Durante la década del 70 se sucedieron una serie de hechos que le dieron origen a una nueva práctica: el running
La primera Maratón de Buenos Aires se corrió en 1984. En la línea de largada estuvieron 18 corredores, todos atletas de élite, y el ganador fue Rubén Aguiar en 2h21m27. Al año siguiente fueron 300, y en 1986 la cifra se duplicó y alcanzó los 636 corredores incluyendo, por primera vez a 34 mujeres. Año tras año siguió creciendo y el 24 de septiembre pasado, a poco del cuarenta aniversario, más de 12.000 corredores fueron parte de la maratón porteña.
De los casi 10.000 que finalizaron la competencia, unos 500 llegaron en menos de 3 horas y más de la mitad lo hizo en un tiempo superior a 4 horas de carrera. Estos números reflejan con claridad, que hoy una maratón, es un evento masivo donde se encuentran miles de corredores, algunos con un buen nivel competitivo, aunque la enorme mayoría son aficionados a una disciplina que se encuentra a mitad de camino entre el atletismo y el hábito de correr que hoy se denomina running.
Lo que tiempo atrás era un fenómeno propio de las grandes ciudades y de las clases más acomodadas con tiempo libre para dedicarse a un hobby, hoy se extendió al mundo entero y no deja afuera casi a nadie. Lo que al principio parecía exótico hoy ya es parte del paisaje y se transformó en frecuente cruzar corredores en cualquier lugar y horario. Las plazas y los parques, que hasta hace unos años eran improvisadas canchas de fútbol, hoy están ocupadas por “running teams” que confinaron a los futboleros a canchas de césped sintético. La pregunta que muchos se hacen es: ¿cómo, cuándo y dónde nació esta actividad que empujó a que miles de personas, que nunca antes practicaron un deporte, se lanzaran a correr?
Correr como un hábito saludable
La idea de trotar como actividad no competitiva apareció en un artículo en un periódico neozelandés “The New Zealand Herald” en febrero de 1962. Se hablaba de un grupo de personas que se reunía una vez a la semana para correr con la intención de mejorar la condición física y socializar en un parque de Auckland. Este excéntrico grupo estaba liderado, por Arthur Lydiard, un corredor y prestigioso entrenador de atletismo de Nueva Zelanda es a quién se le atribuye ser el pionero en promover correr por salud y sentar las bases del entrenamiento de larga distancia.
Fue entonces cuando el entrenador de la Universidad de Oregón, Bill Bowerman, visitó a su colega neozelandés y de vuelta a Estados Unidos, difundió las bondades de correr como una práctica diferente a la competitiva y como un ejercicio saludable. Bowerman, quien años después se asoció con el entonces jóven emprendedor Phil Knight y fundaron Blue Ribbon Sports, que luego sería la popular Nike, publicó el libro “Correr” en 1966 y estableció planes de entrenamiento para hombres y mujeres de todas las edades.
Así nació el jogging o trote, una forma de actividad física que consiste en correr a ritmo lento y que se suele practicar al aire libre, aunque también se puede llevar adelante en una cinta mecánica.
El impacto de un crack
Los Juegos Olímpicos de Munich de 1972 eran los “Juegos Amistosos” porque los alemanes esperaban borrar el recuerdo de Berlín 1936, organizado bajo el control propagandístico de Hitler y el poderío nazi. El evento estaba siendo un éxito hasta la madrugada del 5 de septiembre en la que un grupo de ocho palestinos, miembros del Comando Septiembre Negro, ingresaron disfrazados de atletas y tomaron como rehenes a un grupo de árbitros, entrenadores y deportistas israelíes. A partir de allí comenzaron 24 horas agónicas que tuvieron en vilo al mundo entero y que finalizaron con una torpe operación de rescate de la policía alemana y un tiroteo donde murieron once atletas, cinco terroristas y un efectivo de seguridad.
