A orillas del destino
El próximo viernes, la nueva Biblioteca Argentina LA NACION ofrecerá Sudeste , de Haroldo Conti, admirable novela sobre el delta argentino
Hace precisamente cuarenta años, en 1962, Haroldo Conti lograba el primer premio con su novela Sudeste en el importante concurso de Fabril Editora. Aunque ya era conocido como escritor y había sido premiado por la revista Life en español por su cuento "La causa", Sudeste fundó su prestigio y resultó trampolín para las sucesivas obras y los muchos premios de este hombre nacido en Chascomús en 1925.
Hijo de un caudillo de pueblo, Conti recorrió un atípico itinerario existencial, a saber: seminarista en Devoto, empleado de banco y actor, piloto civil y dado al negocio de los transportes terrestres (a partir de cierta sociedad de camiones), alumno de la Facultad de Filosofía y Letras, docente en colegios secundarios, guionista y asistente de dirección cinematográfica. Pero por sobre todo, Haroldo Conti fue escritor. La mayoría de sus obras - Todos los veranos (1964), Alrededor de la jaula (1966), Con otra gente (1967), En vida (1971), La balada del álamo Carolina y Mascaró, el cazador americano (1975)- merecieron importantes premios, como el de Seix Barral, el de la Casa de las Américas y el Municipal de la Ciudad de Buenos Aires.
Aunque oriundo de la ciudad recostada junto a una laguna célebre que le da el nombre, su gran devoción fue para el río, el delta y su gente, esa legión de marginados que viven sus días en morosa y tal vez bucólica intimidad con la naturaleza hasta que irrumpe la violencia.
Ya en Sudeste esa tendencia es evidente. La tradición señala que en algún momento, mientras Conti trajinaba en la construcción de su propio barco, surgieron los personajes que pueblan la novela: el Viejo, el Boga, el Cabecita, el largo Fourcade y los otros, los que arriban al final, perversos andrajos de las orillas, las aguas y los negocios sucios. Y si al leer la novela se hace presente, de entrada, el poderoso recuerdo de Hemingway en El viejo y el mar y también el de Fray Mocho en Un viaje al país de los matreros , otras influencias más intelectuales, filosóficas, podría decirse, recuerdan a los existencialistas y por sobre todo a Albert Camus en ese Boga que, desde su primitivismo sin fisuras, se deja llevar por la vida, así como va a la deriva por las aguas que conoce al dedillo en sus intrincados laberintos, o se permite ser arrastrado por los sucesos que le van llegando en la imprevisibilidad de los días. Así, soporta el riesgo que implica la presencia del enigmático huésped que aparece herido en el barco apropiado, sin prever que el hombre muy pronto va a demostrar sus ínfulas y a desatar la tragedia que él, el Boga, sobrellevará con la impasible resignación con que se soporta el destino.
Es notable la parquedad de su escritura impregnada de poesía y de ternura, morosamente volcada en situaciones, personajes y circunstancias, sobria como sus rústicos agonistas, acostumbrados a manejarse con monosílabos, a pergeñar los diálogos sobre la base de escuetos gestos, a contemplar en silencio la majestuosidad del ambiente en que están. Pero que no llame a engaño la placidez inicial, casi bucólica, de la historia. En crescendo dramático arriba el estallido último.
Es conocido el triste final de Haroldo Conti, desaparecido durante los perversos años del Proceso. En esa ignominiosa historia se perdió la vida de uno de los más importantes escritores argentinos de los últimos tiempos. Tal vez por eso esta lectora no pudo menos que estremecerse cuando en las páginas finales de Sudeste leyó palabras que parecen premonitorias: "Ahí estaba su cuerpo, tal vez ya muerto, y algo muy reducido de él palpitando débilmente detrás de un blando muro de silencio".
De todos los libros de Haroldo Conti, tal vez éste, fiel a la alegórica inspiración de una obra que compromete nuestro agradecimiento, sea el más admirable.