Jorge Drexler: el plan maestro de un artista con estilo

Jorge Drexler (voz, guitarra). Músicos: Javier Calequi (guitarra, teclado, coros, dirección musical), Borja Barrueta (batería, percusión, coros), Meritxell Neddermann (teclados, coros), Carles “Campi” Campón (bajo, programaciones, coros), Alana Sinkëy (coros, voz, percusión) y Miryam Latrece (coros, voz, percusión). Artistas de apertura: Adrián Berra, Zenón Pereyra, Francisco Masciarelli y Calequi, según la función. Sala: teatro Gran Rex. Nuestra opinión: muy bueno.

De la canción rioplatense al rock sudamericano, del candombe al folklore argentino, del rap a la electrónica, de la melodía acompañada al ritmo y el pulso como centros de todo, de la tradición del cantautor hispanoamericano a Don Alfredo Zitarrosa. Y todo pasado por el tamiz de un pop algo vintage. Así es Jorge Drexler, este cantante, compositor, guitarrista y exmédico uruguayo que se hizo internacional hace muchas décadas y que desde hace tiempo –ahora pasaron tres años desde su última visita por causas obvias- se ha transformado prácticamente en un artista español, aunque no haya perdido nada de su sentimiento sudaca.

Sin entrar en profundidad, podría parecer que Drexler se repite en su lenguaje, que sus canciones se reiteran en los elementos a los que recurre, que su modo de cantar tiene cierta monotonía, que insiste con recursos melódicos, poéticos, tecnológicos y armónicos. Sin embargo, basta con introducirse un poco más profundamente en su territorio para descubrir que eso es solamente una apariencia. Lo dicho tiene mucho de verdadero, por supuesto, pero este montevideano tiene a la vez la capacidad de la que muy pocos disfrutan. La de hacer de todo eso un estilo personal, de seducir a la platea y a las audiencias de sus discos de una manera casi hipnótica, de generar una sólida complicidad con el público, de sorprendernos aún con elementos y recursos que ya le vimos y escuchamos otras veces, de ofrecernos un concierto minimalista y despojado que es al mismo tiempo un gran show con un telón blanquísimo de fondo (que en principio podíamos imaginar como pantalla aunque no haya luego imágenes), de respaldarse en una banda altamente profesional que sobresale por los talentos individuales que deja lucir en plenitud. Pero además, no hay modo de sustraerse a su sencillez vocal, a lo simple y a la vez sofisticado de sus letras, a lo coreable y pegadizo de sus melodías y de sus estribillos que nunca caen en la cursilería.

Su reciente Tinta y tiempo es un muy buen álbum. Y ése fue el eje sobre el que se centró todo su espectáculo. No solo porque lo incluyó íntegramente en su lista de temas sino porque le trasladó a todo el recital su impronta austera y todas las características mencionadas hasta aquí.

El disco tiene puntos bien altos en “El plan maestro”, con la que abrió la primera de sus seis fechas en el Gran Rex (y que en la grabación tiene a Ruben Blades como invitado); “¡Oh, algoritmo!” (un verdadero trabalenguas que compartió con su director musical y guitarrista, Javier Calequi); “El día que estrenaste el mundo” (que cantó a solas con su tecladista catalana), “Duermevela” (dedicada a su madre Lucero) o la que da nombre a todo el álbum, una suerte de vidala electrificada. Pero naturalmente volvió sobre temas más conocidos y muy festejados como “Me haces bien”, “Inoportuna”, “Era de amar”, “”Salvapantallas”, la sabinesca “Asilo” (que cantó a dúo con la madrileña Myriam Latrece) o la tan lograda “Aquellos tiempos”, entre unas cuantas otras.