El maratonista estadounidense Frank Shorter observó desde el balcón, justo enfrente de donde se alojaba la delegación israelí, cómo se desataban los sucesos, pero se fue a dormir seguro de que todo tendría un final razonable. Se despertó con la noticia del horror y la incertidumbre acerca de si se correría o no la prueba para la que se había preparado durante años.
Shorter creció en el seno de una familia puritana y trabajadora que lo empujó a estudiar en la prestigiosa Universidad de Yale, pero cuando promediaba la carrera decidió aventurarse y dedicarse de lleno a su verdadera pasión: correr. En poco tiempo logró buenos resultados, y en 1970 producto de sus logros, apareció en la tapa de la revista Sports Illustrated como una prominente figura del deporte norteamericano. Ganó la maratón de los Juegos Panamericanos y los 42k de Fukuoka en Japón, lo que lo posicionó, en la consideración del mundo del atletismo, como el mejor corredor de la distancia del momento y llegó a Munich 1972 como uno de los candidatos a quedarse con el oro en una de las pruebas más emblemáticas del olimpismo.
Luego de deliveraciónes y dudas posteriores al ataque terrorista, Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico anunció que el evento continuaban, y la maratón se postergó para el 10 de septiembre porque el día previo se realizó la ceremonia en recuerdo a los atletas asesinados.
Los Juegos Olímpicos en Alemania, luego de la Segunda Guerra Mundial concitaban al público estadounidense; que un atleta de su país sea el candidato a ganar la maratón representaba un condimento adicional, pero los luctuosos sucesos durante el transcurso de la competencia le dieron un marco especial y transformaron a la maratón en una historia épica más cercana a un relato de redención y victoria que a un logro deportivo.
Después de sesenta y cuatro años, y esta vez en suelo alemán, Estados Unidos obtuvo una medalla de oro en una maratón olímpica. Frank Shorter entró al estadio, que lo recibió mudo por el desconcierto, debido a que un impostor ingresó simulando ser el lider de la carrera, y desorientando por unos segundos, al público y a los organizadores. Shorter recorrió triunfante la pista del Estadio Olímpico de Munich y al cruzar la línea de llegada bajó los brazos por el cansancio y se tomó la cabeza en clara señal que le costaba creer lo que le estaba pasando. Cruzó la meta en 2h12min19s y en cuarto lugar llegó su compatriota Kenneth Moore. Ambos atletas se abrazaron en la llegada y juntos pasearon por el estadio olímpico componiendo una imagen que fue tapa de los diarios y un símbolo que quedó grabada en la conciencia estadounidense.
¿Qué pasó con la gente? En ese 1972, y copiando la gesta de Shorter en “los Juegos Olímpicos de la muerte”, miles de estadounidenses se lanzaron a las calles a correr, y de esta forma dieron inicio al boom por las carreras de fondo que comenzó a crecer y a peso firme. Ya estaba sembrada la semilla de lo que años después llamamos running.
A Frank Shorter y Kenneth Moore le siguieron una serie de grandes corredores estadounidenses que comenzaron, silenciosamente y a paso sostenido, a poner al mundo de las carreras en un lugar diferente. Primero Steve Prefontaine fue el que peleó por quitarle protagonismo a Shorter. Un atleta carismático con pinta de rockero que disputaba cada carrera como si fuese la última sin saber especular, y que lo sorprendió una muerte trágica y temprana en un accidente de autos, que lo ubicó en un pedestal mítico. Luego un rubio desalineado, proveniente de Boston, llamado Bill Rodgers fue el contrincante del ganador del oro olímpico. Finalmente un hijo de cubanos, Alberto Salazar, fue el que a finales de los 70 comenzó a hacerles sombra a Rodgers y a Shorter; y todos juntos se convirtieron en los profetas de un incipiente movimiento que no se detuvo y que los tuvo como pioneros.
New York, New York
Cada credo tiene su sitio sagrado y la religión del running eligió a Nueva York como el lugar donde alzar su templo. La Maratón de Nueva York fue creación de Fred Lebow, un excéntrico inmigrante rumano que sobrevivió al Holocausto y en 1949 llegó a Estados Unidos, donde prosperó abriendo una tienda textil donde vendía imitaciones de productos de diseñadores.
