“Siento que me gané la lotería”: Creció en un hogar con dos mamás y sueña con formar una familia igual de amorosa
Ignacio Creus tiene 23 años y es de Santiago del Estero; sus papás se separaron cuando era bebé y desde los dos años vive con su madre y la pareja, que es su segunda mamá; en esta crónica personal cuenta su historia familiar
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Nunca me gustaron los juegos de azar. En mis 23 años, nunca jugué al bingo, ni a la ruleta rusa ni a las raspaditas. Estimo que no tendría muchas chances de ganar. Y es que a veces pienso que esa oportunidad ya la tuve cuando gané la lotería más importante de todas: la maravillosa familia en la que me tocó crecer.
Casi toda mi vida tuve la suerte de tener un papá y dos mamás. Y digo casi porque, aunque sí siento que tuve una cuota de suerte, también elegí y sigo eligiendo todos los días tener dos mamás.
La historia es así: cuando nací, vivía con mi papá, Hernán Creus (49) y mi mamá, Alejandra Ríos (46), en Santiago del Estero. Todavía vivo en esa ciudad. Pero cuando tenía dos años, decidieron separarse porque mi mamá se dio cuenta de que estaba enamorada de Daniela Bianchi (47), su mejor amiga y a quien ahora tengo el privilegio de también llamar “mamá”.
No tengo muchos recuerdos de esa época, apenas sabía hablar y caminar. Pero a mis mamás les encanta contar su historia de amor y a mí me fascina escucharla. Se habían conocido años antes en la universidad, mientras estudiaban Ingeniería Informática y se habían hecho grandes amigas. Pero prejuicios y miedos propios y ajenos hicieron que les costara reconocer que se gustaban.

Ya separada, un día Alejandra se animó y le confesó a través de un mensaje de texto todo lo que sentía por ella. Al final, sin embargo, le aclaraba que no quería hablar nunca más del tema. Por suerte, sí lo hicieron. Y casi inmediatamente se pusieron de novias. No me canso de admirar la valentía de mis mamás al arriesgarlo todo y decidir ser felices.
A mis cinco años, Daniela se mudó con nosotros. No recuerdo el momento exacto en que también la empecé a llamar mamá. Simplemente pasó. Por eso, aunque me gusta hablar de mi buena fortuna, la realidad es que con Daniela sí hubo una cuota de elección. Y fue mutua. Yo la elegí como madre y ella a mí como hijo.
Si hay algo que me fascina de mis mamás es lo diferentes que son y cómo se complementan. Alejandra trabaja en la administración de un colegio privado pero ama la carpintería, los autos y la cocina. Hace el mejor bizcochuelo del mundo y me enseñó a cocinar de todo: tartas, milanesas y pastas. Y aunque siempre está dispuesta a demostrar su cariño con un abrazo, las palabras no son su fuerte.
“No me canso de admirar la valentía de mis mamás al arriesgarlo todo y decidir ser felices al formar una familia.".
Daniela, en cambio, escribe cartas, poesías y es la número uno en el arte de hablar. Siempre encuentra la forma de solucionar cualquier problema con una simple conversación. Además, toca el piano y la guitarra y le encantan los videojuegos.
Cuando tenía tiempo –la licenciatura en Relaciones Internacionales que estoy haciendo me lleva muchas horas– jugábamos tardes enteras al Doom. También le encanta la natación. Fue ella la que me ayudó a superar mi miedo y me enseñó a nadar. Ahora me encanta el agua, en especial el mar. Siempre que podemos, vacacionamos en Mar del Plata. Es nuestro lugar favorito en el mundo.

