Martín Churba, de diseñador a artista: “Cosí una etapa con la otra”
Formado en diversas disciplinas creativas, se hizo conocido a nivel internacional gracias a su marca textil Tramando; tras haber cerrado esa etapa en diciembre, el miércoles inaugurará su primera muestra en la galería Hertlizka & Co.
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La llamada llegó a mediados de enero último, cuando Martín Churba estaba de vacaciones en Brasil. Apenas semanas atrás había cerrado Tramando, la marca de diseño textil que creó hace más de dos décadas y que llegó a exportar a países tan lejanos con Japón. “Tengo fecha para tu muestra: el 28 de mayo”, le dijo por teléfono Mauro Herlitzka, su flamante galerista. Le quedaban menos de cinco meses para realizar las obras con las que debutará el miércoles como artista en su primera exposición individual.
“En ese momento mi vieja se enfermó, pensé que se moría”, recuerda ahora en diálogo con LA NACION, en su nuevo taller del bajo de San Isidro. “Se recuperó –agrega-. Y al encontrar la sanación como idea posible, la muestra se me abrió como un universo de belleza, de crecimiento. Cosí una etapa con la otra. Uno diseña el futuro: vas decidiendo, vas eligiendo con quién te ves, a dónde vas. Y estos últimos años estuve atento al mundo del arte contemporáneo”.

No es casual que se titule Mutación lo que presentará en Hertliztka & Co. Mientras comenzaba a crear en tiempo récord dos imponentes instalaciones realizadas con monocopias textiles y maples de huevos, a principios de marzo participó en la feria madrileña ARCO con un nuevo colectivo que incluye a una tejedora wichí. No sólo vendieron dos piezas, sino que ya trabajan en otros proyectos para presentar en Bienalsur y en Art Basel Miami.
“Soy una persona de cruces: nunca me sentí limitado a la moda”, dice este descendiente de inmigrantes que trajeron desde Damasco una combinación de tradiciones árabes y judías. Formado en diversas disciplinas, pertenece a una familia pionera del diseño en la Argentina, que impulsó vínculos comerciales con otros países y representó para él “un colchón de permisos, de creatividad”. De Tramando agradece los “21 años cumplidos de maravillas extraordinarias. Sobre todo textiles, pero también de la posibilidad de entablar colaboraciones con grupos sociales diferentes”.

-¿Te considerás también pionero en esto del trabajo colaborativo, que ahora es un nuevo paradigma?
-Puede ser. Hace más de veinte años que trabajo en mezclar lo social con el diseño o la moda. Empecé el 2004 con la cooperativa La Juanita, y desde antes venía cocinando el compromiso, el involucramiento. Empecé a mirar mi colectivo y creo que me fui transformando en el que soy hoy: una persona de cruces, de intersecciones entre cosas. Porque si bien me sentí parte, por ejemplo, de la moda de Buenos Aires, de la Argentina, de Latinoamérica, nunca me sentí limitado a la moda. La moda, si tiene un mantra, no es el de la creatividad sino el de la producción, el del paradigma del fast fashion. Se transformó en un problema medioambiental, de consumo, de deshacer rápido el deseo para rápidamente poder volver a desear. Entramos en una especie de trampa en la que nada nos alcanza. Yo no me siento identificado con ese modo de vida.
-¿Creés que el consumo se transformó en un problema?
-En todo sentido. Para el usuario, para el planeta, para el negocio. Si bien puede ser en principio una oportunidad de seguir vendiéndole más y más ropa a la gente y que eso sea un beneficio para pocos, a mí no me interesaba estar en ese deal. En todo caso me comprometía con otras cuestiones: moda hecha por piqueteros, el trabajo colaborativo entre colegas y diseñadores, la creación de una identidad propia y no de un modelo replicado del hemisferio norte. Hace rato que no me siento diseñador de modas.

