Gastón Pauls y el infierno de las drogas: “Hablar me ayuda a recordar en donde estuve y ya no quiero estar”
El actor de 49 años, hoy al frente del programa “Seres libres”, se propone que su pasado de adicciones y su proceso de recuperación impulsen a otros a pedir ayuda
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En cada una de las emisiones de su programa Seres libres –en el que presenta historias de calvario y recuperación en torno de las adicciones–, Gastón Pauls, el protagonista de Montaña Rusa, el éxito juvenil de los noventa, ofrece algunas pinceladas propias de ese infierno, mezcla de montaña rusa y tren fantasma, en el que estuvo inmerso durante casi 20 años.
Mientras, en lo profesional, pivoteaba con sobrada solvencia entre el cine y la televisión (vale recordar Nueve reinas, al lado de Ricardo Darín, o Verdad consecuencia en la pantalla chica, como dos ejemplos de su trayectoria artística), detrás de esa cara pública, la cocaína lo iba desconectando de sí mismo, empujándolo hacia bordes cada vez más peligrosos, en medio de una gran soledad. “El adicto es un manipulador. Mostrás lo que querés mostrar. Lo que te conviene mostrar para seguir haciendo lo que tenés ganas de hacer en la oscuridad de tu cueva”, reconoce.
Esclavizado y enmudecido por el consumo, cuenta que estaba pisando el umbral de la muerte cuando, después de probar diferentes tipos de sustancias, se atrevió a probar algo diferente: pedir ayuda. “No fue fácil, pero fue mucho menos difícil de lo que yo creía. Lo difícil era mi cabeza, que todo el tiempo me decía: ‘No lo vas a lograr’. Eso es la enfermedad. Pero con todo lo que empecé a recuperar, pude neutralizar ese pensamiento”, asegura.
Pauls recibe a LA NACION en su casa, ubicada en Pilar, en medio de un entorno natural que la pone completamente a salvo del bullicio urbano. Mientras responde mensajes que se adivinan relacionados con la temática de su programa, él mismo sale a abrir la puerta, en compañía de sus cuatro perros mestizos. Un living blanco y bastante despojado, con un ventanal enorme que da al jardín, es el escenario de la charla. Sus cuatro mascotas, desde afuera, ofician de espectadoras.
¿A qué edad empezaste a consumir?
A los 17, con merca.
¿Y alcohol?
Con alcohol tendría 14 o 15. Que fue la puerta de entrada.
¿Te acordás de aquella primera vez a los 17?
Sí… Yo venía de tomar alcohol en la casa de un amigo. No sé, cuatro botellas de gin entre varios. Después fumamos porro y nos fuimos al boliche, que era un boliche en Belgrano, Rainbow se llamaba. A unos metros de donde yo estaba bailando, había un tipo en la puerta metiéndose algo en la nariz. Y me acerqué y le pregunté qué era. Era un amigo mío, supuestamente. Yo tenía 17 y él tenía 27. Me dijo: “Merca”. “¿Qué te hace?”, le pregunté. “Vas a ser Superman”, me dijo. Y me ofreció. “Sí, obvio”, le dije. ¿Quién no quiere ser Superman, sobre todo a los 17? Y me dio, y me acuerdo lo que me pasó cuando me metí esa sustancia en mi nariz en el año 89.
¿Qué pasó?
Fue la gloria. Salí del baño levitando. Sentía que tenía la capa de Superman y la S en el pecho. Es real. Ahí está el engaño. Si fuese una mierda desde el comienzo, y… no la consume nadie, o la prueba una vez y no consume más. El tema es que, de ser Superman, de estar como a diez metros de distancia de los mortales, ese estado te dura lo que te dura la dosis. Se te va y cuando se te va, caés. Cuando estás en el piso decís: “No, yo quiero volver a ser Superman”. Y tenés que ir a comprar más porque el segundo ya no te lo regalan. La segunda bolsa la tuve que comprar.
