Una semana por los puertos del Caribe, a bordo de un gran crucero con vida all inclusive
Una vez más el sol colorea de rojo las aguas del Caribe antes de zambullirse detrás de la línea del horizonte. Pero esta tarde, a diferencia de otras, hay más gente sobre las cubiertas exteriores del barco. Están los de siempre, que vinieron todas las tardes. Los habitués. Y los que se asoman para ver esta puesta de sol, la última del viaje: porque mañana por la mañana el barco estará amarrado a los muelles de Fort Lauderdale y el crucero habrá terminado. Por eso todos los pasajeros sobre la cubierta pusieron entre paréntesis las rutinas de su vida a bordo, cambiando las luces multicolores de los salones y el teatro para impregnarse del sencillo pero magnífico espectáculo de un atardecer tropical.
A lo lejos, algunos cruceros navegan a la par del Caribbean Princess, como si fuesen sus escoltas. Ponen proa hacia la Florida para traer de vuelta a sus pasajeros luego de una semana encantada, en un último día de crucero que resulta una larga y festiva despedida. La jornada final transcurre en alta mar; no se prevé ninguna escala y cada uno aprovecha al máximo.
Las opciones son inagotables, como lo recuerda la hoja de ruta que los asistentes de cabina dejaron sobre la cama la noche anterior. Son decenas y decenas de propuestas desde las 9 de la mañana hasta... hasta que se apaguen las últimas luces de la discoteca y los últimos trasnochadores vuelvan a su camarote para cerrar sus bolsos de mano y prepararse para el desembarco.
Los buenos finales tienen muchas veces mejores comienzos aún. Y es lo que pasa con los cruceros. Para que los pasajeros que vienen de la Argentina y los demás países del continente puedan disfrutar de sus vacaciones, la compañía Princess decidió latinizarse: por eso la primera sorpresa es comprobar que el español está mucho más presente que en los barcos de otras navieras que navegan por el Caribe. Y no se trata solamente de idiomas. El programa Sabor Latino es el hilo conductor de una experiencia para los latinoamericanos, con propuestas especiales, shows, actividades y hasta comidas pensadas para los gustos de los pasajeros latinos, muy distintos de los de América del Norte, que forman sin embargo el principal contingente del público.
Es así que, día tras día, los pasajeros agendan citas en distintos horarios y lugares del barco. Una vez con el humorista argentino Mariano Potel, otra con la cantante portorriqueña Yaire, o bien para bailar con música latina programada con DJ Viicio, ir a escuchar el experto en cocina mexicana Bill Esparza o divertirse con el mago argentino Pablo Pol.
En Caimán, con mantarrayas
El primer día del viaje se ocupa en gran parte con la instalación en las cabinas, la recepción de las valijas, la charla de seguridad, la exploración del barco y todas sus instalaciones, desde la sala de fitness hasta el spa, el casino, la biblioteca o el sector de juegos para los más chicos. Durante la jornada siguiente el barco navega en alta mar y es la ocasión de aprovechar todo. En la mañana del tercer día, el Caribbean Princess llega frente a la costa de George Town, la capital de las Islas Caimán. El traslado a tierra se hace a bordo de pequeñas embarcaciones, y a pesar de la maniobra y de los controles de identidad el pasaje es rápido gracias al vaivén continuo de varios transbordadores.
Como ocurrirá en todas las demás escalas, el primer contacto con el destino es algo artificial, entre puestos de excursiones, tiendas de marcas internacionales y puestos de recuerdos con tendencia a repetirse por todo el Caribe. Tal vez por eso es mejor explorar un poco más allá: los que contrataron una excursión en el barco se van con los guías de Princess, mientras los demás pueden optar por elegir un prestador local o arreglarse por cuenta propia. La isla es tan pequeña que cualquier de las tres opciones es válida para ocuparse por unas horas.
La salida que ofrece el crucero es con mantarrayas en Stingray City. Se trata de un banco de arena apenas sumergido donde un grupo de rayas interactúa con los humanos que hacen buceo o snorkeling. El agua es tan transparente y clara que esos grandes peces planos dan la ilusión de revolotear por encima de la arena.