-¿Cómo te definirías hoy?
-Como artista y creador textil. Creo que la palabra creador que la tomé de Francia, donde trabajé varios años vendiendo mi trabajo. Ellos me llamaban creador, así les dicen a los diseñadores.
-Pasaste del diseño textil al arte textil.
-En algún momento el contexto de la moda me dejó de alimentar, y tuve que ver qué hacía. O por qué lo que yo hacía no tenía como ese correlato en el negocio de la moda, y dónde sí podía tener correlatos. Me di cuenta de que me atraía el arte textil, que yo hacía desde el principio.
-Porque te formaste en arte.
-Me formé en arte y también en un taller de creación textil. Tenía la serigrafía como aliada.
-Era el taller de tu padrino, ¿no?
-Sí, de León, que fue mi padrino, y también el creador de telas y de interiorismo. Hizo su marca, Gris Dimensión. Lo que dejó él en mí es ese gesto artístico de la tela. Me enseñó a soltar la creatividad, a que pudiera explorar cosas imposibles, ridículas, impensadas. Ese juego de la posibilidad creativa fue la primera puerta que abrí, y me dejó marcado para siempre. Mi moda tuvo que ver con textiles extraordinarios, ridículos, raros, que hablaban por sí mismos.

-Además, venía de familia.
-Tengo dos influencias familiares muy fuertes. La de los Churba, que es la más conocida, de una estética que ya en los años 70, cuando yo nací, ya tenía un punto de vista. Ellos le dieron a la sociedad argentina la posibilidad de un estilo bastante alternativo. En los 70 tal vez el “caretaje” de la decoración no te permitía ningún tipo de locura. Y lo que hace la familia es introducir paradigmas de diseño como el finlandés, que le permitieron al argentino estar más cómodo. Esa apertura la hicieron con relaciones comerciales con Finlandia, Japón, India. Para mí fueron como un colchón de permisos, de creatividad. Y de parte de madre tengo a mi abuelo y a mi abuela, creadores de un negocio de moda que surgía de las telas, porque tenían una sedería que fueron transformando en casa de moda. Todos mis abuelos vienen de Siria. Yo tengo los enemigos adentro: la sangre árabe y la judía.
-Otro cruce.
-También es otro cruce, porque mis cuatro abuelos vienen del Oriente en conflicto con Israel. Somos judíos sefaradíes. Tengo sangre siria porque mis abuelos vienen de Damasco. La cocina de mis abuelas es la comida conocida como turca, o árabe. Mi apellido significa sopa o comida, u olla de comida. De mi lado materno están mis abuelos que tenían la casa Vittorio, y empezaron a hacer desfiles. Tengo un álbum de mi abuelo que hizo un desfile en Mau Mau, que podría haber sido un desfile de Tramando. Creo que fue en el 69; desfilaba Perla Caron. Hacía ropa de diseño moderna, de la que salía en ese momento las revistas.

