“Estoy guiada por la curiosidad de transformar lo que otros hacen”
Mercedes Guagnini transforma prendas olvidadas en relatos de memoria y textura; una indumentaria de resistencia y experimentación montada en los pliegues de lo cotidiano.
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Mercedes Guagnini nació en Buenos Aires, pero su infancia transcurrió entre Brasil y Venezuela. Su familia había partido al exilio durante la dictadura, ese desplazamiento dejó una marca: el movimiento como forma de vida. En esos años de tránsito se fue gestando una sensibilidad que más tarde se volcaría en su trabajo con telas, donde cada retazo parece contener un fragmento de memoria, una idea de país posible o perdido. Quién lo sabe.
Volvió al país en los años noventa, cuando el aire todavía olía a promesa y ruina. Estudió Bellas Artes, se adentró en el diseño de indumentaria por cuenta propia sin pedir permiso ni seguir manuales. Habla de su relación con la ropa como kamikaze: un salto al vacío sin miedo a la caída.
En su taller, las prendas pierden solemnidad. Se abren, se quiebran, se mezclan. No hay fetiche ni nostalgia: hay un impulso por desarmar lo ya hecho, por desobedecer la costura perfecta, devolverle a la tela su condición de cuerpo vivo. En ese pasaje, Guagnini subraya un principio insoslayable: la ropa, al igual que las personas y los países, debe mutar para poder seguir respirando.
Una segunda oportunidad
Su proceso se sostiene en una paradoja: romper con la idea de preservar y, al mismo tiempo, honrar los materiales para que sigan existiendo. Lo hace con humor. Su claridad estética eleva en Sobra, su proyecto más reciente. “Más que una marca es una declaración de principios: rescatar prendas descartadas, darles una nueva vida sin caer en el cliché de lo hippie o lo precario. Moda, arte y reutilización” sintetiza una elegancia del descarte, una sofisticación nacida de la segunda oportunidad.
“Cada pieza surge de textiles de calidad, pasados de moda pero valiosos por su historia, su textura y su diseño”, desliza. Sus prendas se ven como testigos silenciosos de otras épocas, fragmentos de vida que encuentra y reinterpreta. En su taller, esos materiales recuperan voz y forma: el descarte se vuelve relato, la costura se transforma en acto de memoria. Cada prenda contiene algo de lo que fue y algo de lo que está por venir, un equilibrio entre lo usado y lo posible. En esa tensión, su trabajo afirma una idea de belleza que resiste al consumo y celebra la persistencia de las cosas bien hechas.
Resultan singulares los efectos de Sobra. El proyecto funcionó como un punto de inflexión, un territorio donde la intuición de Guagnini se cruzó con la mirada fresca de NegraNegra, la estilista de Paco Amoroso y Ca7riel, el dúo cuyo trabajo podría convertirse en un hito que marque a toda una generación.
En tiempos digitales vale detenerse en la cuenta de Instagram. Cada posteo funciona como una cápsula visual donde el oficio de Guagnini y la mirada de NegraNegra se entrelazan. Lo doméstico adquiere un tono ritual, los pliegues de las telas parecen hablar; cada prensa se convierte en signo. Entre la sutileza artesanal y el pulso urbano traza una narrativa que es a la vez íntima y performática: la ropa no se muestra, se manifiesta.
Las texturas condensan una sensualidad silenciosa, un fetichismo doméstico que bordea lo sacro y lo queer. En cada prenda y en cada composición se adivina una historia en movimiento, un relato que no concluye sino que se reconfigura con cada pliegue, con cada sombra.
Prendas que confirman esta lógica: pollera pant racing y encajes, combinando la urbanidad de hora pico con un secreto por revelarse, y el vestido rosa en dos sedas y con moño que parece salido directamente de la imaginación de Sofia Coppola para vestir starlets.
Sin embargo, su caballo de Troya alcanzó otro nivel al saltar del taller artesanal al espectáculo global. La prenda en cuestión es la bermuda —un patchwork en tonos pastel fríos, reciclada y ensamblada a partir de retazos— que llevó Paco Amoroso en la sesión que, junto a su socio Ca7riel, ofrecieron desde el mítico Tiny Desk de NPR montado en la plataformas digitales. Más tarde, volvió a usarla en el show que el dúo ofreció en River, cuando abrieron la jornada que coronó el rapero Kendrick Lamar.
