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"ATENCIÓN A 150M SEMÁFORO", reza uno de los primeros carteles que se ve al llegar a la ciudad, quizás como para prevenir sobre la rareza de una señalización de esta índole en estos pagos.
Por las calles adoquinadas pasan lentas las bicicletas, las motos, los perros y los autos. Nacida de fortines que eran trasladados cada vez más al sur para ganar leguas a los indios, Chascomús aún conserva una atmósfera colonial que se deja ver especialmente en sus añosas fachadas.
Para conocer la ciudad y sus orígenes, la gesta de los Libres del Sur, las costumbres del gaucho y mucho más, lo indicado es comenzar por el Museo Pampeano. A pocas cuadras de allí está la Plaza Independencia, rodeada por la Catedral, la Casa de Casco, construida en 1831 y escenario de varias escenas de la película Camila, el Club de Pelota con su pintoresco bar y el Palacio Municipal.
Muy cerca de la laguna asoma la centenaria Capilla de los Negros, santa y candombera, que supo ser templo de la comunidad negra del lugar.
La esencia de Chascomús también se deja espiar en sus esquinas sin ochavas, en sus callecitas con bulevares, en la pesca del pejerrey, en los mentados atardeceres sobre la laguna y hasta en un Castillo de la Amistad con rey y todo.
A los hoteles, cabañas y campings existentes se suman algunas posadas. Una de ellas es la Posada Villa de la Costa. Cuando sus hijos crecieron y dejaron el nido, Susana Villa decidió hacer algo con esa enorme casa con vista a la laguna.
Decoró con acierto los cuatro dormitorios, les agregó frigobar, TV y aire acondicionado, y desde el año 2000 recibe de buen grado a locales y extranjeros con un régimen de bed & breakfast. Apenas unos pasos separan la posada del mejor restaurante de la ciudad: De la Guardia.
Cerca de Chascomús, tientan con sus propuestas las estancias abiertas al turismo rural. Visitamos dos de ellas, encantadoras cada una a su modo.
La Mamaia
En el kilómetro 16 de la ruta provincial 20, se detecta una propiedad de mil hectáreas en las que conviven cultivos y ganado. Pionera del turismo rural en la región, Mercedes Campomar recibe turistas desde hace más de diez años. Un bosque de casuarinas es el proscenio de este precioso casco inglés de paredes amarillas, techo verde y ambientes amplios y luminosos decorados con sabor a hogar.
Mercedes dirige La Mamaia con sobrada experiencia. En la cocina la ayuda Ofelia, valioso aporte que redunda en una concepción de platos caseros de inobjetables resultados. Tal es el caso del peceto a la cacerola con zanahorias glaceadas y del carré de cerdo con puré de manzanas.
Muy cerquita de la casa está la piscina cercada y un área con juegos para chicos. El lucido parque invita a apoltronarse en alguno de los sillones de la galería y disfrutar del aire de campo con un paisaje de eucaliptus, plátanos e incontables especies de aves.
Para pasear después de la siesta obligada, nada mejor que los caballos o la volanta. También se puede visitar la capilla familiar, ubicada al lado del casco de La Josefina (estancia que visitaremos próximamente), o practicar golf o jugar al tenis en el country Chascomús. Un arroyo dentro de la estancia desafía a probar suerte con la caña de pescar, y para los más exigentes en este menester, muy cerca de La Mamaia se encuentra la laguna Vitel.
La Florida
A pocos minutos de Chascomús, entre Altamirano y Gándara, la estancia se descubre como uno de esos lugares mágicos que invita a "desensillar" en cada uno de sus rincones: el patio interno con su mandarino centenario, la enorme piscina cerca de la manga, el lindísimo parque con sus frutales por acá y sus fresnos e higueras por allá, el gran living con ventanales que dan al monte y por supuesto, los tres dormitorios de techos altísimos, cada uno con su baño privado y vista al parque. El espléndido casco, en forma de u, se terminó de construir en 1918 y conjuga los estilos criollo, argentino e italiano.
Escribano de profesión, Martín Peragallo se dedica en La Florida a dos proyectos conjuntos: la producción lanera y el turismo rural. Sus llamas blancas, ovejas Merino y cabras de angora hablan del primero. El sulky, los caballos amansados, las comidas cuidadosamente preparadas y una cálida atención personalizada dan cuenta del segundo proyecto; curiosamente, éste surgió cuando Martín pidió al creciente caudal de amigos y amigos de amigos que dejaran de visitar la estancia porque ya no podía hacer frente a los gastos necesarios para atenderlos como él quería. Entonces sus íntimos le sugirieron cobrar por el hospedaje. Curso de turismo rural y algunas acertadas reformas e inversiones mediante, las tranqueras se abrieron formalmente al turismo en la primavera de 2004.
Al ir o al volver de La Florida, hágase un minuto para caminar por los andenes de la pintoresca estación de trenes de Gándara. Si lo pescan ahí las últimas luces del día, sentirá que está en un lugar muy lejano, casi diría en otro tiempo.
Por Sonia Nordenstahl. Fotos de Anahí Bangueses Tomsig
Publicado en Revista LUGARES 137. Septiembre 2007





