Borges, el lector supremo
Borges inventó a Tlön y a esa comarca imaginaria le atribuyó lo que él alcanzó en sus ficciones: convertir a la metafísica en una rama de la literatura fantástica. También podría decirse a la inversa: convertir a la literatura fantástica en una rama de la metafísica. Imposible decidir. Y de esa imposibilidad depende el desasosiego y el asombro que produce Borges. Sus cuentos fantásticos tienen la rara verosimilitud de lo imposible que se vuelve posible. Por eso son inquietantes. No se puede leer tranquilamente a Borges ni abrir un libro suyo y disponerse a una historia entretenida que hacia el final se resuelve. Las ficciones de Borges nos dejan a la intemperie.
La gran literatura obtura la posibilidad de reconciliarnos con el argumento creyendo que se ha terminado de comprenderlo. Nos obliga a desconfiar de nuestras propias fuerzas. Como Joyce, como Shakespeare, Borges nunca nos libra de la sospecha de que no hemos entendido todo. Por eso, obliga a la relectura. Voy a sus Obras Completas con la repetida inseguridad de que he pasado por alto lo principal, lo que estaba escondido y no fui capaz de descubrir. A diferencia de otros grandes, Borges nos vuelve inseguros y nos obliga a dudar de él y de nosotros mismos.
No nos conduce amablemente a que pensemos sus ficciones en términos metafísicos. Nos obliga a reconocer esa dimensión siempre, incluso en el registro más criollo de su reescritura del final de Martín Fierro. Es su forma de versionar las grandes tradiciones que, en alguien tan radicalmente criollo como él, son muchas veces las camperas tradiciones pampeanas.
Borges responde como pocos una pregunta: ¿qué hace un escritor con la literatura que ha leído? A esa pregunta también responde Cervantes con las novelas de caballería, o Joyce con los clásicos griegos y los libros sagrados del cristianismo. La intertextualidad es el método Borges. Los otros textos vienen de la tradición rioplatense, la gran tradición universal desde las Mil y una noches, y un largo recorrido por la literatura fantástica de Occidente. Borges nunca temió la herencia recibida. Eligió conservarla de manera diferente, citarla y transmutarla. Su originalidad es reconocer el pasado y convertirlo en presente y futuro estéticos.
El milagro borgeano es haber leído a Evaristo Carriego igual que a Kafka y a Cervantes.
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