El día que Reutemann modificó el horario de un Superclásico para que la televisión transmitiera la Fórmula 1
En 1981, el piloto logró que el partido River-Boca se trasladara a la mañana para que la televisión transmitiera la carrera
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LA NACIONAlberto Cantore
El reestreno de Franco Colapinto en el Gran Premio de Emilia Romagna reavivó la pasión de los argentinos por la Fórmula 1. El automovilismo deportivo tiene una rica y extensa historia en el país, desde aquel Gran Premio Recoleta-Tigre, de 1906, que organizó el Automóvil Club Argentino.
El talento de los pilotos nacionales en el Gran Circo se manifiesta en los cinco títulos mundiales, con cuatro marcas diferentes, de Juan Manuel Fangio; en la inoxidable primera victoria de Ferrari que llevó la rúbrica de José Froilán González, y en la figura de Carlos Reutemann, el último criollo de los 23 que aceleraron las pulsaciones en la categoría reina que festejó en lo más alto del podio.
Lole, un monarca sin corona, al igual que el joven pilarense que debutó el año pasado con Williams y ahora regresó a las pistas con Alpine, descubrió fieles seguidores y detractores en su recorrido de 146 grandes premios, que se distribuyeron a lo largo de 11 temporadas.
Ningún otro argentino logró esa marca y tampoco existió otro piloto que modificara un escenario que, en los tiempos modernos, asomaría impensado: el horario de un Superclásico para que la televisión, que tenía los derechos de transmisión de los dos deportes, pusiera al aire y en directo el duelo futbolístico y el automovilismo.
El 27 de septiembre de 1981, el Gran Premio de Canadá se ofrecía como el 14º y anteúltimo episodio del calendario de la F.1. El circuito de Montreal se había estrenado en el Gran Circo dos años antes y Alan Jones celebró victorias en ambas carreras.
El australiano era, 44 años atrás, el compañero de garaje de Reutemann, aunque en la pista y con la anuencia del dueño de la escudería Frank Williams se presentaba como un rival duro, feroz, enardecido por el desencuentro en el inicio del curso, cuando en el autódromo de Jacarepaguá, en Río de Janeiro, y bajo una lluvia inclemente, Lole se enseñó desobediente a las órdenes de la escudería y se alzó con el triunfo que el muro ordenó que tenía que ser de Jones.
El santafecino aplastó al resto y humilló al australiano, que era el campeón defensor y considerado el piloto N°1 de la escuadra de Grove. La insubordinación gravitó en el futuro deportivo inmediato y pesó en el amargo desenlace del campeonato, en Las Vegas.
La caravana del Gran Circo dejaba el periplo europeo después de una decena de grandes premios para desandar las dos últimas estaciones en territorio americano.
Reutemann llegó al continente puntero, con 49 unidades, con el brasilero Nelson Piquet (Brabham) al acecho, tres puntos por debajo de la cosecha de Lole. La cita no era una más para el argentino: la posibilidad de sellar el campeonato, coronar la temporada, alimentaba la ilusión.
A 9000 kilómetros de Montreal, donde está enclavado el autódromo que en 1982 tomó el nombre de Gilles Villeneuve –piloto canadiense que se mató en un accidente en la prueba de clasificación en Zolder, Bélgica-, el Superclásico del fútbol argentino era eje de atracción con sus múltiples figuras.
No se trataba de un juego definitorio, de una final, porque el emparejamiento correspondía a la 3ª fecha, denominada Interzonal, del campeonato nacional. La jerarquía, el peso de los apellidos, sin embargo, aportaba un plus a un encuentro que se impone como uno de los derbis más singulares por el fervor y el colorido dentro del planeta fútbol.
La Bombonera y la isla artificial de Notre Dame; el Riachuelo y el río San Lorenzo; Boca-River y Reutemann… Argentina Televisora Color (ATC) había sido reada oficialmente en 1979, cuando el entonces gobierno de facto asignó ese nombre al histórico canal 7, señal que aún está en manos del Estado.
La empresa comenzó a transmitir en 1980 y tenía los derechos de televisión del fútbol argentino y de la Fórmula 1; el Superclásico y el gran premio canadiense resultaban una encerrona para Carlos Montero, gerente artístico de la emisora, que consensuaba la programación con el interventor del canal, el coronel Enrique Santos Paradelo.
El gobierno militar había entregado un presupuesto millonario para contratar figuras de renombre y posicionar a la señal como líder de audiencia: programas como Almorzando con Mirtha Legrand, el noticiero 60 minutos y telenovelas como Andrea Celeste y Los hijos de López… algunos de las producciones destacadas.