A pesar de su tamaño, la isla da lugar a varias actividades más durante la escala. Los que prefieren pasar unas horas en la playa eligen la Seven Miles Beach, una larga cinta de arena blanca de más de diez km de extensión. Allí están los hoteles, resorts y los principales restaurantes de Grand Cayman. Se llega fácilmente en taxi, igual que al extremo occidental, donde está el Infierno. Metafórico, por supuesto: The Hell es un terreno de rocas puntiagudas y cortantes sobre cuyo costado instalaron una oficina de correos donde los turistas británicos adoran mandar postales con el muy oficial matasellos del Averno.... Muy cerca hay un acuario para nadar con delfines y un centro de cría de tortugas marinas. En el otro extremo de la isla, el menos poblado, se realizan salidas por cuevas donde viven colonias de murciélagos y caminatas por los remanentes del bosque tropical original, para tratar de ver iguanas y aves marinas.
Muchos de los pasajeros eligen quedarse en la ciudad y dedicarse a las compras. El centro comercial de George Town es una sucesión de tiendas, negocios libres de impuestos, bancos y edificios corporativos.
A media tarde el barco leva anclas y parte rumbo a la costa de América Central. El gran espectáculo de la noche en el teatro es un tributo a la música del sello Motown, con cantantes en vivo, un cuerpo de bailarines y una profusión de luces y efectos visuales. La noche sigue luego en la discoteca y en el deck de una de las piletas, con recitales y sets de DJ. También es el momento de la primera fiesta temática de la travesía, la muy popular White Party, donde todos se visten de blanco.
Roatán, diferente
Al día siguiente, el barco llega frente al desembarcadero de cruceros de Roatán, una isla que representa la cara más bonita de Honduras, económica y socialmente. Forma parte de la segunda barrera de coral más larga del mundo, que se extiende hasta las costas de Yucatán. En Roatán, el inglés circula al igual que el castellano y todavía se conservan rasgos heredados de un largo período de dominación británica. Durante aquellos tiempos se instaló en la isla la comunidad garifuna: su principal asentamiento es el pueblo de Punta Gorda. Aquellos indios negros eran mestizos de esclavos africanos cimarrones e indios caribes y arawaks. Luego de participar en las luchas entre Francia e Inglaterra en las pequeñas Antillas, fueron deportados hasta Roatán, desde donde migraron también a las costas de Belice y Guatemala. La visita de Punta Gorda es muy interesante, aunque no sea la opción más elegida por los pasajeros: pocos se animan a cruzar la isla para probar la cocina garifuna, empujar las puertas de la capilla o caminar por la calle central del pueblo escuchando a los locales hablar en su idioma. También se puede visitar la Granja de las Iguanas y el vecino Santuario de los Perezosos, en French Harbour. A diferencia del resto de Honduras, la isla es muy segura y es muy recomendable alquilar un auto para explorarla. Otros prefieren pasar el día en el resort playero vecino al desembarcadero, Mahogany Beach, o recorrer las tiendas libres de impuestos del centro comercial que prolonga el muelle de cruceros.
Belice, la entrada a la selva
El recorrido del Caribbean Princess por el oeste del mar Caribe permite conocer Belice, un destino muy poco convencional y relativamente desconocido. La antigua Honduras Británica es una pequeña nación que accedió a la independencia recién en 1981. Su capital es Belmopan, en el interior de las tierras, mientras su puerto, Belize-City, es el punto de ingreso para los cruceristas. Los barcos no llegan a la costa y el desembarco se hace nuevamente por medio de transbordos hacia el muelle comercial. En esta ocasión la alternativa es playa o ciudad, arenas o compras. Belize-City no tiene mayores atractivos de lo que puede representar un par de edificios oficiales y las explicaciones de los guías acerca de las raíces británicas del país y sus disputas fronterizas con Guatemala. En realidad, lo mejor de Belice son sus excursiones de aventura, sea en el mar o en medio de la selva tropical. En el primero de los casos lo mejor es una salida en airboat, para explorar la costa de manglares y avistar cocodrilos y manatíes; o un bautismo de buceo alrededor de cayos de la barrera de coral. Tierra adentro y a menos de una hora del muelle hay ruinas mayas y ríos subterráneos que se exploran flotando sobre boyas y dejándose arrastrar por la corriente. La salida termina en un claro del bosque, donde se escuchan los gritos de los monos aulladores. Se esconden en la tupida vegetación, y por lo tanto una buena opción para tener la certeza de verlos es el parque de animales de la localidad La Democracia. Además de simios, hay también ocelotes, tucanes y tapires.
