De una infancia nómade de la mano de su mamá, la escritora Luisa Valenzuela, y la movida porteña de los años 80, a la actualidad, que celebra cuarenta años en el arte
Nació en Normandía, vivió en París, Barcelona, México, Buenos Aires y en un sótano del Greenwich Village. Hija y nieta de célebres escritoras, Anna Lisa Marjak en cambio se dedicó a la pintura. Pero sólo retrata mujeres, muy femeninas o muy poderosas. Todas sin artificio y en estado de ocio, ya sea en grandes cuadros o en pequeños retratos. A punto de cumplir 40 años en actividad, la artista repasa con LA NACION su intensa vida, desde una infancia nómade acompañando a su mamá, Luisa Valenzuela, por el mundo, hasta la salvaje movida porteña de los años 80.
En su loft industrial de Palermo, Anna Lisa vive y pinta. Es posible verla por el barrio vestida de negro, con el pelo suelto. Su rostro y estilo son inconfundibles. Pasea a su caniche blanca, Poppy, encargada de darle la bienvenida a los visitantes con un persistente ladrido. “Cuando viví en México me enamoré de los colores de los alimentos y me preguntaba por qué acá comemos todo del mismo tono, marrón”, explica haciendo alusión a los platos locales tradicionales. Lo dice durante la entrevista, mientras prepara ravioles. La pasta es verde, el queso rallado es blanco y la salsa es roja, pero para ella el queso va al fondo del plato, encima los ravioles y por último el pomodoro. Anna Lisa es disrupción.
El loft tiene enormes ventanales que dan a un pequeño jardín privado donde sale a tomar aire entre pincelada y pincelada. Paradójicamente aclara que es alérgica, que los acrílicos le hacen mal. La casa está colmada de sus cuadros, unos sesenta en el dormitorio de la planta alta y otros sesenta abajo, donde hay una mesa con frascos repletos de pinceles usados, finos y gruesos. Pocas obras cuelgan de las paredes, casi todas están amontonadas, cubiertas con plásticos. Dentro de una valija guarda los retratos de argentinas legendarias del siglo XX.
Acaba de terminar de embalar sus obras para su próxima muestra 40 años pintando, que se inaugura hoy en Central Newbery. La invitación tiene la imagen de su único autorretrato. Luce una pequeña cartera verde y un vestidito de nena color rosado, pero su mirada es penetrante. La mano sostiene tres pinceles. Nada se interpone entre ella y el lienzo.
Una madre cosmopolita y un padre marinero
Marjak nació el 27 de junio de 1959 en Francia, en Lillebonne. Su papá era marinero y había conocido a su madre, la escritora Luisa Valenzuela, dos años antes, durante una fiesta en Buenos Aires, cuando él trabajaba en un barco petrolero. ¿Cómo fue que se mudaron de ese pueblo a la ciudad de las luces? “Mi mamá insistió con vivir en París. Y al poco tiempo se separan. Se había casado con un francés buen mozo después de una relación casi epistolar, pero él pretendía que su mujer fuera ama de casa. Ella ya había empezado a trabajar como periodista y lo dejó”.
Valenzuela fue periodista de LA NACION Revista. Anna Lisa solía acompañarla a la Redacción; desplegando sus dotes histriónicas, se trepaba a los escritorios y apuntaba a los redactores con su varita mágica. Quiso ser actriz dramática, psicóloga y antropóloga, pero terminó dedicada a la pintura. El linaje literario viene de su abuela, la escritora Luisa Mercedes Levinson. Dos mujeres cultas, y de avanzada para su época, que la marcarían de por vida. Ella a su vez tiene dos hijos también relacionados con el arte: Rafaela y Gaspar Correa.
A su padre, que vive en Francia, hace veinte años que no lo ve. Anna Lisa nunca pintó hombres. “Cuando intenté retratar uno, no me gustó, me salió débil. Sin embargo, no pienso que todos los hombres sean débiles, a mí me salen así. No sé porque”.
Con muy pocos años se radicó en Buenos Aires con su madre. Más tarde, se negaría a seguir la tradición de su círculo social, ir al colegio de monjas y tomar la Comunión -hoy, en los cuadros de la serie Las rezadoras, hay mujeres desnudas con la manos en posición de rezo sobre el rostro-. Luego, a los 13, Valenzuela quiso mudarse a Barcelona: “no me gustó, debido al franquismo, se asemejaba a la Argentina donde imperaba la dictadura militar”. No había cumplido los veinte cuando se fueron a Nueva York, donde su madre daba conferencias en la Universidad de Columbia. Anna Lisa estudió inglés y se interesó por las diferentes culturas de sus compañeros de clase. Decidió que lo suyo sería la antropología y viajó a México a estudiar esa carrera. Allí vivió entre 1980 y 1983, pero prefirió dedicarse al arte y abandonó la facultad. Había conocido a su primer novio; juntos hacían collage.
