El festín de un genio
EN la década del ochenta, para el cincuentenario de la muerte y el centenario del nacimiento del portugués Fernando Pessoa (1888-1935), su obra ganaba presencia en la Argentina. Revistas y suplementos literarios se ocuparon de ella (Octavio Paz lo hizo en las páginas de este suplemento). Desembarcaban traducciones de su obra poética y en prosa, como el notable Libro del desasosiego. Incluso llegaron novelas, inspiradas en su figura, de futuros best sellers en el mercado local: Saramago y Tabucchi.
Aún entonces circulaba la antología que, en 1978, realizó R. Alonso para la magnífica colección de poesía de Fabril Editora. Aquella presencia fue diluyéndose, y la antología realizada ahora por M. Cohen viene a suplir una ausencia.
Pessoa publicó poco en vida, pero dejó más de veinticinco mil páginas inéditas. Entre ellas, un proyecto de prólogo a su obra completa, donde dice: "Con una falta tal de literatura como la que hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de genio sino convertirse, él solo, en una literatura?" Allí tendrían cabida todos sus heterónimos, palabra a la que dio una nueva acepción que ingresó al diccionario portugués. No se trata de pseudónimos ("nombres falsos") sino de otros autores ("otros nombres") creados por él, todos con su propia vida y obra y hasta críticas recíprocas.
Pessoa significa persona, y persona era originalmente, en latín, la máscara de los actores. Él llamó a su concierto de personajes drama em gente, como quien dice "obra en tantos actos". Con todo, el conjunto de su obra merece ser leído como una gran novela sinfónica.
El oído atento encontrará en ese ejercicio de "esquizofrenia literaria", tras la diversidad de instrumentos, la unidad del autor. El "maestro" Caeiro se disfraza de pastor para afirmar que una cosa es una cosa; niega el pensamiento con un pensamiento de negación. De Campos, ingeniero, ensaya la exaltación futurista con ímpetu whitmaniano, pero la ironía apaga todo optimismo celebratorio: niega la metafísica con otra metafísica (de la angustia, de la imposibilidad de actuar). Reis ensaya un paganismo neolatino en odas al estilo de Horacio, con toques de la elegía de Tibulo o Propercio, pero se desliza hacia el humor lapidario del epigrama de Marcial y la parodia genérica de Ovidio; su epicureísmo tiene más de literatura que de convicción. Pessoa "él mismo" ejercita su ocultismo en la historia, proyecta lo interior en lo exterior. Como señala Cohen en el prólogo, ejemplo de brevedad esencial, Pessoa hizo de la contradicción una vía. He allí la unidad.
El trabajo de Cohen es tan digno como cabía esperar. Y da ganas de más. Porque Pessoa es uno de los grandes festines en las letras del siglo XX.
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