Miriam Lera: el poder transformador de una docente para continuar enseñando
Gracias a la radio, esta docente de Amaicha del Valle, una comunidad diaguita-calchaquí de Tucumán, logró seguir en contacto con sus alumnos; la iniciativa se transformó y sigue vigente
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Al inicio del confinamiento por la pandemia en 2020, los vecinos del pueblo de Amaicha del Valle, una comunidad diaguita-calchaquí en el noroeste de Tucumán, se preguntaban cómo iban a mantenerse conectados, cuando son pocos los que tienen acceso a Internet o a la televisión, sobre todo en las zonas más alejadas. En aquellos momentos inciertos, no veían que tenían a mano una herramienta que se volvería fundamental, tanto para los grandes como para los más chicos: la radio comunitaria. “En todos los hogares hay una radio, porque siempre la escucharon, sobre todo, los mayores. Sin embargo, en estos días la hemos resignificado”, contaba en mayo de ese año Miriam Lera, por entonces de 48 años y con 23 años en la docencia.
En muchas comunidades originarias y rurales como Amaicha, las emisoras locales adquirieron un papel protagónico durante la cuarentena. No solo como recurso pedagógico para seguir dando clases a los niños y las niñas, sino como la forma más efectiva para brindar información útil y llegar a todos los hogares. “Hablamos sobre cómo prevenir la enfermedad del COVID-19, los hábitos de higiene, cómo manejarnos al salir a hacer las compras, entre otros temas”, describía en aquellos momentos Miriam, que de lunes a viernes, de 15 a 16.30, conducía el programa “Educando desde la radio”.
Cuando empezó el aislamiento obligatorio, la docente buscó una estrategia para seguir garantizando el derecho a la educación de sus alumnos de la escuela primaria intercultural bilingüe N°10 Claudia Vélez de Cano. El día que el director, Juan Carlos, le pidió que recorriera las casas para repartir una donación de leche de la Fundación Ruta 40, Miriam advirtió cómo las necesidades, durante el parate económico, se habían ido profundizando. Más allá de eso, encontró otro dominador común: en todos los hogares había una radio. Así, surgió la idea de utilizar la emisora local, la FM 88.7 Los Amaichas, para dar clases. “Las mamás se sientan con los chicos y los ayudan en la tarea. Es un tiempo en familia”, expresaba en aquel momento la docente.
Proyecto en transformación
Al año siguiente, con la implementación del dictado de clases mediante el sistema de burbujas, la iniciativa sufrió modificaciones. “Había que respetar la decisiones de los padres de los chicos, que enviaban nota explicando que en su casa había abuelos, personas mayores, y entonces no iban a mandar los chicos todavía”, explica en un nuevo diálogo telefónico. Por eso, durante 2021, la docente impartió sus clases por duplicado: por la mañana, de manera presencial y por la tarde, en la radio.

“Con el correr de las semanas, se fueron sumando otros alumnos a la clase radial. Son alumnos adultos, algunos abuelos que tenemos en la comunidad. Cuando me ven, me preguntan cuándo volvemos a la radio, porque cada emisión los hace rememorar sus tiempos de alumnos, cuando iban a la primaria”, reconoce Miriam.
Por eso, ahora que son tiempos de presencialidad completa, la docente ideó, junto al director, la manera de continuar con este proyecto que nació del aula y del deseo por continuar con la enseñanza. “Este año vamos a desarrollar más la faceta cultural de esta iniciativa. Por eso, en las clases vamos a estar hablando de la provincia de Tucumán, de su historia, de su geografía, de sus costumbres”, explica entusiasmada. Y, acto seguido, agrega que ya a partir del año último, los alumnos fueron tomando participación activa. “Hay segmentos en los que yo los guío, pero de los que se ocupan los chicos”, agrega.
“El buen vivir de los Amaicha”
La comunidad está ubicada a 160 kilómetros de San Miguel de Tucumán. Cuenta 52.000 hectáreas y posee un proyecto llamado “El buen vivir de los Amaicha”. “Tenemos una iniciativa importante de agua potable, una bodega comunitaria, un centro de desarrollo infantil propio y la radio, además de una casa de gobernanza que son las oficinas de la comunidad, donde funciona PAMI y un centro de acceso a la justicia que trabaja con el consejo de ancianos resolviendo asuntos internos todos los jueves”, según palabras del propio cacique.
Miriam nació y se crió en Amaicha, rodeada del exuberante verde donde viven unos 8000 habitantes entre la villa y los caseríos dispersos entre los cerros y la alta montaña, a 2000 metros de altura. “La mayoría son albañiles, artesanos, tejedores, trabajan la cerámica, se dedican a la construcción de instrumentos de viento o a la fabricación de dulces artesanales, que luego buscan vender a los turistas. Pero con la pandemia todo estaba frenado”, rememora con tristeza.
El desafío de aquel tiempo era que la educación no se frenara también. “El cacique me preguntó si me animaba a dar clases y yo le dije que no tengo voz de locutora, pero que iba a hacer como si estuviese en el aula y hablarle a los chicos naturalmente”, recuerda Miriam.

Durante la cuarentena, el comedor de la escuela siguió funcionando de lunes a viernes. Los chicos iban con su tapaboca a retirar las viandas. Gracias a la cooperativa Nueva Esperanza, que colaboraba con la mercadería, pudieron abrir también sábados y domingos. Además, el pueblo cuenta con otro comedor que, durante los fines de semana, funcionó en el salón de la comunidad para asistir a las familias de la zona. “A los parajes distantes se les acerca la comida. Hay mucha solidaridad”, agregaba Miriam.
Educación intercultural
Cuando era chica, Miriam fue a la misma escuela de la que hoy es docente de Lengua y Ciencias Sociales en 2º grado. Allí hizo la primaria y, como en ese momento Amaicha no tenía secundaria, siguió sus estudios en Santa María, Catamarca, a unos 20 kilómetros. De lunes a viernes dejaba la casa que compartía con su papá (albañil), su mamá (ama de casa y quien hacía cosas dulces para vender), su hermana y su hermano (que tiene discapacidad intelectual y motriz) para irse a estudiar, alquilando una pieza en una casa de familia.
Sus padres hicieron un sacrificio enorme para ella pudiera cumplir su vocación y convertirse en maestra. “Es realmente lo que me gusta: estar con los chicos. Antes de comenzar con los aprendizajes y exigirles que aprendan, lo primero es crear un vinculo afectivo. Un chico no va a aprender si no siente ese ir y venir entre el docente y el alumno –subrayaba la docente–. Es fundamental que haya confianza para que pueda expresar sus sentimientos, porque muchos vienen de sus casas acarreando problemas y en la escuela quieren encontrar otra cosa: un lugar donde sentirse seguros y tener alguien que los escuche”.
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