Con su apariencia, los SUV que empezaron a llegar con la apertura de la economía en los años 90 marcaron una época y se convirtieron en objetos aspiracionales; cuáles fueron las más representativas
La década de 1990 significó un cambio radical para nuestro parque automotor. Gracias a la estabilidad económica dada por la hoy tan famosa y discutida Convertibilidad, que abrió paso a las importaciones de todo tipo de productos, el mercado comenzó a llenarse de modelos que hasta entonces solo “se veían en las películas” y que llegaban para reemplazar al anticuado y obsoleto mercado local.
Y no son calificaciones exageradas; sucede que la década anterior había sido de una economía en crisis y cerrada al mundo, en la que las plantas argentinas producían vehículos que ya venían arrastrando décadas en su espalda, con una oferta limitaba a modelos que prácticamente ya habían desaparecido de otros mercados.
Podría pensarse que como ocurrió en otras áreas, esa apertura complicó a la industria local. Pero la realidad es que pasó todo lo contrario: sirvió no sólo para modernizar las terminales sino para aumentar los volúmenes de ventas tanto a nivel local como al exterior (en eso también influyó la puesta en marcha del Mercosur). Y un dato más: varias automotrices que se habían ido del país en momentos de crisis regresaron (caso de Chevrolet, en 1992) mientras que otras desembarcaron por primera vez (Toyota, en 1997).
Para los memoriosos, las estrellas de esa gran apertura fueron las mal llamadas “camionetas 4x4″ o “las 4x4″ a secas, que no eran otra cosa que lo que hoy conocemos como Sport Utility Vehicles o SUV. La primera en arribar aquí fue la Nissan Pathfinder, por lo que también genéricamente se empezó a denominar así a todos los modelos (algo así como lo que sucedía al decirle Savora a la mostaza). Quizás por herencia de esa costumbre es que hoy muchos hablan de los sport utility en femenino.
Lo que caracterizaba a todos estos modelos eran la silueta robusta, los motores de grandes cilindradas, la doble tracción, el alto equipamiento de confort para la época y, fundamentalmente, el precio elevado. Estaba claro: tener “una 4x4″ no era para cualquiera. Por eso rápidamente se convirtieron en el objeto aspiracional por excelencia de una sociedad que, al mismo tiempo, viraba hacia la frivolidad y hacía del exhibicionismo y la ostentación una norma (basta recordar a un ex presidente rompiendo todas las normas de tránsito a bordo de una Ferrari…).
El desfile de nombres era realmente grande y era encabezado por modelos míticos como el ya mencionado Pathfinder, o los Jeep Grand Cherokee, Toyota SW4, Isuzu Trooper, Mitsubishi Montero, Subaru Forester, Honda Passport o Land Rover Discovery, y otros más “modestos”, como los Suzuki Grand Vitara, Ford Explorer o Chevrolet Blazer.
Claro que el 90 por ciento de los que compraban “una 4x4″ no lo hacía por su verdadera utilidad y prestaciones (incursionar en terrenos extremos sin problemas), sino que buscaban estar “a la moda” o “pertenecer” a cierto círculo social; sí, tener uno de estos vehículos era un símbolo de estatus.
Para tener una idea, el Nissan Pathfinder SE de 1994 contaba con un motor naftero de V6 3.0 L que generaba 148 CV a 4.600 rpm y 24,4 kgm a 4.000 rpm, y se vendía a US$52.000. Otro ejemplo: el Land Rover Discovery ES de 1997 que llegaba con un V8 nafta de 4.0 L y 185 CV a 4750 rpm y 31,8 kgm a 3100 rpm tenía un valor que rondaba los US$50.000. El Jeep Grand Cherokee en su versión Limited de 1997 equipaba un naftero de 8 cilindros en V de 5.2 L, 212 CV a 5000 rpm y 39 kgm a 4200 rpm y costaba en su lanzamiento US$49.900. Otro de los clásicos, el Mitsubishi Montero, en 1995 se ofrecía en la variante GLS con impulsor diésel 2.8 L de 125 CV a 4000 rpm y 29,8 kgm a 2000 rpm a US$59.000.
En medio del gran auge, las automotrices fueron cayendo en la cuenta de que vender vehículos con doble tracción a personas que solo le daban un uso urbano no tenía demasiado sentido; en paralelo, la mayoría de los usuarios empezó a entender que tener un todoterreno en el garage para salir del pavimento una vez al año (o nunca) era un gasto innecesario (además de su valor, eran caras de mantener), por lo que la oferta se fue ampliando con versiones de tracción simple más accesibles pero que generaban mayores volúmenes de ventas, reservando las 4x4 para las tope de gama.
Muchas de esas unidades que fueron furor hace tres décadas siguen circulando hoy en día, lo que habla claramente de su gran calidad constructiva pensada para aguantar el castigo más intenso en el fuera de pista. Y más allá de marcar una época, todos sirvieron para cambiar la mentalidad de consumo de los automovilistas argentinos: abrieron la puerta a nuevos formatos, mecánicas y tecnologías. De alguna forma, se adelantaron en el tiempo y anticiparon el auge de los SUV que hoy vivimos.
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