Alicia Steimberg: divagues, autoficción y erotismo, en clave de humor irreverente
A 90 años del nacimiento de una de las grandes escritoras argentinas, un repaso por su obra que merece ser revisitada; “es un caso único y muy original en nuestras letras”
- 7 minutos de lectura'
“Cuando escribo dejo todo de lado y estoy en continua transformación, cambio ideas, intento nuevos caminos. En esos momentos cuando pienso que finalmente encontré el rumbo es cuando me pierdo de nuevo. No tengo nada previsto al empezar a escribir, todo se genera en forma espontánea”, reflexionaba Alicia Steimberg (1933-2012), una de las grandes escritoras argentinas cuya obra aún no ha sido objeto de los redescubrimientos editoriales que impulsó la valorización de la escritura de mujeres. Hoy se conmemora el 90° aniversario de su nacimiento en la ciudad de Buenos Aires.
“Soy una gran admiradora de la literatura de Alicia Steimberg, un caso único y muy original en nuestras letras -dice a LA NACION la escritora Ana María Shua-. Ella siempre aconsejaba ‘irse por las ramas’ y eso es lo que hace su literatura. Se va locamente por todas las ramas al mismo tiempo, en algunos casos, en forma controlada, como en esa joya que es Músicos y relojeros. Y en otro caso, en forma caótica, delirante y genial, como en el caso extremo de La loca 101, un libro inimitable. Éramos muy amigas y la extraño mucho. Sentarse a tomar un café con ella era siempre una experiencia literaria: iba creando historias y personajes a través de la gente que nos rodeaba. Su sentido del humor era extraordinario, al punto que conseguía convertir incluso algo tan serio como el erotismo en una actividad desopilante: lo hizo maravillosamente en Amatista. Ojalá pronto se reediten sus libros; los nuevos lectores los necesitan”. Shua y Steimberg compilaron los textos de Antología del amor apasionado.
Cultivó un realismo atravesado por el humor (judío, surrealista, porteñísimo, negro y ácido), la literatura erótica, la parodia y las historias de amor aun en la vejez, como en su última novela, La música de Julia, publicada en 2012, el año de su muerte (“Una tiene setenta y pico de años y, sin embargo, me siguen gustando los hombres y no es que me gusten los viejos solamente”, dijo la autora). También fue una pionera de la autoficción. “La literatura es un gran recorte porque no se puede contar la vida. La vida se vive y el pensamiento se piensa, ni siquiera llegan imágenes completas porque son casi imposibles de contarlos”, remarcó en diálogo con la profesora Marianella Collette.
“Divagar es, precisamente, el casi constante movimiento narrativo de esta escritora. Casi todos sus libros arman un continuum autobiográfico nunca cerrado donde la realidad es invadida por el absurdo o por la lógica del sueño y un único personaje protagónico (con diferentes nombres ocasionales) constituye el punto de vista”, destacó en la Historia crítica de la literatura argentina la profesora y escritora Elsa Drucaroff. “Dos textos de Steimberg poco representativos de su literatura adquirieron cierta difusión gracias a dos concursos de editoriales poderosas, pero su obra, en lo fundamental, permanece en la sombra”, agregó. En 1989, con Amatista ganó el Premio La Sonrisa Vertical (de Tusquets); en 1992, con Cuando digo Magdalena, el Premio Biblioteca del Sur, de Planeta.
Publicó su primera novela, Músicos y relojeros, a los 38 años, en 1971. “En esa obra, que hoy tendería a ser definida desde el pacto autoficcional, delinea una figura de infancia generizada muy en consonancia con otro personaje de época de gran difusión: la Mafalda de Quino -señala María José Punte, directora de la Historia feminista de la literatura argentina junto con Laura Arnés y Nora Domínguez-. En gran medida, la protagonista de su texto, que oscila entre lo autobiográfico y lo novelesco y que por lo tanto se llama ‘Alicia’, hace pensar en esa otra chica genial que no respondía para nada al modelo de la niña modosita. Con una enorme cuota de humor y de irreverencia, Steimberg da cuerpo textual a una niña intelectualizada y sarcástica, quien no solo echa una mirada cáustica sobre su realidad circundante, sino que además demuele sin piedad la institución familiar y matrimonial. En permanente conflicto con la figura materna, la protagonista reflexiona sobre los modelos de feminidad a seguir. Pero, al mismo tiempo, el texto de Steimberg retrata la vida de una familia judía inmigrante en la década de los cuarenta en paralelo con el surgimiento del peronismo, hasta su caída, sin perder de vista que es en ese entramado familiar con su consiguiente circulación de relatos el lugar en donde una subjetividad llega a construirse como escritora”.
