Quedó ciega a los 19 años y cuenta cómo superó los obstáculos para llevar una vida independiente
Vanina Chayo está casada y tiene dos hijas; trabaja en una pyme y se ocupa de su casa y la crianza de las nenas; “hay gente que piensa que no puedo hacer nada”, dice y cuenta que lo que más le costó fue dejarse ayudar
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Para llegar al departamento de Vanina Chayo hay que subir 10 escalones: seis en el hall de entrada y cuatro más para acceder al ascensor. Ya en el quinto piso, donde vive junto a su marido y sus dos hijas, hay que bajar cuatro escalones al traspasar la puerta de su casa.
Vanina los contó la primera vez que conoció el departamento, antes de firmar contrato de alquiler. No se los olvidó más. Contar escalones y memorizar el número es una de las principales estrategias que despliega desde principios de 2011, cuando quedó ciega a los 19 años.
“Una cosa es nacer con ceguera y otra muy distinta es adquirirla. Al principio no fue fácil. Yo era una chica muy activa, estudiaba y trabajaba. En ese momento, sentí que mi proyecto de vida se truncaba”, le dice a LA NACION, a quien contactó hace algunas semanas tras la publicación de un especial sobre discapacidad y vida independiente, Vanina escribió un mail pidiendo contar su historia. “La gente necesita saber todo lo que podemos hacer”, dice al comenzar la charla.
Sentada en el living comedor familiar, amoblado por una mesa con cuatro sillas y un sillón fucsia de dos cuerpos, esta mujer de 34 años quiere hablar también, de cómo sus propias resistencias funcionaron inicialmente como un obstáculo. “Ahora me doy cuenta de que una de las cosas que más me costó fue dejarme ayudar por mi familia. Y también aprender a pedir ayuda”, reconoce.
Vanina es mamá de Lilian, de 7 años, y de Charlotte, de 4. Las chicas van a un colegio bilingüe de doble jornada, pero, al mediodía, almuerzan en la casa familiar, en el barrio de Balvanera. En los baches en los que está sola, Vanina trabaja en el área contable de la pyme de indumentaria que tiene su marido y se ocupa de captar nuevos clientes a través de las redes sociales.
“Para mí es clave el lector de pantalla de mi iPhone, me da mucha autonomía: puedo hacer pagos, recibir y mandar mails, y muchas cosas más”, dice. Cuando está sola y le surge alguna dificultad, recurre a Be my eyes, la app gratuita que la conecta con voluntarios dispuestos a ayudarla con apoyo visual. “Los he llamado por cosas muy variadas, por ejemplo, cuando les tengo que dar algún medicamento a mis hijas y quiero estar segura de la medida. Llamo y pido que me lo corroboren”, explica.
Pero sus aliados clave en el día a día son Leonel, su marido, y cuando él no está, su mamá, que vive a pocas cuadras. También Lilian y Charlotte, sus hijas. “Son las mejores hijas del mundo. Ellas nacieron con una mamá ciega. Esa es su normalidad. Cuando vamos por la calle, me van indicando cuando hay un escalón, o si hay caca de perro en la vereda. Lo viven con mucha naturalidad”, explica.
Además, estableció una serie de reglas en su casa para que su funcionalidad no dependa necesariamente de terceros. “Las chicas ya están acostumbradas a no dejar nada tirado en casa porque saben que me puedo tropezar. Cuando llegan, se sacan los zapatos y los guardan en el armario. Tengo un lugar específico para cada cosa, así, cuando la necesito, la encuentro”, dice mientras muestra el armario de las niñas y va indicando con precisión en dónde están las cosas y cómo las clasifica para encontrarlas.
De la misma manera, en la casa de Vanina solo se come en la cocina, como una manera de mantener el resto de la casa limpia. “Cuando las nenas terminan de comer, ponen sus platos y sus vasos en la bacha. La idea es prevenir que yo me los lleve puestos sin querer, se caigan y se rompan”, dice.
Actualmente, la mujer solo cuenta con la ayuda de una persona que limpia la casa una vez por semana. Para cocinar se arregla sola. “Obviamente, las compras del supermercado las hago con ayuda. Pero después me ocupo de todo. Siempre digo que, desde que me quedé ciega, mis manos son mis ojos. Y en la cocina es lo mismo”, dice.
Entonces muestra cómo hace para prender las hornallas y graduarlas registrando el calor que le llega a su mano colocada en altura, a cierta distancia. O su método para encender el horno y cerciorarse de que no se le apague agudizando la audición del sonido que hace una vez encendido. “En casa no usamos salero. Tengo un pote con la sal y voy agregando de a pizcas y probando”, ejemplifica.
“Tenía miedo de que nadie me quisiera”
Hace casi 15 años, cuando quedó ciega, Vanina vivía en México junto a sus padres y sus tres hermanos. La familia había emigrado hacia ese destino a fines de los noventa, en busca de mejores condiciones de trabajo. Los 19 años la encontraban estudiando Comunicación Social: estaba terminando el cuarto semestre. En paralelo, trabajaba algunas horas en el local de su papá, en donde vendían ropa.
“Un día me tropiezo de lleno con un maniquí porque no lo vi. Le digo a mi familia que no veía bien y enseguida fuimos al oftalmólogo. De ahí, me derivaron de urgencia al neurólogo. El diagnóstico fue hipertensión intracraneal, una enfermedad que no siempre ocasiona ceguera pero que, en mi caso, la provocó”, explica mientras empieza a hornear dos tartas de verdura para que almuercen sus hijas al volver de la escuela.
