La empresaria que emplea a jóvenes que nunca tuvieron un trabajo formal y los alienta a que estudien
Cecilia Peluso lidera una empresa de limpieza y mantenimiento de edificios; casi todos sus empleados viven en barrios vulnerables y la mayoría no terminó el secundario; “Damos oportunidades para contribuir a cerrar la brecha de inequidad social”, dice
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“¿Qué semilla puedo plantar hoy para generar un futuro mejor cada día?”. Esa es la pregunta que se hace Cecilia Peluso, la CEO de una compañía familiar con 70 años de historia. La empresaria sueña con una sociedad en donde “todos tengan las mismas oportunidades”. Por eso, el propósito de su empresa va más allá de los servicios que ofrecen. “Nuestro objetivo es dar oportunidades de empleo formal para contribuir a cerrar la brecha de inequidad social, que con cada crisis se profundiza”, explica.
Peluso está al frente de Limpiolux, una firma que ofrece servicios de limpieza, higiene y mantenimiento edilicio para empresas y organizaciones. En general, las 2726 personas que trabajan en la empresa tienen barreras crónicas al empleo: el 82% vive en barrios vulnerables, el 60% no logró terminar el secundario y para el 40% se trata de su primer trabajo formal. “Contratamos a personas que están hechas de historias de vulnerabilidad, de marginación, que no tienen fe o que han perdido la confianza. Y conseguir un trabajo formal les devuelve el orgullo y la autoestima”, señala Peluso.
En esta línea, la empresa tiene varias iniciativas que buscan potenciar a sus empleados y que sigan desarrollándose profesionalmente, incluso si eso implica pasar a otra empresa. Además de protocolos para prevenir, detectar y acompañar casos de violencia de género y para actuar frente a casos de emergencia habitacional, cuenta con un programa para ayudar a los colaboradores y sus familiares a terminar sus estudios. Es más, les entregan un bono por terminar el secundario. “Hay un caso de una mamá que veía que a su hijo le estaba costando estudiar y decidió anotarse para terminar el secundario y darle el ejemplo. Se recibieron los dos juntos”, recuerda Cecilia emocionada.
“Mi abuelo comenzó haciendo el mismo servicio que hacen todos nuestros colaboradores cuando ingresan a trabajar”, cuenta Cecilia. Se llamaba Luis y la necesidad de sostener a su familia lo llevó a emprender. Como no consiguió vender una lustradora que tenía en consignación, decidió ofrecer el servicio de lustrado de pisos en edificios de la ciudad de Buenos Aires.
La iniciativa creció y atrajo tantos clientes que necesitó que alguien lo ayudara. Así sumó a sus primeros colaboradores. Y hace 58 años se constituyó como Sociedad Anónima. Sin embargo, desde el día uno su abuelo tuvo algo en claro: si él podía sostener a su familia y darle oportunidades a través de lo que hacía, todas las personas que trabajaran con él deberían tener la misma oportunidad de desarrollarse. Con ese legado, Cecilia busca que la empresa “sea el vehículo para que todas las personas encuentren el camino para tener una mejor calidad de vida y encontrar su propia felicidad”.
En primera persona
Marina Romero tiene 26 años, es de Benavídez y entró a Limpiolux apenas terminó el secundario, después de haber trabajado informalmente de niñera y atendiendo un kiosco. “Arranqué como empleada de limpieza, sin saber ni cómo prender una computadora y ahora soy supervisora. Siempre soñé con tener que vestirme lindo para ir a trabajar en mi propia oficina. Es lindo. La primera vez que me senté en el escritorio no podía creerlo”, cuenta.
Lo que más valora, además de tener un sueldo en blanco, es que confíen en ella para darle cada vez más responsabilidad. Marina tiene 9 hermanos y es la única de su familia que terminó el secundario. Su próxima meta es anotarse para estudiar Recursos Humanos y recibirse. “La empresa siempre me incentivó a seguir creciendo. Me ofrecieron mentorías, capacitaciones y tests vocacionales”, agrega.