La vida en un sótano de Nueva York
Desde México regresaría de tanto en tanto a la Gran Manzana para visitar a su madre y formarse en el New York Studio School. “Me llevaba mal con los profesores, sentía que no me enseñaban lo que yo necesitaba aprender”, recuerda hoy. De todos modos reconoce que ahí entendió “el significado de pintar una figura humana”. De esa época rescata sus frecuentes visitas al MoMA, donde conoció a los surrealistas. Pasaba horas observando cuadros. De Matisse se inspiró en sus colores, en la naturaleza, en los peces como los de su serie Devuelvan los peces al río. De Picasso tomó los ojos asimétricos, penetrantes. “La mirada es muy fuerte. Cuando no sé qué hacer empiezo por los ojos, hacia dónde mira el personaje, con qué intensidad lo hace. Uso mi prototipo, mi nariz, mi boca, mis ojos, para representar a otras mujeres”, revela.
A los 23 años compartía con un grupo de estudiantes argentinos y chilenos un “cuartucho” del Greenwich Village. De aquel entonces conserva un peluche encontrado en las calles del barrio, su preferido. Según cuenta, vivió con tanto frenesí la movida de la bohemia artística neoyorquina que su vida terminó siendo “un caos total”. Alguien insistió para que volviese cuanto antes a Buenos Aires. Así lo hizo.
Mujeres dulces y poderosas
“Feminista desde siempre”, muchas de sus mujeres son “sweeties”; otras son “fuertes”. Algunas tienen “las patas para arriba”, parecen deformes, como una que está estampada en un almohadón del living. Sus pinceladas vigorosas, de colores intensos y complementarios, retratan chicas de entrecasa. No hay pose ni artificio, tampoco tienen edad. Son frescas.
Algunos dicen que su pintura es infantil. “También piensan que soy graciosa. No me gusta escucharlo, aunque confieso que todo mi ser es una adolescente que no termina nunca de crecer. De chica, cuando me preguntaban que iba a ser de grande, yo respondía “haragana”, porque me cansaba de escuchar alrededor mío ‘no seas haragana’. Hoy, también disfruto de no hacer nada. Hay épocas en las que me lleno de energía y puedo terminar un cuadro en un día, trabajando ocho horas seguidas. Durante la pandemia, empecé a tomarme mi tiempo, una obra me puede llevar varios días y también puede tener espacios en blanco”.
Anna Lisa nunca dejó de pintar, ya sea en Buenos Aires o en su casa del barrio del Tesoro en Punta del Este, donde prefiere estar en el jardín en vez de ir a la playa. Se considera una artista expresionista y autodidacta, y pionera en indagar en el mundo del videoarte al regresar a Argentina.
Corría 1985, la vuelta a la democracia llenaba de entusiasmo a los artistas. Pero ella no estaba bien de ánimo, sus amigos no eran los mismos de antes. Comenzó una nueva etapa cuando participó del Laberinto Minujinda de Marta Minujín en el Centro Cultural Recoleta. Después expuso en Mitominas, la primera exhibición interdisciplinaria de mujeres destinada a analizar mitos de género. Se codeó con las artistas emergentes del momento como Sergio de Loof y realizó performances en Cemento. En el 2000 tuvo su primera muestra individual como pintora en el Centro Cultural Recoleta, en años sucesivos participó en arteBA y llevó su obra a la galería de Braga Menéndez. “Soy mi propia curadora”, dice.
La idea de retratar amigas surgió en forma paralela a la exhibición de argentinas célebres. Sobre uno de los estantes de su casa se puede ver a la escritora Esther Cross y a la diseñadora Miuki Madelaire. Pasó de los lienzos gigantes a los cuadros pequeños, de 20 centímetros. “Fue gracias a que alguien dejó un caballete olvidado en mi casa y probé cómo era pintar sentada algo más chico. Los grandes los pintaba sobre la pared, de pie”.
En la pandemia se la pasó dibujando y escribiendo; llevó en Facebook un diario íntimo de su estado de ánimo. La palabra comenzó a tomar vigor en esta última etapa; en pocos días lanzará su libro La nada es un buen lugar. Y hará una fiesta para continuar celebrando sus cuarenta años con la pintura. A Anna Lisa le encanta bailar con sus amigas. Tal vez su obra sea ella misma multiplicada en sus chicas, como en un espejo. Como en un juego.
Para agendar
Anna Lisa Marjak: 40 años pintando, en Central Newbery, Jorge Newbery 3559. Hoy, a las 19, inauguración de la exposición de pinturas con entrada gratuita. La muestra se puede visitar de martes a viernes, de 16 a 20, y sábados y domingos, de 13 a 20. El viernes 16 de septiembre, a las 20, presentación del libro La Nada es un buen lugar. El 23 de septiembre, 20hs, fiesta de cierre de la celebración, con DJ Gaspar Correa.