Ferviente, aunque mediocre corredor, se propuso crear una maratón en la Gran Manzana copiando a Boston, que desde hacía años reunía a la comunidad universitaria de esa ciudad en la carrera más tradicional y convocante de Estados Unidos de la época.
El 13 de septiembre de 1970 se celebró la primera Maratón de Nueva York y según Sports Illustrated, fueron más los vendedores ambulantes que los 127 excéntricos que pagaron el dolar que costó la inscripción para correr alrededor del Central Park, que en aquel entonces era el búnker de ladrones, vendedores de droga, perros, gatos, y solo algún audaz deportista.
La competencia crecía, pero se trataba de una carrera para un nicho pequeño de corredores, ningún o pocos espectadores y acotada a los neoyorquinos que se empecinaban a entrenar en el Central Park. En 1975 fueron 534 los participantes de la última vez que se desarrolló alrededor del gran pulmón verde de Manhattan. El gran espaldarazo fue en 1976, cuando por iniciativa de George Spiz, un auditor municipal y corredor habitual, propuso que la maratón recorriera los cinco distritos de la ciudad, en conmemoración del bicentenario de los Estados Unidos. A pesar de que la situación de la ciudad era muy mala, y entusiasmaba poco la idea de “recorrerla corriendo” porque en ese momento se trataba de una urbe infectada por la delincuencia y con serios problemas de infraestructura, Spiz entusiasmó a Fred Lebow y ambos convencieron, primero al presidente del distrito de Manhattan y luego al alcalde. Además, lograron apoyo económico de los promotores inmobiliarios Jack y Lewis Rudin y el nuevo trazado, que se repite desde ese momento, tomó forma. Desde 1976, la carrera comienza en Staten Island, luego recorre Brooklyn, pasa por Queens, ingresa a Manhattan, llega al Bronx para vuelver a Manhattan, recorre el costado del Central Park y finaliza dentro del parque, frente al tradicional “Tavern of the green”.
La sexta maratón tuvo 2009 inscriptos y dos invitados especiales: Bill Rodgers, que le ganó por tres minutos al oro olímpico Frank Shorter, y que repetiría el triunfo en otras tres oportunidades sumando cuatro primeros puestos consecutivos.
La aparición de la atleta olímpica noruega, Grete Waitz, que corrió su primera maratón y marcó el récord mundial de 2h32m30s en 1978 y que al año siguiente rompió su propia marca y estableció un sorprendente tiempo de 2 horas 27 minutos 33 segundos, se convirtió en la primera mujer en correr en menos de 2 horas 30 minutos. Greta continuó con su recorrido triunfal y a los 37 años, en 1990, obtuvo por novena vez la Maratón de Nueva York siendo las más ganadora de la historia.
La combinación de un trazado más atractivo con la presencia de grandes figuras fue una combinación exitosa. Pasó de 12.512 finalistas en 1980 a 24.659 en 1989 y se convirtió en un ícono de la ciudad aunque la competencia le fue dejando paso al carácter participativo. Miles de corredores año tras año sueñan con ser parte de esta fiesta donde lo más importante es estar y el resultado deportivo quedó opacado a un segundo plano. La idea del running moderno le fue ganado al atletismo de élite donde solo primaba el resultado y fue cambiando la cara de las maratones donde se dan dos situaciones casi en paralelo. Un puñado de atletas profesionales que compiten por ganar la carrera y una multitud que solo pugna por llegar o por superar logros personales.
El resto de las grandes ciudades del mundo comenzaron a emular a Nueva York y durante la década de los 80 este formato se desparramó por las grandes urbes ayudando a potenciar el crecimiento del running. La oferta de maratones se multiplicó y el interés de corredores amateurs por alcanzar el logro comenzó a superar los cupos, lo que obligó mejorar la organización y esto generó un circulo virtuoso de crecimiento.
