara a salir. Solo caminé unos metros para encontrar el sendero de regreso. En la aldea, nadie podía creer que hubiera pasado la noche ahí".
Pablo se financia de formas diversas. Charlas, seminarios, notas, fotos y hasta el trueque con agencias de viajes. También cosechó manzanas en Italia y plastificó pisos en Alemania. De todos sus viajes, resultó el libro "Mujeres" (Editorial Raíz de Dos ), editado en 2015, con fotos suyas y escrito por María Teresa Andruetto a partir de sus relatos, diálogos y entrevistas.
Sigismondi atravesó muchos lugares en conflicto. "En las geografías salpicadas de desencuentros, guerras, destrucción y muerte, el viajero correrá riesgos y deberá tener un olfato agudizado que le permita atravesar con éxito los enemigos que se odian sin piedad. Cruzar de Israel a Gaza, o de Palestina a Israel, desde Turquía al Kurdistán o desde la India a Pakistán significará que estamos en la mira porque todos los bandos enfrentados considerarán que somos espías. Deberemos olfatear muy bien, incluso hasta utilizar coartadas si fuera necesario". Y en ese sentido, rememora otra de sus tantas vivencias, salpicada, por el peligro latente. "Una tarde muy oscura y fría, caminé sobre la nieve para conocer la ciudad histórica Armenia de Aní, en Turquía, al lado de la frontera que divide a estos archienemigos. No había nadie así que decidí pasar la noche en una casilla de fibrocemento en la entrada. Acomodé mi bolsa de dormir, comí unas galletas y me recosté. Estaba profundamente dormido cuando comencé a escuchar gritos, y al despertar, unas linternas me alumbraban entre palabras inentendibles. Dos hombres grandotes y barbudos hacían señas para que me levantara. Sin demasiadas opciones, les hice caso y salimos. A medida que avanzábamos por el campo desolado, sólo pensé que me matarían o, en el mejor de los casos, sería secuestrado por algún grupo. Caminamos unos diez minutos en la noche helada. De pronto, comencé a escuchar voces, estábamos en una vivienda. Al abrir la puerta, las mujeres y los niños me esperaban con comida, y una cama con frazadas de cueros de oveja".
Sigismondi disfruta de andar largo y tendido, pero no tanto. El viaje más largo que hizo sin regresar al país, le llevó un año y medio. "Me gusta regresar periódicamente, descargar la mochila de anécdotas, fotos y vivencias, entregar lo aprendido y volver al camino. El viaje no se termina hasta que no se lo puede contar, y hay que regresar para contarlo porque nunca se lo podrá transmitir en toda su magnitud en otro lugar, con otro idioma, con otra cultura". Aquella vez, recuerda, partió de Córdoba rumbo a Europa, cruzó por Italia al norte del África, continuó al cercano Oriente, al Cáucaso y Asia Central. Viajó hasta Vladivostok, en el Extremo Oriente de Siberia y luego regresó a Europa en el mítico tren Transiberiano.
Pablo afirma que un viajero experimentado puede transmitir vivencias, pero asegura que solo se aprende a viajar, viajando. "Para descubrir con profundidad se necesita viajar solo, sin amigos, ni familiares, ni parejas, para no crear una burbuja con el que es un par, para abrirse al lugar, para compartir sin juzgar, para no volver todo el tiempo a tu lugar desde el pensamiento o el recuerdo. Porque el viajar significa abandonar todo lo conocido, lo aprehendido, lo establecido como normal para empezar de nuevo. Para volver a comunicarte con las manos y los gestos, volver a saber pedir, a necesitar del otro para comer, dormir y sobrevivir. Y eso, acompañados, es menos profundo".
En las fotos, Pablo siempre luce sonriente, a veces de barba tupida, otras no tanto; se lo puede ver con la cara pintada en Nepal, abrazado a los lugareños en todos lados, y vestido con atuendos típicos. Sus fotos y relatos nos trasladan a sitios remotos que van de Irian Jaya a Corea del Norte, de Afganistán a Somalilandia, de la República Centroafricana a Siria. "En muchos lugares, si no compartís y vivís y comés como la gente del lugar, te vas o te morís. Nadie te llevará a una cadena de comidas internacionales ni a un hotel cuando visitás a los Tuareg en Mauritania o Níger, o a los nómades en el desierto sirio. A partir de la posibilidad de desarrollar la empatía, de la capacidad para mimetizarte con el lugar y sus costumbres, incluso hasta vistiéndote como su gente uno logra acercarse en los sitios mas remotos".
La lengua puede resultar un escollo, si uno no sabe como sortearlo. Pero Sigismondi, a fuerza de empatía, lo logra. "¡Ah, la comunicación, el gran secreto del viajero! Son muy pocos los idiomas que potencialmente estudiamos y que nos podrían permitir comunicarnos desde la palabra con las tribus de la mayoría de los sitios que visité. Ayuda saber idiomas europeos pero cuando estás entre los pigmeos en el África Ecuatorial, o con los Dani, si no hay empatía, estás frito".
