Después de 12 años de trabajar en una automotriz, Ariel Eichenberger renunció para dedicarse de lleno a una causa más importante; en qué consiste su Locomotion Art, que vende a clientes en varios países
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Ariel Eichenberger es sin dudas una de esas personas que habría que entrevistar para entender cuáles son los secretos de vivir una vida haciendo lo que te gusta.
El hombre es un entusiasta de los medios de locomoción y de los fierros, trabajó 12 años en una empresa automotriz pero siempre fue un artista creativo y autodidacta.
“Los años me llevaron a unir mis pasiones: la locomoción y el arte”, cuenta Eichenberger. De ahí viene el nombre de lo que hace: Locomotion Art. Hasta 2016 trabajó en Volkswagen Argentina en el área de marketing. Su momento bisagra fue en un viaje en moto por California en el que se topó con un cementerio de aviones. Viendo la cantidad de chatarra que había, y el desperdicio que se generaba, entendió que su camino tenía que ir por otro lado, menos ambiguo y más directo que el de ser parte del equipo que trabaja en la marca de una automotriz.

Fue en ese momento, viendo todas esas piezas de locomoción que alguna vez fueron grandiosas y hasta revolucionarias, pero que ahora estaban deterioradas y abandonadas, cuando decidió que su misión sería dedicarse a darles una segunda vida a través del arte.
“Todos los medios de locomoción trajeron satisfacción, desde las máquinas de campo para producir alimentos, hasta los micros para unir a las personas, y verlos terminar en nada, en basura, es triste. Yo quería darle un final alternativo a esa película; darles a esas piezas una nueva vida mediante el arte”, explica, haciendo énfasis también en la importancia del factor ambiental. “Los fluidos de los aviones, la chatarra oxidada que puede tardar miles de años en descomponerse...todo esto a la larga termina contaminando nuestro planeta, y ya no podemos ignorarlo”, relata.

Entonces renunció a su trabajo estable y bien remunerado y se compró un avión Fokker F27 en desuso que le costó US$10.000 y que hoy cumple el rol de su taller y showroom en un descampado de Benavídez; sede principal en donde construye y expone en esculturas gigantes la “basura” de la locomoción en desuso. Aviones, trenes, autos y motos, toda pieza es una obra de arte en potencia. Este es el origen de Voneich Art.
Desde un principio su propuesta consistió en dar un doble mensaje: el de la trascendencia a través de la transformación, y la sostenibilidad a través de la reutilización. En una primera instancia los materiales los conseguía consultando, taller por taller, si tenían piezas de descarte que se pudiera llevar o comprar por precios muy bajos, pero al poco tiempo los mismos talleres y servicios de posventa le empezaron a ofrecer su chatarra. “A gran escala es un trabajo en conjunto, porque con mi obra las empresas entendieron que su chatarra puede ser productiva”, reflexiona el hombre que entre sus preferidas, figuran las esculturas de animales a escala real. “Siempre amé los animales. Quiero crear el concepto de que es posible disfrutarlos sin tener la necesidad de tenerlos en cautiverio”, comenta.

Su desarrollo profesional en el rubro de la creación artística fue progresivo y de golpe. “Al año de dejar Volkswagen me acuerdo de un día sentarme en una rueda de avión en el predio y preguntarme qué había hecho, dejando atrás la solidez de una multinacional para no saber qué iba a pasar con mi nuevo proyecto”, admite entre risas. “Y pensé: esto sale bien o sale bien”. Y según relata, a partir de ese momento fue “un antes y después” en su vida. Porque se empezó a conocer su obra, empezó a obtener apoyo de parte de una audiencia que apoyaba su trabajo, y empezó a obtener reconocimiento en el mundo del arte. Su punto cúlmine fue en 2021 cuando la Secretaría de Cultura de Tigre lo nombró “artista local”.

Hoy, Eichenberger se codea con los personajes de la escena del arte argentino; lleva más de 30 esculturas que tienen un piso que arranca en los $10.000; y tiene clientes en Brasil, Estados Unidos y varios países de Europa.
En diciembre planea viajar a Suiza para armar una muestra in situ y hacer una obra a pedido. “Viendo en retrospectiva el camino recorrido me cuesta creerlo, porque se me dio mejor de lo que esperaba”, confiesa.
Si bien le gusta viajar, a largo plazo se proyecta viviendo en su madre patria, con su hijo de ocho años y su mujer diseñadora, dedicándose a lo que pudo concretar. Entre sus tantas fantasías están hacer un tiranosaurio rex a escala real, y montar un zoológico de esculturas de animales en La Pampa. Su meta personal es generar conciencia ecológica en las nuevas generaciones. “¿La clave para lograrlo? Ponerle amor, pasión y constancia a lo que uno se propone”, concluye.
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