-Y tu mamá tenía una marca de ropa para chicos.
-Mi mamá fundó Lemamu, antes de que yo naciera. Era una marca de ropa para pibes y pibas que no se vestían de celeste y de rosa. Había conjuntitos naranjas, turquesas, ropa negra. Fue una innovadora grosa, que a mis trece dejó la moda y se dedicó a la terapia. Se puso a estudiar psicología, crecimiento personal, constelaciones. Cuando yo era chico me enseñaba a constelar, tal vez veinte años antes de que se empezara a hablar de esto. Es decir que mis padres, Lely Muradep y Natalio Churba [sobrino del diseñador Alberto Churba y hermano de León], me dieron una formación muy abierta y con herramientas poderosas.
-¿Cuándo empezó tu proceso de “desemprender”?
-Creo que en el año 2016, una periodista me preguntó cuáles eran mis proyectos nuevos y le contesté “desemprender”. Yo estoy muy ligado a la corriente de los emprendedores Endeavor, de comienzos del milenio. Entonces para mí fue siempre casi como un apodo: “el emprendedor”. Y en un momento me di cuenta de que emprender también es una trampa. Porque todo lo que armás, después no lo podés desarmar como lo armaste. Con tu buena voluntad, con tus ganas de trabajar, con tu creatividad. Para desarmar una empresa necesitás plata, que tal vez no hiciste con tu empresa. En la Argentina es tremendo eso. Con la misma sangre emprendedora que tenía yo de mi familia, me entusiasmé. Y cuando te querés dar cuenta, tenés empleados, compromisos, contratos, etcétera.
-¿Cuántos locales llegaste a tener?
-Llegué a tener cinco locales, la fábrica de producción en Barracas y un cliente japonés que vendía en Japón la mitad de todo lo que yo producía. Uno de los mayores galardones que tengo es que vendí durante veinte años ininterrumpidos a Japón, dos temporadas al año. También tuve un local en Dubai y vendí a través de París a cinco países, con una socia que abrió un local. Y otro en Nueva York en el Meatpacking District, de mi socio japonés. Vendí en Brasil, Chile, Italia, Alemania, Francia, Estados Unidos. También abrí locales en Unicenter y en Paseo Alcorta. Hubo muchos momentos de la macroeconomía argentina, acá pasó de todo, no fue siempre fácil sostener eso. El clic fue cuando me di cuenta de que si yo quería salir no podía, de que para salir tenía que desandar todo lo andado, y de que tal vez eso me iba a llevar cuatro años.
-¿Cuánto tiempo te llevó?
-Ocho años, del 2016 al 2024. Fui ayudando a la gente que trabajaba conmigo, independizándola, empoderándola para que pudieran encontrar otros caminos. Y yo concentrando el negocio con todo lo que pasó, la pandemia y lo que es hoy el mercado de la moda en la Argentina. En el 2000 los diseñadores éramos mascarón de proa de un país, de una industria, de una identidad cultural. El proyecto que hubo durante los primeros años de este siglo tenía que ver con eso: con encontrar un propósito, no solamente hacer ropa y ganar plata.
-Como dicen los japoneses: “ikigai”.
-Claro, el propósito. Y cuando en 2023 me di cuenta de que acá se iban a abrir las importaciones, de que no iba a importar quién había hecho qué, ni quién era qué, lo único que iba a importar era el precio… Porque el mercado mide esa fricción que hay entre el deseo, la pulsión y la compulsión. Nadie va a cuidarte de eso. Ya me había achicado bastante, y fui hacia el cierre. El destino quiso que me tuviera que ir del local de Rodríguez Peña de un momento al otro. Y en el colchón familiar que tengo me ayudó Federico, mi primo, que en ese momento liberaba un espacio arriba de su boutique en la calle Paraná.

-Ahí hiciste algunas experiencias performáticas.
-Sí, siempre le seguí dando bola a contar algo más que una remera o un pantalón. Hice experiencias por ejemplo con Barbi Arcuschin: la última colección de Tramando, que se llamó Autorretrato. Para mí fue muy lindo, porque en ese laburo le devolví al usuario el territorio textil. La idea era poner su foto en la prenda. El desfile se trató de los modelos con las estampas hechas con su piel, su cara, su pelo, sus ojos. Siempre en colaboración. Desde el principio hice colaboraciones en las vidrieras con Guillermo Kuitca, Clorindo Testa, Nicola Costantino, Pablo Siquier. Alianzas creativas para potenciar el hacer de todos.
-¿Por qué te interesa la colaboración?
-Por vivo, por piola. Porque juntarse con otros no es ser buena gente, es ser astuto [ríe].

-Tenés que dejar de lado el ego cuando colaborás.
-El ego no es un buen aliado. Es preferible que tengas un colega que tu propio ego. Pero creo que la astucia de colaborar es un secreto bien guardado. La gente piensa que juntarse con otros implica entregar, y no se da cuenta de todo lo que recibís cuando te juntás con otro. Todo lo que te suma. En mi caso, yo tenía la posibilidad de convocar a otros artistas y decirles: “Hagamos una colaboración textil, una vidriera”. Tenía algo para ofrecer porque tenía un espacio, mi marca, mi tecnología de materialidades. A veces es difícil invitar a otro cuando no tenés algo para darle. Pero todos tenemos algo particular, que mezclado en un escenario bien pensado con un elemento de otro tiene más colores, más posibilidades. Creo que la colaboración tiene que dejar de verse como un hecho beneficioso del que recibe. Tiene que pasar a verse como el 8 del infinito, que va y viene. La colaboración es también autocolaboración. Te permite ser mucho más vos. Lo que das, vuelve.
-Pero no hay que especular con el resultado, como dicen los orientales, ¿no?
-No hay que pensar en el resultado, porque la colaboración implica un tiempo y un proceso.