Además de cocinar y nadar, mis mamás me enseñaron el valor de la familia. Aunque no sea “tradicional”, mis dos mamás siempre me dedicaron todo el tiempo que pudieron y, por sobre todo, fueron muy amorosas. También mi papá, al que veo los fines de semana.
Como familia, con mis mamás no tenemos muchas tradiciones. Pero hay una que cumplimos a rajatabla: celebrar cada vez que nos pasa algo bueno. Y siempre con una torta de chocolate. Afortunadamente, hemos tenido decenas de motivos para festejar. Y algunos muy importantes.
El primero, cuando mis mamás lograron casarse. Nada me pone tan contento cómo saber que finalmente pudieron “decirle que sí” al amor de su vida. La fiesta fue en 2011, yo tenía 10 años y no quería saber nada con usar saco y corbata. Las protagonistas, en cambio, estaban entusiasmadas con vestirse de blanco; Daniela con vestido y Alejandra con un traje.
En los alrededores del registro civil había decenas de fotógrafos de diarios locales y nacionales. Aunque la ley de Matrimonio Igualitario había salido el año anterior, mis mamás no querían ser las primeras mujeres de Santiago del Estero en casarse. Pero las ganas fueron más fuertes. Un súper acontecimiento merecía una súper fiesta que estuviera a su altura: hubo montones de comida y de invitados que bailaron toda la noche.
“Otro gran momento de nuestra familia fue cuando el título de mamá que yo le había concedido a Daniela de tan chico pasó a tener validez legal".
En su relación, el casamiento no cambió nada. Se seguían amando con el mismo amor. Pero aunque de las puertas para adentro quizá sí era para “solo un papel”, de las puertas para afuera significaba mucho más. Era la manera de afianzar su vínculo y mostrarle a la sociedad que dos mujeres sí pueden casarse y mantener una vida sana y feliz. Era la forma de no tener que seguir escondiéndose.
Otro gran momento de nuestra familia fue cuando el título de mamá que yo le había concedido a Daniela de tan chico pasó a tener validez legal. Fue mediante la adopción por integración simple, un trámite que nos llevó varios años y que se completó una vez que ya había terminado el colegio.
Para hacerlo, necesitábamos la aprobación de mi papá. Su respuesta fue que siempre que fuera algo que yo quisiera y que me haría bien y me diera felicidad, él estaría de acuerdo. Eso sí, decidí mantener mi DNI tal cual estaba, con el apellido de él. Seguiría siendo Ignacio Creus, pero ahora tendría, oficialmente, dos mamás.

Recuerdo cuando escuchamos sobre esa posibilidad de adopción por primera vez. Fue hace muchos años, y casi automáticamente Daniela me preguntó si quería que la lleváramos adelante. Con todo el cariño del mundo, que me lo preguntara casi que me ofendió. Pensé que estaba implícito. Mi respuesta iba que ser que sí, obviamente. Y si ella no me lo preguntaba, se lo hubiera propuesto yo sin dudarlo.
Daniela y Alejandra se aman como el primer día, y lo demuestran en cada beso, en cada abrazo, en cada carta y en cada regalo que se hacen. Espero que con mi novia sea igual. Se llama Nazarena y estoy con ella hace ya dos años. Aunque la conozco de chico, nos reencontramos en la universidad y nos enamoramos. Algún día me gustaría formar una familia tan amorosa como la que me tocó. Eso sí, cuando esté seguro de que pueda darles a mis hijos una crianza tan espectacular como la que me dieron a mí.
“Nunca me molestaron por tener dos mamás. Sí escuché comentarios ofensivos dirigidos a la comunidad LGBT. Creo que nacen del desconocimiento, más que desde la maldad".
Personalmente, nunca me molestaron por tener dos mamás. Pero sí escuché comentarios ofensivos dirigidos a otras personas o a la comunidad LGBT en general. Me gusta creer que nacen del desconocimiento y la ignorancia, más que desde la maldad. Estoy seguro de que si conocieran a mi familia, no pensarían así.

Mis mamás son las personas más importantes de mi vida, mis guías, las que me apoyan en todas mis decisiones y proyectos. Son las que siempre están dispuestas a ayudarme y las que están ahí para mí no solo en momentos especiales, también en cada desayuno, cada examen y cada día. Siempre nos tratamos de acompañar mutuamente. Y eso es lo más importante.
Por eso, a cualquier persona a la que tener dos mamás le parezca algo malo, me gustaría decirle que no es algo de lo que haya que asustarse, ni algo que esté mal. La sexualidad de una persona, de una pareja, de una mamá o de un papá no determina qué tanto amor, respeto y afecto van a ponerle a la crianza de sus hijos.
Siempre que haya amor se puede formar una familia. Y yo estoy orgulloso de la mía.
Este texto fue elaborado a partir de una serie de entrevistas que hizo la periodista Jazmín Lell.
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