200 años de Charles Baudelaire, el poeta maldito por excelencia, que hizo de su vida una obra de arte
Se cumple hoy el bicentenario del nacimiento del autor de “Las flores del mal”, un hombre que conoció el maltrato y la censura, la adicción, los estragos de la vida licenciosa y los vínculos tumultuosos
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Punk, sádico, inmoral, grotesco, lúgubre, libertino, cruel, infame, sensual, bohemio, lumpen, voyeur, flânneur. Estos epítetos asociados al autor de Las flores del mal jamás ocuparán el trono que “maldito” desempeña en la producción y en el mito en torno a Charles Baudelaire. A 200 años de su nacimiento en París -donde también murió en 1867-, hoy se recuerda al más maldito de todos, a quien hizo de este estigma su bandera mientras caminaba por la periferia del reconocimiento, los bulevares de la censura y los abismos de la moralidad.
“Haré yo que recaiga el odio que me abruma/sobre el útil maldito de tu perversidad,/y tan bien retorceré este árbol miserable/¡Que no brotarán de él sus apestadas yemas!”, dice la cuarta estrofa del primer poema de Las flores del mal. Paul Verlaine se inspira en “Bendición” y más precisamente en el concepto de maldito, por entonces, novedoso, para explorar la obra, métrica y estilo de varios poetas. De este adjetivo, en este verso, en este poema, en este poemario, en una obra que aborda varios géneros, esta voz que podría haber pasado inadvertida se convirtió en ensayo –Los poetas malditos (1884)–, y luego en aura, oscura quizá, pero aura al fin de cuentas.
Los “primeros malditos” fueron condenados a la guillotina (André Chénier), a la hoguera (Claude Le Petit), otros, capturados, llevados lejos de su patria, y apresados durante 25 años (Charles d´Orléans); algunos partieron al exilio, y antes que por una estética o métrica, los “malditos” se hermanaron en el sufrimiento. El poeta como alma sensible y desenfadada ha estado siempre en conflicto con la sociedad, pero es partir de Baudelaire donde estos rasgos se convierten en grito. “Hijos de Caín”, como se llamaban a sí mismos los simbolistas, Baudelaire fue el hermano mayor de aquellos que rechazaron las ceremonias y mieles de la modernidad, y se animaron a escribir odas al mal. Dandy del tedio –del spleen– escribió poesía, poemas en prosa, ensayos (sobre Wagner, sobre lo cómico, etc.), tradujo a Edgar Allan Poe e incursionó en el periodismo político.
En todas sus conjugaciones y tiempos verbales (maldición, maldigo, maldecir) y otras derivaciones de este concepto comenzarán a poblar los versos de varios poetas que recoge Verlaine en Los poetas malditos. ¿Qué significa ser maldito? El crítico Jacques Nathan encuentra como hilo conductor tres experiencias dolorosas en estos seres: ignorados, solitarios, calumniados. Pero además de la coincidencia en la adversidad, los malditos desafían a la tradición (no a toda, no a Rabelais, por ejemplo) y a los corsets morales y estéticos.
Baudelaire se sentía una criatura arrojada a la existencia, incomprendido por una sociedad en ebullición que se fascinaba con la modernidad y que confiaba ciegamente en el progreso. Coherente, su vida y su obra se hermanan en lo maldito y no solo los seres que retrata padecen miserias de toda índole, sino que él mismo conoció el maltrato de un padrastro autoritario (“como un niño sombrío, horrible y enfermizo que a su familia avergonzara”, escribe en “Confesión”), la adicción, los estragos de la vida licenciosa y los vínculos tumultuosos.
En ese libro de difícil categorización que es mucho más que una biografía o un ensayo, sino una aproximación empática, un abrazo literario, Baudelaire (Backlist), César González Ruano narra la infancia de Charles Baudelaire, la enfermedad de su madre y la llegada a su vida del Comandante Auspick, su padrastro. Desde pequeño padece Baudelaire melancolía en el internado al que es enviado a los 7 años. “Entre aquellos muros cree morir de fastidio”, escribe González Ruano sobre estos años que culminan tras un confuso episodio donde Baudelaire es aparentemente expulsado. Comienza así una vida disipada, donde conoce “el mal amor”, como dice el biógrafo español, de la vida prostibularia; una vida en espiral y vertiginosa: la enfermedad a partir de los primeros síntomas de su sífilis que lo conducirá casi a la ceguera, el opio, la vida bohemia (eufemismo en ocasiones de una vida en la miseria), su pasión por Jeanne Duval, su gran musa, a quien el propio Manet retrató, su vida en Bruselas escapando de acreedores, etc.
Baudelaire irrumpió en la escena literaria francesa, que aún tenía algunos vicios versallescos y sentimentales, con una propuesta original en su estilo y en su estética. Épater les bourgeois no era tanto una estrategia, sino los temblores que tantas de sus imágenes invocaba. Otros relatos también sacudían a la sociedad de su tiempo, como Madame Bovary, pero los versos corrían a más velocidad que las páginas de Gustave Flaubert. A su vez, el erotismo de Baudelaire era mucho más explícito que el de Flaubert, por ejemplo, si se toma en cuenta párrafos en los que Emma tiene sexo con su amante sobre un carruaje o La educación sentimental. “A la que es demasiado alegre”, dentro de Las flores del mal, fue censurada en la primera edición por el carácter obsceno de los versos que encontraron los jueces: “a fin de castigar tu carne,/de magullar tu seno absuelto y abrir a tu atónito flanco/una larga y profunda herida”.
Si alguna vez fue marginado del canon, las Letras de Occidente hoy lo recuerda y este bicentenario sirve como excusa para recuperar El sadismo de Baudelaire (Subsuelo), la serie de ensayos de Georges Blin que acaba de ser publicado en castellano luego de largas décadas de ostracismo en el mundo editorial español. En ellos, el catedrático francés explora la influencia que el marqués de Sade ejerció sobre Baudelaire. Estos dos autores que desafiaban los límites de la censura, escribían desde los márgenes de la moralidad de la época, y en particular concebían al amor y al goce vinculado al dolor. Hay, destaca Blin, una dialéctica amo-esclavo entre las parejas antes que un vínculo sentimental.
Considerado mucho más que un provocador, la fama de degenerado recorrió la vida de Baudelaire, quien conoció los bajo fondos parisinos y a los miserables, en términos de Víctor Hugo, lacerados por una vida de sacrificios e invisibles entre las masas anónimas e impersonales. Baudelaire tiene una personalidad compleja, sospecha de aquellos que quieren ayudarlo. González Ruano retrata el modo en el que el autor de El jorobado de Notre Dame y su esposa recogen al poeta, dándole de comer y tratándolo como a un hijo, a pesar de que llame luego a Hugo, en sus cartas personales, “un asno de genio”.
Baudelaire dejó una huella por la cual transitaron de modo explícito otros creadores: Marcel Proust, Walter Benjamin, Jacques Derridá, Octavio Paz y Roberto Calasso. El concepto de maldito, aquel denostado por sus pares, caducó después de su muerte. Benjamin pronunció extensas conferencias en la Universidad de Harvard donde parte de la concepción del autor francés para referirse al lenguaje como un universo y la labor del poeta para descifrar y cifrar al mundo en cada poema. En sus versos están encriptados su tedio y su dolor. Baudelaire escupió a la idea platónica de que lo bello es bueno y puso en relieve la necesidad de retratar lo marginal y lo desgraciado sin edulcorarlo. En este sentido, Baudelaire es mucho más que un escritor. Convirtió a su vida en una obra arte, una obra curiosa que conmueve y fascina.
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