Constante clima de intriga
Humberto Baraldi, protagonista de esta tercera novela de Nicolás Casullo, comparte con su autor varios datos biográficos: nació en 1944, en el barrio porteño de Almagro; es profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (Casullo lo es también en las de Quilmes, Entre Ríos y Córdoba); escribe ensayos, artículos y narraciones; ha participado en revistas de pensamiento y literatura; vivió el París del 68 y su militancia política a principios de los 70 derivó en unos años de exilio en México.
La historia, situada a mediados de los 90, se desata cuando la casa natal de Baraldi, en el barrio de Almagro, recibe destino luego de largos años de desacuerdos sucesorios. El escribano ubica trabajosamente al protagonista, y en el acto de firma de la escritura le entrega unas cartas que un antiguo amigo, ya muerto, le había enviado a aquella casa. Esas son las primeras de una serie de cartas que irán apareciendo (o serán citadas por terceros) a lo largo de la novela, todas ellas escritas por personas luego fallecidas (por causas que van de la enfermedad a un probable enfrentamiento armado en los 70) en respuesta a otras del propio Baraldi que él afirma no haber escrito.
Su actual titularidad en la cátedra de Estética parece depender en parte de aquella correspondencia, pero también de una misteriosa cátedra fantasma que -según descubre en una incursión clandestina por los subsuelos del edificio donde se hallaba el Instituto de Filosofía de la facultad, en la calle 25 de mayo-, funcionaba desde los años 40 con total independencia y desconocimiento de la propia institución.
Cada dato que en su búsqueda de la verdad encuentra Baraldi es parcial, confuso, a veces contradictorio, y abre más de lo que cierra. De modo que, por más capas de cebolla que se pelen, nunca se arriba al meollo, y a menudo, como si se hubieran reconstituido algunas capas bajo una forma diferente, todo parece tan poco desentrañado como al principio. Entretanto, de la mano de diversos personajes y sus recuerdos, van surgiendo pantallazos y opiniones sobre la Argentina de los 40, la Europa del nazismo, el París del 68, la Argentina de los 70 y la de los 90.
Inusual hoy en día por su extensión y por la cantidad de personajes, La cátedra apoya su trama en una intriga que permanece siempre como tal. Y es ése uno de sus atractivos: el clima de intriga constante, sostenido por un tono casi furibundo y un estado de tenso equilibrio entre el realismo y la alucinación, que por momentos orilla lo fantástico. Por algunos de esos detalles, y también por su afán de dar a veces cuenta de (pero nunca explicar, función que no atañe a la narración) ciertas fuerzas que atraviesan una época, esta novela recuerda lejanamente al Adán Buenosayres .
En el coro de voces de los personajes, se destaca el caricaturesco y florido porteñismo malhablado de un antiguo enemigo de barrio y periodista venido a menos. La narración en tercera persona, aunque centrada en Baraldi hasta casi el final, recurre a un registro lingüístico bastante amplio, que va de cierto coloquialismo porteño (con algún mexicanismo como "platicar") a la parodia del lenguaje filosófico y el académico. El estilo, sostenido en general, alcanza fogonazos de una rara belleza, pero también algunos de los otros ("Le replicó a su primo no darle la cabeza para pensar en dicho detalle").
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