Al poco tiempo, vino de visita a la Argentina. “Quería estar con mi familia materna. Estuve durante un año muy pegada a mi abuela y me hizo muy bien desde lo emocional”, cuenta. Días antes de volver a México, se dio cuenta de que se sentía mucho más cómoda en nuestro país. “No tenía que darle explicaciones a nadie ni estar contando todo el tiempo lo que me había pasado. Eso me relajó mucho. No quise volver a México”, dice. Su familia no solo entendió la decisión sino que volvió también.
Vanina describe los primeros años como un subibaja de emociones. “Al día de hoy, hay momentos en los que todo esto me cuesta. Pero trato de ser positiva. Pienso, por ejemplo, que fue lo que me hizo volver y conocer a mi marido”, dice.
Con Leonel se conocieron en un templo de la colectividad judía, en el que ambos eran empleados. “Yo sentía que mi ceguera me había convertido en alguien que no valía la pena. Tenía miedo de que nadie me quisiera”, reconoce.
En aquel tiempo, Vanina era telefonista. “Me sabía cientos de teléfonos de memoria”, recuerda. Además, en paralelo, se ocupaba de la organización de los eventos del lugar. “Hice una tecnicatura sobre organización de eventos. Mi método de estudio era prestar mucha atención en clase y después, en casa, mi mamá me leía las cosas para estudiar”, cuenta.
También tenía un emprendimiento de viandas, en el que le iba muy bien. “Lo tuve que poner en pausa cuando quedé embarazada, al poco tiempo de casarme. Como sigo tomando medicación por la hipertensión, quise tener un embarazo sin estrés. Por suerte lo logré”, recuerda.
Una vez que Lilian nació, se apoyó mucho en Leonel y en su mamá. “Al principio tenía miedo de no poder, pero de a poco fui ganando confianza. Excepto cambiarle los pañales, el resto lo fui haciendo todo sola”, dice.
Pero a pesar de todo lo que iba logrando en la vida, Vanina siente que fue la maternidad lo que vino a reconfirmarle que, aún sin visión, ella era muy valiosa y que tenía mucho para dar. “Yo di un giro de 180 grados cuando fui mamá. Me volví mucho más independiente”, dice.
—¿En qué te ayudó la maternidad?
—En terminar de aceptar que soy ciega, en amigarme con mi realidad. Cuando dejé atrás esa resistencia, todo empezó a fluir de otra manera.
Tras el nacimiento de Charlotte, fue por primera vez a una escuela para personas ciegas buscando nuevos métodos de organización. “No me resultó muy útil excepto para aprender a manejar el bastón, aunque no me gusta mucho usarlo. Prefiero guiarme con mis propias manos”, explica. Así y todo, suele usarlo cuando sale con sus hijas, como una suerte de señal para la gente con la que se cruza.
“Me ha pasado de no usarlo y tropezarme con alguien. Al decirle: ‘Disculpame, es que soy ciega’, la otra persona me contestó: ‘Entonces usá bastón, ciega de mierda’”, cuenta, aunque enseguida aclara que en el 99% de los casos, lo que recibe en la calle es empatía, una empatía que, sin embargo, dice que casi no existe en el mundo del trabajo.
“Como me falta la visión, es muy frecuente que la gente piense que no puedo hacer otras cosas que no se relacionan con la vista”, se lamenta. “Yo soy superindependiente, pero siempre necesito ayuda. Sola no puedo hacer algunas cosas, o quizás me lleva un poco más de tiempo aprenderlas. Pero si me dan la oportunidad, creo que podría hacer de todo”, reconoce.
En este sentido, Vanina considera que si bien contar con ayuda es clave, también lo es tener el espacio necesario para descubrir los propios límites. “Al principio, mi mamá me sobreprotegía a full. Pero con el tiempo me fue dejando espacio para que yo ganara autonomía”, dice. “Hoy nos vendría bárbaro que yo complementara los ingresos de mi casa con un sueldo. Estoy bien físicamente y tengo mucho potencial pero veo muy, muy difícil que las empresas se animen a contratar a personas como yo”, se lamenta.
Cada vez que puede, Vanina se acerca a una cafetería que está a dos cuadras de su casa, íntegramente atendida por personas neurodiversas. “Los chicos te atienden re felices. Es que no hay mayor felicidad que el saber que te estás ganando tu propia plata”, dice.
Llegan Lilian y Charlotte y la entrevista se termina. Las chicas le cuentan sobre su mañana en la escuela mientras ella les toca la cabeza, para chequear si siguen bien peinadas. “¿Qué pasó con tu gomita de pelo, Charlotte?“, le pregunta a la más pequeña, al corroborar que volvió con el pelo suelto.
“¿Qué opinan de mamá?“, les pregunta a sus hijas. ”Que sos muy buena y cocinás muy rico“, le responde Lilian. Para celebrar esta nota de LA NACION, Vanina les permite almorzar con una gaseosa que, previamente, bajó a comprar sola en el supermercado de al lado. Las chicas le dicen que la tarta le salió muy rica, algo que esta redactora confirma, luego de aceptar la invitación a probarla a cambio de una última pregunta.
—¿Qué le dirías hoy a tu yo de los 19?
—Que va a poder cumplir sus sueños. Pero que se deje ayudar.
Más información:
- Si querés conocer cuáles son las prestaciones, servicios y derechos que tienen las personas con discapcidad, podés navegar por la guía que armó el equipo de Fundación LA NACION.