Peluso explica que los esfuerzos que hace Limpiolux van incluso más allá de hacer a sus colaboradores partes de un sistema que implica estar bancarizados y tener una obra social. “Les damos la oportunidad de adquirir nuevos conocimientos y herramientas para que puedan seguir desarrollándose y que entiendan que un futuro mejor es posible”, dice Peluso.
Y así fue para María Ramires (55), la recepcionista de Limpiolux, que no puede evitar llorar cuando recuerda lo lejos que llegó. Entró a la empresa hace 15 años, recién separada y en el que sería su primer trabajo en blanco, como colaboradora de servicios. “Este año, cuando vieron la capacidad que yo tenía, me ofrecieron estar en la recepción. Y accedí”, explica la mujer, que todos los días viaja desde su casa de Lugano hasta las oficinas de Limpiolux, en Martínez.
“Nunca pensé que iba a poder usar la computadora al nivel que lo hago ahora, aprendí un montón. Tampoco imaginé jamás que iba a tener un trabajo así. Ni en mis sueños”, cuenta María, que ya no puede contener las lágrimas. Su trabajo, además, le permitió sostener los estudios de sus hijas: la mayor es traductora y la menor está por anotarse en enfermería. “Siento un orgullo enorme por ellas”, confiesa. Este año, puedo ahorrar parte de su sueldo y organizar un viaje a la playa sola con sus hijas por primera vez. Su próximo sueño por cumplir es anotarse en un terciario: “Siempre quise ser profesora de historia, y mi hija me alienta y me dice que nunca es tarde”.
“Limpiolux me abrió otras puertas”
Peluso asegura que las personas que trabajan en Limpiolux aumentan su empleabilidad: “Van adquiriendo más competencias y herramientas y eso les abre otros horizontes. No solo para seguir creciendo en Limpiolux ya sea horizontal o verticalmente, si no también para que puedan irse a otras compañías”.
De hecho, Limpiolux les otorga a las empresas que contratan a sus empleados un sello de “Huella Social”, con la historia de la persona que van a incorporar, para que sean conscientes de la transformación de la que están siendo parte. Además, en 2002 se convirtió en una de las 4000 compañías del mundo certificadas como “Empresa B”, brindar soluciones con un propósito social y ambiental positivo.
Ramón Flores, de 41 años, es uno de los 71 exempleados que migraron de la empresa bajo esa modalidad. Vive en Monte Grande, en la zona sur del Gran Buenos Aires, y tiene un hijo de 9 años que está con él los fines de semana. Trabajaba en el área de limpieza en una cadena de supermercados y fue ascendiendo hasta ser encargado. Cuando Limpiolux empezó a ocuparse del servicio, el entonces supervisor zonal decidió contratarlo. “Antes había sido encargado, pero de palabra. Por eso fue buenísimo cuando en mi primer recibo vi el nombre de mi categoría y un sueldo acorde”, cuenta.
“En Limpiolux, se me abrieron un montón de puertas”, reconoce. Todavía recuerda con cariño la oportunidad que tuvo de viajar un mes a Rosario para coordinar un operativo de refacción. Recientemente, volvió a trabajar en la misma empresa en la que estaba antes, pero esta vez como operario de planta de carnes, por el que percibe un sueldo mucho mayor. “Es la prueba de que Limpiolux te da la posibilidad de crecer e ir a otros lugares. No te morís en el mismo lugar al que llegaste, te dan oportunidades”, remarca.
A otros empresarios que contratan personas de sectores vulnerables con acceso desigual a servicios básicos y educación, Peluso les diría una cosa: “Recuerden que las organizaciones estamos constituidas por personas, y poner las decisiones al servicio de las personas que forman parte de nuestro equipo sí es un buen negocio”. En este sentido, le parece que la clave es “estar muy atentos y entender que las decisiones no se toman desde el escritorio, sino entendiendo cuáles son las necesidades de la cotidianidad que viven las personas que forman parte de la empresa”.
Para Cecilia, hace falta tomar conciencia del rol social y de agente de cambio que tienen las empresas: “Es fundamental que cada empresario se pregunte cómo puede contribuir a las soluciones sociales que el mundo está necesitando, y en favor de qué pone su talento. Y poner ese por qué y ese para qué de sus compañías al servicio de esas soluciones”.
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