El fotógrafo que pintó con la luz
Se exhibe en el Centro Cultural Borges una muestra del gran retratista francés
"Fotografiar es pintar con la luz", solía decir Félix Nadar, el mayor retratista del siglo XIX, un magistral manipulador de la luz y la sombra que enalteció la fotografía con arte y logró, a través de sus sugestivos contrastes, crear la ilusión de la imagen pintada y aterciopelada.
Félix Gaspard Tournachon (1820-1910), tal su nombre real, fue un cómplice y un fugaz "ladrón" de las almas más señeras en la Francia del Segundo Imperio, liderada por Napoleón III: las mayores luminarias culturales, políticas y artísticas, entre ellas Víctor Hugo, Baudelaire, Julio Verne, Eugene Delacroix, Sarah Bernhardt y Emile Zola, posaron para él en su estudio parisiense, y hoy 60 de aquellos retratos legendarios llenan con la elocuencia de su fisonomía una de las salas del Centro Cultural Borges.
Organizada por el Museo Jeu de Paume, curada por Virginia Fabri y auspiciada por la embajada de Francia, la exposición "Los grandes retratos de Nadar" permanecerá abierta hasta el 15 de agosto en Viamonte y San Martín.
De gran atractivo documental, uno de los encantos de esta muestra intimista y reveladora es quizás la magia que irradia un tiempo pretérito encapsulado en un instante. Pero está también la humanidad nítida y elocuente cuando el visitante descubre el espíritu, la hondura del carácter y la profundidad psicológica de hombres y mujeres que trascendieron su tiempo.
Impacta de entrada la postura reflexiva que asume Víctor Hugo cuando apoya su mano en la sien, enredada en su nívea cabellera. Pero la cercanía con el más grande poeta francés se establece en una toma de Nadar que, lejos del afán fisgón, lo muestra tieso en su lecho de muerte, cuando el gobierno francés decreta un día de luto nacional y todo el pueblo galo enfervorizado lo despide antes de trasladarlo al Panteón Nacional.
Perlas en los retratos
Otro hallazgo notable es descubrir los rasgos marcadamente mulatos, el pelo encrespado y la robustez del gran Alejandro Dumas. Hijo de un general y de una esclava negra de Santo Domingo, al autor de Los Tres Mosqueteros se lo ve con gesto risueño, desprejuiciado, como si se tratara de un guiño tácito a una personalidad que con su literatura amasó una fortuna y la derrochó con más rapidez.
Dos imágenes de la escritora George Sand, amante de Chopin, la muestran, primero, inmune a cualquier prejuicio. Con mohín díscolo, se la ve ataviada con prendas masculinas, su mentado ardid para acceder a ámbitos entonces vedados a la mujer. Pero enseguida, aparece con gesto apacible, oculta en un amplio y señorial ropaje de época.
De Giuseppe Verdi, autor de esa trilogía romántica insuperable compuesta por La Traviata , Il Trovatore y Rigoletto , llama la atención la serenidad que transmite su mirada clara, armónica con su tupida cabellera y barba color miel. Casi en las antípodas del "travieso" Gioacchino Rossini, célebre por la comicidad con las que tiñó sus óperas y la elegancia que supo mostrar en sus afrancesados actos introductorios de sus ballets.
El poeta maldito Charles Baudelaire, entregado a una vida de bohemia y excesos, es quizás el rostro más intrincado de toda la muestra: se "oculta" detrás de una postura distante y del refinamiento que desprende un ampuloso moño de seda.
Eugene Delacroix, con su mano que se pierde dentro del saco, postura napoleónica típica de la época, comparte el firmamento de los grandes artistas, junto con Gustave Doré, Courbet, Honoré Daummier (también el primer caricaturista político) y Edouard Manet,
"El retrato que mejor me sale es el de las personas que mejor conozco", afirmaba Nadar. Y para honrar ese axioma se despliega una imagen de su mujer, Ernestine, y otra de su hijo Paul, desproporcionada entre lo exigua de su contextura y la inmensidad de las ruedas de su bicicleta.
Paul, sucesor en su estudio fotográfico y continuador de la obra de su padre, legó al Estado francés las 450.000 placas fotográficas tomadas con el método del colodión (sobre placas de vidrio), que le dieron la gloria de la posteridad a la labor de su padre.
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