Más tiempo en Cozumel
El contraste entre Belize-City y la escala siguiente es enorme. Tan rústica una, como sofisticada la otra. Se llega a la isla de Cozumel al día siguiente, luego de una noche signada por la cena y la fiesta de gala, durante las cuales los pasajeros lucen las mejores prendas. La escala en Cozumel es la más larga de todas. Se llega a las diez de la mañana y el barco no zarpa antes de las 21.30.
Es difícil decidir cómo ocupar el día, porque las propuestas son una más tentadoras que la otra.
Las opciones son las playas de la isla, salidas de buceo o una visita al ecoparque de Chankanaab para ver los acuarios con peces y manatíes, o bien caminar por las calles de la ciudad. Pero también ir en ferry a Playa del Carmen, sobre el continente, que es el punto de partida de muchas otras excursiones: visitas a cenotes, parques como el maravilloso Xcaret o un recorrido del complejo arqueológico de Tulum, la única ciudad maya fortificada. Es una de las postales de México, con sus templos que dominan los acantilados por encima de un mar intensamente turquesa.
Cozumel y estas opciones de visita son el gran broche de oro del viaje. Además, el barco se queda el tiempo suficiente como para disfrutar algunas yapas: una comida en un bodegón mexicano en la isla o el espectáculo del ritual de los voladores sobre la plaza de Playa del Carmen. Luego de zarpar, el barco pone proa hacia la Florida durante dos noches y un día enteros de navegación en alta mar. El Princess Patter, la guía diaria que se entrega en cada cabina con las actividades -sector por sector, hora por hora- rebosa de citas y propuestas para ocupar esta jornada sin bajada a tierra. Compras con rebajas en las tiendas, recitales, baile en el night-club, zumba en las piletas, juegos, proyecciones de películas, espectáculos en el inmenso teatro del barco y más.
El Princess Patter es la guía indispensable para estar al tanto de todas las actividades programadas, día a día. En cada caso, indica la ubicación y el horario de cada una. Se recibe en la cabina, por la noche.
Datos útiles
Los anuncios por altavoz se hacen en inglés, pero los más importantes (por ejemplo las reuniones de seguridad del primer día o las indicaciones para bajar a tierra en las escalas) también son repetidas en español. De todos modos, hay tripulantes multilingües en cada sector del barco.
Hay que prever ropa para dos ocasiones especiales: la Fiesta de Blanco, a la cual hay que acudir con ropa de ese color y la noche de gala, con vestimenta formal (saco para los hombres y vestido de noche para las mujeres). Durante el resto del crucero la vestimenta es casual.
La empresa vende distintos paquetes de bebidas. Suelen ser más económicos que pagando por cada consumo.
Hay Internet a bordo del barco. Al contratar el servicio durante el primer día, la compañía ofrece descuentos sobre el paquete semanal.
El precio de la salida Sabor latino es desde US$ 799 por persona. es-www.princess.com/
La hora del embarque
Son los únicos momentos durante los cuales se toma conciencia de la gran cantidad de personas a bordo de un crucero como el Caribbean Princess. El barco tiene capacidad para más de 3000 pasajeros (y 1200 tripulantes). Durante las escalas, las salidas se organizan por grupos y quienes contratan excursiones a bordo del barco suelen bajar a tierra primero. El Ocean Medallion sirve de identificación personal tanto a la ida como el regreso. Funciona además de documento en tierra y como comprobante de que uno es pasajero del crucero durante eventuales controles. No hay necesidad así de llevar pasaporte, salvo que se alquile un vehículo (por ejemplo en la isla de Roatán).