Paola Barrientos. "Viajé unos cuantos años de mochilera"
—¿Recordás tu primer viaje de la infancia?
—Las primeras vacaciones en carpa con toda mi familia, unos amigos de mis viejos con sus hijos, en Santa Teresita. Recuerdo muchos niños en un campamento, y las carpas Cacique ahí armadas.
—¿Viajaste como mochilera alguna vez?
—Si, cuando terminé el secundario viajé unos cuantos años de mochilera al Sur. El Bolsón era punto obligado. Viajábamos con amigos, compañeros de teatro: Mariela, Luigi, Esteban, Marquitos, que siguen siendo amigos. Un año nos fuimos a Ushuaia y cruzamos hasta Torres del Paine, en Chile. Fueron unos cuantos años. Con mi familia seguimos haciendo campamento, es algo que valoramos.
—¿Alguna historia de aviones o aeropuertos?
—No tengo tantos aviones ni aeropuertos en mi haber, tengo historias más terrestres. Tal vez alguna con un tinte escatológico innecesario para compartir. Después, viajando a Perú o algún otro destino con escalas imposibles, la dormida en el piso de los aeropuertos.
—¿El destino más exótico que hayas visitado alguna vez?
—Las termas de Fiambalá, en Catamarca, son una cosa fuera de la realidad. Son termas naturales, con piletones hechos entre las piedras de una grieta en la montaña, y van como en cascada. Cada pileta va bajando, y el agua va perdiendo uno o dos grados de temperatura, entonces arrancas a los cuarenta grados y terminas a los treinta. Podés ver la fuente natural del agua en la montaña, a una temperatura que si metés las manos se te pelan como un pollo, y además, para llegar hay que atravesar toda una zona desértica. Un lugar para conocer.
—¿Una playa favorita?
—Conozco nuestra costa atlántica, algo de Chile y Cuba, con lo cual Cuba gana por goleada. Ese mar tibio que te abraza cuando entrás, y esa locura de ver los pececitos con el snorkel es una maravilla. También Las Grutas, en nuestra costa atlántica, tiene unas playas interesantes. Hay ahí una corriente cálida que vuelve al mar mucho más amable. Pero bueno, yo soy más de río que de mar, disfruto más el río y los lagos.
—¿Un pensamiento recurrente con los pies hundidos en la arena, a orillas del mar?
—Podría ser qué merecido, que afortunada, y quién trae la birra.
—¿Tu mayor hazaña en el turismo aventura?
—No cabe duda, fueron las Torres del Paine. Me mandé a hacer ese circuito sobre todo porque no sabía con lo que me iba a encontrar. También el circuito de Machu Picchu fue osado, porque lo hice ya de grande, dos años atrás, y también sentí que fue una hazaña.
—¿El mejor viaje de tu vida?
—No se si podría elegir el mejor, porque en cada etapa fue diferente, cada viaje esconde su situación única. Cuando nos íbamos a Villa Gesell de mozuela con mi viejos era alucinante; cuando me iba de mochila con amigos era increíble; ahora viajar en familia es algo que me encanta, o escaparme en pareja. Creo que Cuba fue una experiencia única por ser la primera vez que salía del país. Fui con mi niño mayor, Jano, muy pequeño, y quería constatar que realmente existiera ese mar turquesa de esas postales que parecen pintadas horriblemente. Cuando llegué y vi que existía, con las palmera y todo, fue como un baldazo de agua tibia.
—¿Y el peor?
—Tal vez sea un poco ingrato decirlo, pero creo que fue cuando viajé a la costa con mi hija Clara, de tres meses. Manejaba yo y tenía que parar a darle la teta. Un viaje que podría no haber hecho perfectamente. Volví con otitis.
—¿Un día de vacaciones perfecto?
—Me gusta más el universo de la cabaña, el lugar propio o la casita, que el hotel. No tengo problema en cocinar, preparar el desayuno, disfruto de hacer esas cosas. Me gustaría levantarme en algún lugar cálido, sin calor insoportable y con agua de mar o de río cerca, con mucha vegetación. Tomaría un desayunito como en las afueras, mi café con leche no te lo cambio por nada, y después haría una salidita por la costa, para caminar y mojar las patas. Después almorzaría en algún lugar pequeño frente a la playa, y siestón. A la tarde salida de nuevo a la playa, al río, lo que sea que te ofrezca el lugar y a la noche cenita en casa, algún pescadito y un vinito hasta caer rendida de cansancio con mis hios y mi compañero Conrado, los cuatro juntos en la cama, mirando algo de tele o leyendo un cuento
—¿Tres condiciones que debe reunir un buen compañero de viaje?
—Primero tiene que bancarse la tensión que me provoca salir, dejar mi casa y todo organizado, que no me falte el repelente para los mosquitos, el protector, el ibuprofeno, el coso de los chicos, y el coso del coso del coso. Segundo, tiene que ser un poco más arriesgado que yo, que soy más conservadora y tercero, tiene que divertirse y tratar de que yo me divierta, que tampoco es tan fácil.
—¿Alguna anécdota para recordar?
—Mientras estaba haciendo la publicidad del Banco fuimos con Gonzalo (Suárez) a la Isla de Caras a hacer una producción ahí, porque la campaña era que la pareja se había separado, y se reconciliaba yendo a la Isla de Caras. Fuimos con nuestras respectivas familias, llegamos y tuvimos todo un día de producción, de fotos, y al siguiente lo teníamos para pasear por ahí. Entonces nos llevaron en la lancha de Caras, con nuestras familias, a dar una vuelta. Estaba medio fresco, ni malla me había llevado, y cuando llegamos a una parte se había despejado y empezó a hacer un calorcito divino. Entonces dije: "no me la pierdo". Pelé calzones y un corpiño muy poco glamoroso para estar en el barco de la revista Caras, y me tiré al agua. La gente de los barcos que pasaban por ahí se acercaba para ver que celebridad había, y obviamente nadie nos reconcía. La situación de estar en ese estado tan poco glamoroso bajo las banderas de la Isla Caras tiene bastante que ver conmigo.
Para más datos: es la protagonista de la película La afinadora de árboles, de Natalia Smirnoff. Además hasta el 22 de septiembre, sigue en Tarascones, pieza teatral de Gonzalo Demaría. Sábados, a las 20 y los domingos, a las 19, en el teatro Picadero.