-¿Cómo surgió la idea de reunirte con Jessica Trosman para hacer arte, en 2021?
-Los dos ya estábamos un poco hartos de la moda. Jessica ya estaba involucrada en una búsqueda de la escultura, y yo también venía trabajando en esto que te decía: qué otros ámbitos me convocan, o convocan mi trabajo textil más allá de la moda. Y el trabajo que hicimos estuvo tan ligado al arte como al reciclaje.
-¿Y cómo nació Humana, la instalación que exhibieron en la Usina del arte en 2022?
-Yo venía trabajando con el tema del reciclaje durante la pandemia, cuando hice unos vivos que invitaban a mirar el tacho de basura, el único lugar al que podíamos ir de shopping. A encontrar soportes para arte en la basura, resignificando los elementos que uno da por sentado. A hacer marcadores con la pastilla usada de los mosquitos porque era una fibra como la del marcador, pero ancha. Tal vez ese pensamiento lateral me lo dio mi vieja, ayudándome a constelar. Y a poder mirar las cosas disociadas de la escena. Mirarlas de afuera y decir: “Eso que está ahí, ¿qué es? Además de lo que yo sé que es, ¿qué veo? ¿Qué huelo? ¿Qué toco?” Invité a Jessi a trabajar con el reciclaje. Sobre todo, porque queríamos trabajar en gran escala. No nos interesaba la escala humana, la ropa. Y me parecía un absurdo hacer textiles nuevos, porque implican un consumo que el planeta ya no tolera. Entonces, como el cuerpo humano no era el usuario, la materialidad podía ser mucho más amplia que la que habíamos usado hasta ahora. Porque para hacer ropa te tenés que ocupar de que la materialidad textil no sea muy pesada o que no lastime, o que no sea muy áspera.

-Y también se te ocurrió convocar a recuperadores, ¿no?
-Yo venía laburando en circuitos de recuperadores y de recicladores. Lo que hicimos con Jessica juntos fue pensar este statement: si va a ser un textil de gran escala y puede ser hecho con reciclado, vayamos a mirar la basura. Y esas preguntas creo que son las que más me gusta hacer hoy: ¿Quién tiene basura? ¿Dónde? ¿Puedo ir a verla? Esta sociedad rechaza la basura. No la ve como combustible, como materialidad potencial. Entonces no la empodera, no la ve linda y no la mira. Nosotros miramos y dijimos: “¡Ay, es linda encima!” Empezamos a ver que los recuperadores recuperaban el plástico, lo fundían y armaban una materia que es maravillosa. Es como una plastilina que toma formas impensadas y que puede ser usada de mil formas. Fue como entrar a la juguetería, porque sentíamos que ahí podíamos pedir una tonelada de basura para suspenderla en el aire, como hicimos en Humana.
-¿Qué pasó después con esa instalación?
-Son 19 piezas. Algunas que se vendieron y otras que están en un hotel en Chascomús. Hay dos en los centros de recuperación, una en una casa particular, otra en un hall de un edificio… Se van instalando.

-¿Y qué te pasó a vos, después de ese trabajo?
-Al haberme liberado en diciembre de las ocupaciones como diseñador de modas, hoy me queda tiempo para pensar de otra manera y me empezaron a pasar cosas distintas. Me acerqué a un galerista, Mauro Herlitzka, y tuve mucha suerte. Es un tipo sumamente empoderado dentro del mundo del arte. Vende a coleccionistas privados y a museos muy importantes. Tiene una sensibilidad muy especial por el arte textil autóctono, oriundo de Latinoamérica.
-¿Qué obras le mostraste a Mauro?
-Antes de cerrar Tramando me involucré con una serie que llamo Monocopias, que son textiles de gran tamaño. Los hago con técnicas de impresión que son una innovación, por lo menos en el campo del textil. No lo estudié en ningún lado. Yo me formé en Bellas Artes y no lo tuve ni en grabado ni en pintura. Tiene que ver con esta posibilidad de que el textil, que guarda rastros, pueda llevarse la gestualidad de un momento. El hecho de hacerlo en gran escala, creo que es mi aporte. Porque para hacer estas telas de tres metros de largo por 1,80 de ancho no me alcanza el cuerpo. Tampoco me puedo valer de una máquina para mandar a imprimir. Entonces ese encuentro entre el cuerpo, la técnica y la máquina empieza a ser algo muy personal, que hice a veces para producir moda y hoy lo hago para producir piezas únicas.