En 2006, la Nueva York se une a las maratones de Boston, Chicago, Londres y Berlín para formar World Marathon Majors y Tokio se incorpora al circuito en 2013. Nueva York se corrió dos meses después del atentado a las Torres Gemelas en 2001 en señal de resistencia y sólo se suspendió en 2012 cuando el huracán Sandy inundó y devastó la ciudad.
El finalista número un millón cruza la meta en 2014, y en 2019, 53.600 corredores terminaron la carrera y establecieron el récord de la mayor participación de cualquier maratón en la historia.
Un personaje clave y el libro sagrado
En 1977 se publicó un libro que al poco tiempo se convirtió en uno de los mayores impulsos que recibió el running. Irrumpió en la escena estadounidense James Fixx, que escribió “The Complete Book of Running”, uno de los libros más vendido del año. En Argentina, Atlántida editó en 1978 una versión de la que reimprimieron varias ediciones con el título: “Todo lo que hay que saber sobre Aerobismo”.
Fixx era un escritor y editor de libros de juegos de ingenio y rompecabezas que poco tiempo después de superar los 30 años luchaba contra una fuerte adicción al tabaco y superaba las tres cifras en la balanza. El deseo por mejorar su mala condición física lo llevó a comenzar con cortas pero metódicas caminatas, que con el tiempo se convirtieron en un vigoroso trote. Paulatinamente perdió peso y el nuevo hábito lo ayudó a abandonar el tabaquismo. El proceso que atravesó no fue novedoso: intensificó el ritmo y frecuencia de sus entrenamientos y esto operó positivamente creando un círculo virtuoso: cuanto más corría, más satisfecho se encontraba y su condición física mejoraba.
A partir de la experiencia y el conocimiento que construyó transitando este camino, en 1977, escribe “El libro completo del corredor”, en el que describe en forma sencilla y pragmática su vivencia, y cómo la práctica del “jogging” fue el camino para lograr la plenitud física. El libro se transforma en un éxito en ventas, James Fixx en un gurú referente de la vida sana y miles de estadounidenses tomaron su predica como verdad revelada, saliendo en manada a correr por parques y plazas.
Tres años después, escribió el “Segundo libro completo del corredor”, amplió la primera versión y repitió el éxito del anterior, lo que lo llevó a visitar programas de televisión y escribir numerosos artículos, convirtiendo su figura en un clásico de los medios estadounidenses de la época.
El 20 de Julio de 1984, Fixx salió a correr, como todas las mañanas, y murió como consecuencia de un infarto de miocardio. Los estudios posteriores comprobaron que sufría de una cardiopatía hereditaria que le provocó la muerte. Lo prematuro y contradictorio de su final generaron un gran revuelo y muchos detractores salieron a desafiar las afirmaciones de Fixx respecto de los beneficios del running, pero el efecto dominó ya había comenzado y nada lo detendría.
Más allá de su final contradictorio, es innegable que Fixx fue uno de los que ayudó a despertar el boom del running, alejándolo del concepto del deporte competitivo y acercándolo a la gente común, como una práctica sencilla y al alcance de cualquiera. Fixx y su predica terminaron de completar el círculo que se había iniciado en septiembre de 1972 cuando Frank Shorter emocionó y eyectó de sus sillones a millones de estadounidenses al ganar el oro olímpico. Que se multiplicó a partir de la competencia con Prefontaine, Rogers y Salazar, y que luego tomó impulso a partir del deseo de muchos por ser parte de la Maratón de Nueva York.
Al principio de los años 80, el running, hoy casi una religión moderna, ya contaba con profetas, templo y libro sagrado. Ampujado por algunas marcas deportivas que encontraron en esta nueva práctica una enorme oportunidad de negocio, saltó las fronteras de Estados Unidos y comenzó a desplegar sus zancadas por el resto del mundo. Cincuenta años atrás, el running, o simplemente correr, dejó de ser una excentricidad de unos pocos para convertirse, tal vez, en la práctica deportiva más extendida y masiva.
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