Fiestas sagradas
Sigismondi enumera un sinfín de sitios sagrados por los que pasó. Lalish, principal centro de la religión yazidí, creyentes perseguidos por Isis, en Irak. Karbala, Mashad y Qom, en Irak e Irán respectivamente, ciudades sagradas para los chiítas islámicos. Los sitios de los drusos, israelitas y alahuitas en Siria; Safed, en Israel, un lugar de relevancia para la Kábalah judía; los templos zoroastreístas de Yazd en Irán y sus Torres del Silencio; los sitios Bahai en Haifa y Nueva Delhi; otros cristianos como Maalula, en Siria, uno de los últimos rincones donde se habla arameo, que era la lengua de Jesús. Jerusalén "y su locura mística", el Monte Agio Oros (Athos) en Grecia. También recuerda su peregrinación a la montaña Adán en Sri Lanka y a santuarios budistas e hindúes en India. Y cuenta que fue testigo de celebraciones como el Now Ruz (Año Nuevo Persa) en Diyarbakir (Turquía), o el Kumbh Mela de Allahabad (Prayag) donde se reunieron más de setenta millones de fieles en la unión de los ríos sagrados Ganges y Yamuna, en la India. El año pasado, participó por primera vez de la ceremonia mapuche del Wiñol Xipantu, en Neuquén.
También recuerda su paso por el sitio que algunos afirman que es la tumba de Jesús, en Srinagar, la India, entre tantos otros. "Las creencias nos ayudan a comunicarnos con el cosmos, la creación y ese más allá que desconocemos y nos desconcierta. Son las respuestas que cada lugar y cultura dan para intentar mitigar la angustia existencial que nos acompaña desde el nacimiento". Y su paso por México y las creencias de los pueblos originarios como los lacandones, wixárikas y mayas. De alli recoge otra de sus temibles aventuras, a bordo de La Bestia , bajo un sol abrasador. "En Arriaga, Chiapas, me subí al tren de la muerte o La Bestia para viajar al norte junto a los migrantes centroamericanos. Quería experimentar qué se sentía estar en esos vagones, sostenido sólo por los dedos apretados a la red metálica que cubre los techos. Al comienzo todo fue charlas y risas; podía ver cómo se largaban del vagón con rapidez cuando atravesábamos cultivos y campos con árboles de mango, los recolectaban y con increíble destreza y volvían a subir. Cuando al fin me sentí más integrado y cómodo, decidí fotografiar…¡Muy mala idea! Enseguida, un grupo comenzó a increparme, y después se acercó un hombre corpulento, lleno de tatuajes y me dijo: '¿Qué haces aquí? ¿Por qué las fotos?' Le dije que me habían autorizado otras personas, que me habían invitado a subir, y los señalé, pero nadie se inmutó; todos se dieron vuelta como si jamás me hubieran visto. Entonces, gritó :"lárgate ya mismo del tren, cabrón!'. Así que guardé todo, esperé unos minutos que se hicieron eternos, hasta que atravesamos un pequeño poblado y me largué.
El último viaje que hizo fue a Jamaica, en diciembre pasado "Me interesó descubrirlo más allá de la maqueta turística y la postal idílica. La cultura rastafari, las plantaciones de cáñamo y su utilización".
Con conciencia ecológica
Hombre de intereses humanitarios, lo conmueven las luchas socioambientales, las que se llevan adelante en distintos pueblos del mundo por la justicia ecológica y social. Así, visitó Chernobyl y Darvaza y el lago Aral, en la antigua Unión Soviética, que para el son emblemas de tragedias sociomedioambientales de escala planetaria, como la deforestación en las selvas ecuatoriales de Borneo y África Central; la problemática de los pobladores de las Islas Maldivas ante el aumento del nivel del mar y su estatus de refugiados climáticos.
"Cada lugar es una sorpresa cuando se lo ve desde La Cara Oculta que presenta, aun los sitios más trillados. Irian Jaya, Afganistán, la República Centroafricana, Corea del Norte, Somalilandia y Siria me quemaron la cabeza. Irian Jaya es un viaje a la prehistoria, a aquello que fuimos los seres humanos hace 10.000 o 15.000 años, cuando éramos caníbales y caminábamos desnudos. Afganistán es un pueblo indomable, imposible de dominar. En República Centroafricana, dado la guerra, viven en absoluta oscuridad, primitivismo y desconocimiento. En Corea del Norte, por su hermético régimen es muy difícil documentar, y es imposible moverse por sí mismo. En Somalilandia, entrás y te sellan el pasaporte para que viajes y visites sus mercados de oro y de camellos por un país que en los mapas no existe. Siria sorprende por la maravillosa hospitalidad y generosidad de su gente, la manera de incorporarte a ellos aun en las circunstancias más difíciles"
Pablo destaca la enorme diferencia que estas sociedades presentan a los ojos de Occidente. Quizás una clave que hoy, en tiempos de pandemia, nos sirva para aprender. "Mientras para nosotros prima lo individual sobre lo colectivo, en todos los pueblos y sitios de la tierra donde no entendemos cómo hacen para sobrevivir a pestes, guerras y empobrecimiento, el espíritu de tribu, de grupo, de clan, está muy por encima del yo, y a nadie se le ocurriría contradecir el bien común colectivo por la realización personal. Hoy, encerrados en casa por la pandemia ¿Seremos capaces de empezar a comprender que estamos errando en nuestra relación con la Pachamama. Hoy, tal vez a la fuerza, la tierra está sacudiéndonos, más enojada y por las malas, para que la escuchemos. Hoy, tal vez como nunca antes, estamos entendiendo que el deterioro de los ecosistemas y su fragmentación son un reto para toda la humanidad. Hoy percibimos con esta pandemia que la dinámica de este mundo globalizado que había reducido el rol de los estados a meros gendarmes de la división internacional del trabajo no sólo destruye los ecosistemas en los países periféricos sino que, con este virus, puede llegar con asombrosa velocidad a todos los rincones del planeta. ¿Asumiremos que no somos dioses y que la Tierra está autorregulándose una vez más?", se pregunta.