-En la última edición de la feria ARCO, en Madrid, Mauro Herlitzka vendió otras obras textiles de un nuevo colectivo que integrás. ¿Cómo surgió eso?
-Desde el año pasado conformo el colectivo Tsufwelej con Fidela Flores, una tejedora wichi de Formosa y Candelaria Aaset, una diseñadora y galerista de Tilcara, del espacio Uncu, de cruce cultural originario con artistas contemporáneos. Si bien yo trabajo en Tilcara desde hace quince años con las tejedoras de fibra de llama, cuando llegué a Uncu sentí que había llegado a un lugar que no existía en el pasado. Más allá de la labor heroica de muchos argentinos que van y hacen patria creando oportunidades para divulgar, la realidad es que no hay apoyo del gobierno para los emprendedores. Nos perdimos de ver todo lo que hace el colectivo, el colchón que es un colectivo. La suerte que es cuando estás rodeado de gente que hace en colaboración. Porque todo eso te abriga, te amortigua, te apoya, te empuja. Candelaria es artista y diseñadora textil, y me propuso un cruce: que yo trabajara con los textiles que hacían ella y Fidela. Yo recibo las piezas y aporto una visión contemporánea a algo muy tradicional.
-¿Vos hacés una impresión sobre su tejido?
-Sí. Y eso dio origen a Tsufwelej, que también quedó incorporado a la galería de Mauro. Se llama “Abrazos” en wichí. Es un gesto de abrazarnos entre la cultura wichí y la del blanco, de la que formo parte. Abrazar en el sentido de poder ver el trabajo del otro, tomarlo y devolverlo. También pasó algo muy lindo: Mauro me propuso hacer una muestra individual y concentrarnos en mi obra textil en el estado más puro, que está bien separada de la moda.
-¿Qué se va a ver en la exposición de Herlitzka & Co?
-Una nueva versión de mi trabajo: dos instalaciones y un bonus track. La obra principal está hecha con textiles monocopia. Es una especie de celda textil, que cae del techo, como un filtro entre nosotros y el mundo. Tienen una gestualidad primitiva, el arrastre de material sobre la superficie. Para poder hacerla me armé un aparataje propio: espátulas que arrastran, parecidas a los limpia parabrisas. La otra está hecha con algo que me gusta muchísimo, desde que soy chico: los maples de huevo. Me horrorizaba que ese material estuviera en la basura y ahora va a estar flotando, revalorizado con metalizados, en una textura que parece ancestral. Cuando cuelga en la sala, en una combinación de colores y una relación de formas, tiene un aspecto un poquito mágico.

-¿Por qué siempre te interesó el maple?
-El maple aparece en mi vida muy temprano, cuando mi ojo buscaba con la cámara de fotos tramas y repeticiones, y elementos concatenados. Por eso digo que esta obra es una sinceridad absoluta de quién fui y quién soy.
-¿Cuál es el bonus track?
-Una de las piezas que se exhibieron Arco. La única que no se vendió, la más linda.
-¿Qué te ves haciendo dentro de cinco años?
-Me veo trabajando en ferias internacionales con mi galerista, que aprecio mucho. En el taller, trabajando con mis manos. Tengo mi atelier nuevo, cerca de mi casa, que me permite imaginar una vida menos complicada y un poquito más libre, más autodeterminada, más independiente. Me veo cantando, bailando, tocando la guitarra, pintando. Estoy haciendo un taller de creación colectiva escénica, que es mi primer amor.
-Estudiaste teatro también.
-Sí, estudié teatro, clown, acrobacia, canto, guitarra, artes escénicas con grandes maestros como Agustín Alezzo y Augusto Fernandes. Me veo como un hombre del arte. Y divirtiéndome mucho trabajando con otros, viajando y llevando arte a otros lugares. Y trabajando también con recuperadores y con personas que están en distintas condiciones. Haciendo de esa colaboración una posibilidad. No solo para mí, sino también para el otro.
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