¿Tuviste experiencias en consumo que hoy te duela haber vivido?
(Piensa) Vi cosas... Todos vimos cosas. Todos los que estuvimos ahí, en ese lugar, después de varios días sin dormir, con una sustancia adentro de tu cuerpo que no está pensada en una quinta orgánica, ni contiene ingredientes para el bien y está hecha para venderse rápido. Si hay que ponerle vidrio molido se le pondrá vidrio molido, y si hay que ponerle veneno para ratas se le pondrá veneno para ratas. Uno no sabe qué se incorpora. Era el infierno.
¿Cómo me describirías ese infierno?
El infierno, para mí, es un lugar inhóspito. No hay fuego. El infierno es hielo, es frío, es no abrazo, no compañía, no tenés mirada de ninguna otra persona que te contenga, ni con la mirada o con un gesto. Estás solo, sufriendo, congelado y con voces e imágenes que se te cruzan por ahí. Descubrí, estando ahí, que hay energías muy potentes dando vueltas, muy oscuras.
¿Qué pasaba entonces con tus afectos?
El adicto es un manipulador. O sea, mostrás lo que querés mostrar. Lo que te conviene mostrar para seguir haciendo lo que tenés ganas de hacer en la oscuridad de tu cueva. Si tenés que sonreírle a cinco de tu grupo familiar le sonreirás a cinco.
¿Cómo hacés el click para entrar en recuperación?
Después de cuatro noches sin dormir y de ver que de verdad venía la muerte. Y ni siquiera es una muerte plácida. No es que es una muerte heroica, o pacífica con los seres queridos al lado. Es una muerte decadente, tercermundista berreta, arrastrándote por el piso. Y decís: “No, pido ayuda”. Le pedí ayuda a Dios primero, y después pude pedírselo a mi pareja de ese momento. Y no fue fácil, pero fue mucho menos difícil de lo que yo creía. Lo difícil era mi cabeza, que todo el tiempo me decía: “No lo vas a lograr”. Eso es la enfermedad. Lo más difícil era cómo aquietar ese pensamiento.
¿Y cómo lograste neutralizarlo?
Ese pensamiento en realidad se va yendo cuando uno empieza a caminar. Empezás a disfrutar del sol, de una charla con amigos, de un abrazo y decís: “Ah, yo me estaba perdiendo esto”. El símbolo más concreto es que, cuando llevaba tres meses limpio, un día estaba esperando un ascensor y me miré a un espejo que había en el hall. Me vi y pensé: “Claro, este era yo”. Hacía años que no me veía de verdad a los ojos.
Salir de la esclavitud y el silencio
Podría decirse que en Seres libres, Pauls le propone a cada invitado el ejercicio de mirarse a los ojos para seguir exorcizando antiguos demonios relacionados con historias de consumo y dolor. ¿Cómo? Poniendo las palabras que entonces faltaron.
Te robo una pregunta de tu programa. ¿Qué recuperaste con tu recuperación?
A mí. Yo no estaba ahí. Y a partir de eso, un montón de cosas: la confianza, la autoestima. Recuperé personas que había dejado de ver porque no me podían ver así y me habían dicho cinco o diez veces: “Che, loco, bajá un cambio”, y yo no lo bajaba. Revaloricé el tiempo, que es algo que lamentablemente perdés. En el consumo perdés tiempo y no lo recuperás. Lo que recuperás es revalorizarlo, o valorizarlo por primera vez en la vida.
¿Qué es la adicción para vos?
Yo descubrí qué era la adicción, paradójicamente, cuando empecé mi recuperación. Hoy, después de muchos años de estar en recuperación, limpio, voy a las dos acepciones más conocidas de la palabra que, para mí, son absolutamente claras. Son lo no dicho, lo que no se dice, lo que no se puede decir, lo que no se sabe cómo decir, y la otra que tiene que ver con adictus, que son los esclavos en Roma. Del otro lado de la libertad y del otro lado de poder comunicar.