En un país con 27.800.000 habitantes, la audiencia de la F.1 en la Argentina tenía en 1980 un promedio de 10 millones de espectadores. Julio Humberto Grondona era el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino y con él se entabló la negociación para trasladar el horario del partido entre Boca y River, que se jugó a las 10.30 y liberó la tarde para que ATC transmitiera en vivo, con los relatos del periodista especializado en automovilismo, Héctor Acosta, el Gran Premio de Canadá.
En las vísperas
Reutemann arribó a Montreal el martes y se alojó en el hotel Park Regence, donde se reunía el equipo Williams. De una primera jornada en la que se movió en soledad, miró televisión y leyó -como era habitual- el diario de negocios y actualidad internacional Herald Tribune, a cambiar de hotel, distenderse jugando al tenis y asistir a la rueda de prensa.
El hotel Chateau Champlain resultó la nueva morada para esperar la carrera. Siguió un paseo en auto, un Saab 99 de alquiler, y el juego frente al periodista británico Peter Windsor en las canchas del Tennis Club de la Isla de las Hermanas, en las afueras de la ciudad.
Una hora de partido que finalizó con la victoria de Lole, por un doble 6-4, reflejó el periodista Orlando Ríos, que ahora reporta para LA NACION la campaña de Colapinto y en aquella época era una segunda sombra de Reutemman para la revista El Gráfico. El saludo y las fotos junto a Nelson Piquet fueron los últimos momentos en los que el santafecino se enseñó relajado y conversador.
El primer contacto con la pista le modificó el semblante: la preocupación lo envolvió al observar que su rival contaba con neumáticos para lluvia superiores –el cambio a mitad de temporada por Goodyear le quitó brillo y protagonismo a Lole y favoreció a Brabham, la escudería que lideraba Bernie Ecclestone- y además le recriminaría al piloto carioca una actitud antideportiva por bloquearle el paso cuando intentaba alzarse con la pole.
La irritabilidad de Reutemman y la diversión de los futbolistas de River contrastaban en la espera del gran premio y del clásico del fútbol argentino. Del “por favor, no me molesten y retírense”, que ensayó Lole, tras la prueba de clasificación, a un encuentro de notables deportistas en la concentración de los millonarios.
Guillermo Vilas, primera raqueta del tenis nacional y fanático de River, visitó a los jugadores, una antigua promesa que le había realizado en Mar del Plata en una charla que mantuvo con Daniel Passarella.
El Kaiser, capitán del equipo que dirigía Alfredo Di Stéfano, lo convocó y en la divertida mesa estuvieron Mario Kempes, Ubaldo Fillol, Ramón Díaz, Américo Gallego… Vilas, que llegó al Monumental en un MG rojo, modelo 47, se llevó como recuerdo una camiseta -la N°6, de Passarella- y una pelota firmada por el plantel. Una semana más tarde, en el Buenos Aires Lawn Tennis Club, sería un destacado integrante de la victoria sobre Gran Bretaña que clasificó a la Argentina a la final de la Copa Davis.
El cambio de horario no le quitó adrenalina a un Superclásico que hizo convivir en la Bombonera a Diego Maradona, Hugo Gatti, Oscar Ruggeri, Roberto Mouzo, Miguel Brindisi… con Kempes, Passarella, Fillol, Díaz, Norberto Alonso… Ganó River, por 3 a 2, con goles de Kempes, Passarella –de penal- y Jorge García; Maradona, de tiro libre, y Ricardo Gareca anotaron para los xeneizes.
Horas más tarde, todas las presunciones que ensayó Reutemann se cumplieron en Montreal: la lluvia impidió a Lole probar los chasis que llevó Williams -que no respondían- y los neumáticos empeoraban el rendimiento al extremo que Jones fue concluyente: “El auto es inmanejable, no sé cómo Reutemann puede seguir girando. Está loco, se puede matar”.
Lole cruzó la meta en el décimo puesto, posición que en aquella época no ofrecía puntos como en la actualidad, a tres vueltas del ganador Jacques Laffite (Ligier). La primera oportunidad de consagrarse campeón de Fórmula 1 se había desvanecido en Canadá y Williams tampoco aportaría soluciones para que el argentino resultara competitivo en la definición en Las Vegas.
La figura de eterno segundo, como le apuntaron sus detractores, es fácil de objetar: trabajó para los mejores constructores del Gran Circo, como Brabham, Ferrari, Lotus y Williams; la estadística refleja que está entre los 30 pilotos con más victoria en la categoría –en la actualidad, solo lo superan Lewis Hamilton, Max Verstappen y Fernando Alonso, todos campeones- y desde su retiro, en 1982, ningún argentino volvió a ser protagonista ni a vencer en la Fórmula 1.
Tampoco hubo otro piloto que provocara que un Superclásico con múltiples estrellas y varios campeones mundiales en 1978 cambiara el horario, se trasladara a la mañana, para que la televisión transmitiera un Gran Premio.
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