Humor y amistad
“Hay dos cosas que caracterizaron a esa gran escritora que fue Alicia Steimberg: su humor, sutil y omnipresente, y su sentido de la amistad, cultivado en cada cumpleaños que celebraba en su casa, abierta a todos los protagonistas del mundo cultural de la época -dice la periodista y crítica literaria Graciela Melgarejo-. Recuerdo todavía un paseo que hicimos juntas por la peatonal de San Pablo, cuando ella, Isidoro Blaisten y otros escritores asistieron al Congreso de Escritores Judeolatinoamericanos: recorrer la feria de artesanos con los ojos y el espíritu de Alicia significaba un descubrimiento y un comentario risueño a cada paso. Probablemente muchos lectores elijan de su obra Músicos y relojeros o El árbol del placer o Cuando digo Magdalena, pero quiero destacar la novela erótica Amatista, el relato de una señora sin nombre que, con prosa desapasionada, narra las situaciones más ‘escandalosas’ y desbordadas de las que se tenga idea. Una verdadera lección de literatura y de gracia inolvidables”.
La escritora Josefina Delgado conoció a Steimberg en un lugar hoy mítico: el Centro Editor de América Latina (CEAL). “A fines de los años 60, yo era una tímida estudiante de Letras, convocada por Capítulo. La historia de la literatura argentina -dice Delgado-. Alicia era también una tímida escritora inédita. Había llegado al CEAL como traductora de inglés, y se atrevió a dejarnos el original de su primera novela, Músicos y relojeros. La recuerdo con su aire de profesora y un humor que no era común en un escritor, y que en sus novelas se vería trasmutado a través de personajes, situaciones y lenguaje. No sabíamos mucho de su vida privada y leímos ese original tipeado en una máquina de escribir de las de aquellos tiempos. La novela sería publicada en la colección Narradores de Hoy, dirigida por Luis Gregorich”.
Delgado y Steimberg fueron amigas. “Fui leyéndola porque me parecía una gran escritora. Me resultaba atractiva su manera de incorporar una cotidianidad y una historia personal sin caer en ninguna forma de costumbrismo: La loca 101, de1973; Su espíritu inocente, de 1981 y, ya en 1986, El árbol del placer, una historia cuyo delirio me hizo reír a las carcajadas en algunos de sus tramos. Cuando digo Magdalena obtuvo el Premio Biblioteca del Sur y uno de sus jurados, el chileno José Donoso, me anticipó en secreto, cuando se abrieron los sobres, que era ella la que lo había ganado”.
“Alicia era un personaje que a todos nos alegraba la vida -concluye la autora de Memorias imperfectas-. Festejaba sus cumpleaños, y todos corríamos en medio del invierno siempre muy frío para esa fecha. En sus últimos años, había instaurado la costumbre de tomar el té. Quizás el cierre de nuestra historia fue que pudimos compartir la alegría de que su primera novela, Músicos y relojeros, fuera traducida al italiano y publicada en Roma, a través de los fondos del Ministerio de Cultura porteño. Y su última novela, La música de Julia, fue un cálido homenaje ‘a aquellos que siempre pierden las llaves y los anteojos’, escrito a una edad en la que, seguramente, ella los perdía”.
En 1983, Steimberg obtuvo la beca Fulbright y participó durante tres meses en el programa internacional de escritura en Iowa. En 2004, recibió el Premio Konex de Platino en traducción (tradujo a varios escritores de lengua inglesa, como Lorrie Moore y Martin Amis, además de best sellers). Había obtenido, además, los premios Satiricón de Oro (1973) y de la Sociedad Argentina de Escritores (1983). Tuvo un breve paso por la gestión pública. Fue directora del Libro en la Secretaría de Cultura de la Nación entre 1995 y 1997.