Entre la elección perfecta y la elección posible
Diversos estudios estiman que a lo largo de un día debemos elegir entre 10 mil y 40 mil veces, la gran mayoría de ellas indetectables e inconscientes; el resultado: estrés y frustración
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Elegir es resignar. Si pudiésemos tener todo no habría que elegir, pero no se puede. De manera que cuando optamos por algo o alguien dejamos de lado algunas, varias o muchas cosas o personas. El áspero y genial cantante y compositor Tom Waits suele recordar lo que alguna vez le dijo otro gran talentoso, el cineasta Jim Jarmusch (a quien se deben películas de culto como El camino del samurai o Una noche en la tierra, entre otras): “Rápido, barato y bueno...elegí dos. Si es rápido y barato, no será bueno. Si es barato y bueno, no será rápido. Si es rápido y bueno, no será barato”. De eso trata la cuestión de elegir, y de ahí que, cuantas más opciones se nos abren, mayor será la insatisfacción final. Así lo formula el psicólogo estadounidense Barry Schwartz, profesor de Teoría y Acción Social en el Swarthmore College, de Pennsylvania (prestigiosa universidad de arte), en su libro La paradoja de la elección, basado en sus propios experimentos.
A partir de cierto número de alternativas, sostiene Schwartz, aparecen la ansiedad, la confusión, el estrés y, a menudo, la parálisis.
A partir de cierto número de alternativas, sostiene Schwartz, aparecen la ansiedad, la confusión, el estrés y, a menudo, la parálisis. Dos de sus colegas, Sheena Iyengar y Mark Lepper, dedicados a la psicología del comportamiento en las universidades de Columbia y Stanford respectivamente, lo confirmaron a través de su ya clásico Estudio de la Mermelada, efectuado en el año 2000. Iyengar y Lepper observaron durante varios días en un supermercado que las personas elegían y compraban más rápido cuando debían optar entre seis mermeladas diferentes que cuando tenían que elegir entre veinticuatro. En este último caso la mayoría de las veces se retiraban sin comprar, tras haber dudado durante un largo rato. Schwartz efectuó diversos experimentos parecidos en situaciones y con personas diferentes para confirmar su hipótesis de que lo que ocurre con la mermelada se replica en todas las áreas de la vida, desde la elección de pareja a la opción por un trabajo o un viaje, desde la compra de ropa hasta la decisión de ir al cine o al teatro, desde una mudanza a la elección de un regalo, etcétera.

Diversos estudios al respecto estiman que a lo largo de un día debemos elegir entre 10 mil y 40 mil veces, la gran mayoría de ellas indetectables e inconscientes. El estrés derivado de este ejercicio proviene de dos fuentes principales. Una es la ansiedad anticipatoria, que podríamos llamar simplemente duda. La otra es el arrepentimiento, la sensación subterránea de no haber elegido bien, de que quizás otra opción era mejor. Ante este panorama cuando nos toca elegir terminamos enrolados en la categoría de los perfeccionistas o de los satisfechos. Para los primeros toda elección debe ser perfecta. Para los segundos basta conque cumpla con ciertos requisitos como para resultar satisfactoria. Los perfeccionistas serán siempre los más insatisfechos, mientras los satisfechos saben que quizás alguna opción era mejor, pero ponen el acento en lo que decidieron y no en lo que podrían o debían haber elegido.
Los perfeccionistas serán siempre los más insatisfechos, mientras los satisfechos saben que quizás alguna opción era mejor, pero ponen el acento en lo que decidieron y no en lo que podrían o debían haber elegido
Quizás las elecciones serían menos estresantes si llegáramos al momento de decidir conociendo cuáles son nuestras verdaderas necesidades. Porque es frecuente que, puestos a elegir, nos impulse el deseo, y este es siempre insaciable. Su función es desear, valga la redundancia, y se alimenta de la insatisfacción, cosa que bien saben quienes nos venden multitud de opciones. En cambio, la necesidad se calma cuando es atendida. Esto es cuando recibe aquello que de veras requiere. Agua para la sed, alimento para el hambre, abrigo para el frío, techo para habitar, reconocimiento para nuestros atributos, amor para vivir. Lo enloquecedor de la elección rara vez está afuera. Generalmente nace adentro, en el desconocimiento de nuestras necesidades, en no haberlas escuchado, ensordecidos por el deseo. En definitiva, una buena elección es aquella en la que resignamos lo que resignamos para obtener lo necesario.

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