¿Aplican en tu historia?
Absolutamente. Un adicto es un esclavo que no habla.
¿Es un paso importante empezar a ponerle palabras a las cosas?
Sí, es importante. A veces digo: “¿Para qué sigo hablando de esto si podría estar hablando de otras cosas?”. Bueno, pero forma parte de mi historia, a mí me ayuda a recordar dónde estuve y dónde no quiero estar, y seguramente le está sirviendo a otra gente. No mi testimonio sino el movimiento en comunidad que empieza a generarse. Pero, además, si al hacer el programa yo le ayudo a ver el problema a otra persona, a entender que puede relacionarse de una mejor manera, que puede empezar a decir, que puede limpiarse, que puede avanzar en la vida sin necesidad de drogas, el programa tiene sentido.
¿Qué repercusiones está teniendo?
Ya son miles las personas que nos dicen: “Hace un mes y medio que no consumo”, “Hace dos meses, mi hijo dejó de consumir”. Y no solo eso, sino que lo seguimos potenciando. Esta semana pasamos a hacerlo los viernes, como otra forma de hacer prevención, porque la gente arranca el viernes a tomar en general. Son los días más fuertes.
¿Alguna historia te llegó de una manera especial?
Todas. Te puedo contar una como agradecimiento a todas: el otro día iba caminando con mis hijos y se me acercó una mujer a agradecerme el programa. Después me escribió y me contó: “Tengo un hijo de 16 años internado”. Y cuando vi la foto de ella con su hijo, me conmovió por la ingenuidad de ese nene, porque es un nene todavía y arrancó a consumir a los 14. Con toda la vida por delante, vida que se podría haber destrozado. Yo soy padre, y sé del dolor que debe estar sufriendo esa madre al ver morirse diariamente a su hijo. Porque se va muriendo todos los días.
¿Qué pasa cuando el que consume es uno? ¿Fue difícil contarle a tus hijos?
Fue re fácil. Porque estás del otro lado de la adicción. Y lo tienen clarísimo los dos. Tanto Muna como Nilo saben dónde yo estuve. Y me da mucho orgullo poder decirlo. No por el orgullo de haber estado ahí sino porque de ahí salí. Por lo menos por hoy. Yo no les quiero prohibir nada en su vida. Ellos harán su camino. Y si un día quieren probar alcohol, merca, pastillas, o vaya una a saber qué drogas habrá dentro de cinco años en este mundo, ellos saben. Dios quiera que no, pero si un día se les presenta ante sus narices la merca, el alcohol o la droga que sea, que por lo menos sepan que hay algo detrás de la puerta, que no es todo perfecto.
¿Qué le dirías a las madres o los padres que están padeciendo esa situación con su hijo?
Que hablen. Por sobre todas las cosas que abran mucho el alma y los ojos porque hay un solo lugar en donde es casi imposible que un hijo te mienta, que es en la mirada. El adicto esconde la mirada, no te puede sostener la mirada, y si te la sostiene, en algún lugar te das cuenta de que te está mintiendo.
Vos dijiste antes que el adicto es un manipulador.
Sí, te puede engañar un hijo consumiendo, pero creo que tiene que estar por lo menos trazado el escenario, o puesta la mesa para que podamos hablar, para vencer la a-dicción. Yo no estoy libre de nada y me hago cargo. A veces mis hijos me llaman y yo estoy con el celular. Me tienen que decir ocho veces “papá” hasta que yo respondo. Y por ahí es una boludez, por ahí es que necesitan poner un hielo en un vaso, pero, ¿qué pasa si me querían decir: “Papá, ayer estuve tomando merca”, o “Un amigo mío toma”, y yo no le presté atención? Después va a ser tarde.
En la web del movimiento Seres Libres es posible dejar consultas, ver lugares dónde pedir ayuda y sumarse como voluntario.
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