Volviendo al núcleo formativo de Sobra, Guagnini aportó su relación física con los materiales, el oficio de quien entiende la prenda como un cuerpo; su socia, el pulso de las tendencias y una lectura aguda del presente. De esa tensión nació una elegancia inesperada, libre de solemnidad, nacida de lo que otros dejaron atrás. Fresca y vengativa, dulce y desafiante.

Otra chica material
Desde chica, Guagnini sintió que la ropa disponible no la representaba. “A los catorce o quince años empecé a modificar mis prendas, impulsada por una mezcla de inconformismo. Tenía una idea precisa de cómo quería vestirme. Ese arrebato fue el germen de todo, aprender a hacer para que las cosas fueran como imaginaba. Era capaz de ver el potencial oculto en cada prenda, de desmontarla mentalmente para descubrir qué podía aprovecharse —las mangas, el forro, las hombreras— y cómo recombinarlo con otros materiales. Estoy guiada por la curiosidad de transformar lo que otros hacen”, confiesa su método como si derribara un tabú.
Su trabajo también se vincula al colectivo Mandar Fruta, una experiencia grupal y performática donde artistas, diseñadores, cineastas, músicos, poetas y curadores se cruzan para crear muestras colaborativas. La dinámica es simple: ocupar espacios inesperados y activarlos. Esta edición ocurre en una verdulería de Plaza Constitución (Salta 2030), y el sábado 22, desde las 17, habrá un nuevo encuentro interdisciplinario con más de treinta artistas, con entrada libre y gratuita. Una intervención callejera que mantiene el pulso del proyecto.
Guagnini participó en dos ediciones anteriores y sigue cerca del grupo. Ese lazo se une con su forma de trabajar: experimental, intuitiva, concentrada en una exploración escultórica y textil del volumen y la textura. Sus accesorios —a los que llama cosos— están hechos con elementos blandos y tejidos en tonos neutros: crudos, blancos y beige. Combina crochet, felpa, fieltro y trenzados que generan un entramado orgánico, casi vivo.
Esa búsqueda también llamó la atención del artista plástico Matías Perego. No fue solo por la prenda, sino por el gesto que contenía. En el estreno de su retrospectiva Pop-Up en el Palacio Raggio, se presentó con una pieza hecha con bolsas de arpillera estampadas con la inscripción “Papa Argentina. Producto Nacional”. Guagnini convirtió ese material de descarte en un ambo, un pequeño manifiesto textil. En ese cruce con Perego se hizo visible el diálogo entre arte y vestimenta: ambos comparten la idea de que algo gastado, impuro o incompleto puede revelar un sentido nuevo cuando se lo desplaza de su función original.
Cuando la moda se piensa como lenguaje, se convierte en un territorio de resistencia porque cada costura, cada remiendo, cada tela reaprovechada carga con decisiones que desafían la lógica del consumo rápido. En el trabajo de Guagnini, no se trata de un gesto conceptual abstracto: el valor reside en el tacto de los textiles, en la historia que transportan, en cómo una prenda descartada se transforma en objeto de deseo o en un símbolo cultural.
Allí, la resistencia es tangible: se opone a la uniformidad de las tendencias, a la fugacidad del mercado, a la idea de que lo valioso debe ser siempre nuevo. Cada pieza reescribe su narrativa original y obliga a cuestionar qué significa moda y qué puede significar sostenerla en el tiempo. Tal vez sea su gesto más político y a la vez más íntimo: transformar el descarte en una forma de elegancia y el oficio en una manera de habitar el mundo, añadiendo capas de sentido a cada pliegue y costura.
- Mardar fruta IV: sábado 22 de noviembre desde las 17 hasta las 22. Salta 2030. Con Lux Lindner, Paulo Pécora, Mercedes Guagnini, Victoria Pelegrini, Federico Langer, Paula Maga y Orge entre otros.
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