Espartaco, un grupo aunado por posiciones combativas
"Para mirar de una vez por todas hacia el futuro la Argentina tiene que conformar su identidad y para ello es necesario conocer y comenzar a valorar a los artistas que, fuera de las modas pasajeras, supieron y saben crear estilos que nos representan. El Grupo Espartaco, por su extracción trotskista y combativa, y por haber estado tan teñido de política, corría el riesgo de ser olvidado. Pero es necesario rescatarlo porque como manifestación estética es genuinamente valioso y su fuerza pictórica emana, justamente, de su intención y compromiso militante, con la que uno puede o no comulgar. Lo que no se puede hacer es soslayar su genuino valor pictórico."
Fueron toda una declaración de principios las palabras de Aníbal Jozami, rector de la Universidad Tres de Febrero, al presentar la séptima muestra del museo inaugurado en 2002, dedicada íntegramente a revalorizar la producción de este movimiento pictórico, nacido en 1959.
El medio centenar de pinturas que se exhibe hasta fines de noviembre en el Museo Universidad Tres de Febrero (Muntref) conforma un mosaico exhaustivo de los desvelos excluyentes del grupo, sobre los que alertó en su manifiesto: los infortunios de las clases oprimidas, por el "dominio burgués, y una mentalidad extranjerizante que desprecia lo genuinamente nacional"; la búsqueda de la identidad latinoamericana, la construcción del sujeto nacional, "definitorio de nuestra personalidad como pueblo"; y, sobre todo, la aspiración revolucionaria de un arte que finalmente llegará a las masas, "divorciado del coloniaje cultural que lo somete".
Todos conceptos ásperos y combativos con los que inundaron una paleta desbordada de color y compromiso social. Empujados por ese ideario, las influencias de este grupo estuvieron determinadas por los muralistas mexicanos Orozco, Rivera, Tamayo, el ecuatoriano Guayasamín y el brasileño Portinari. Sus nueve integrantes (Esperilio Bute, 1931-2003; Ricardo Carpani, 1930-1997; Pascual Di Bianco, 1930-1978; Juana Elena Diz, 1925, hoy con paradero desconocido; Raúl Lara Torrez, 1930, el único boliviano del grupo; Mario Mollari, 1930; Juan Manuel Sánchez, 1930; Carlos Sessano, 1935, y Franco Venturini, 1937, desaparecido en 1976) decretaron la disolución del grupo en 1968, con una gran muestra despedida en la galería Witcomb. Habían sido institucionalizados por el sistema y sus obras se cotizaban dentro de un mercado al que, paradójicamente, no habían planeado conquistar.
Es loable el esfuerzo curatorial de Alberto Giudici que, animado con un ímpetu casi detectivesco, supo reunir una producción dispersa por varias latitudes y en muchos casos jamás expuesta. Concibió así la primera y más importante muestra del grupo desde su desaparición.
Tribulaciones de clases
Los perfiles fabriles con las chimeneas humeantes de Sánchez, el dolor de la mujer indígena en Diz, el cuerpo acerado y curtido en los obreros de Carpani, la desazón en la expresión de los hombres de Mollari y el destino siempre infausto de los indígenas latinoamericanos de Sessano cimentaron una iconografía basada de manera excluyente en la lucha y las tribulaciones de clases.
Pero sobre todo concibieron una imagen del indígena latinoamericano y del obrero vernáculo mediante formas monumentales y pétreas. El cuerpo de esos sujetos, signado por volúmenes y formas cubistas (influencia de Pettoruti, maestro de Bute y Carpani) aparece casi siempre exagerado en el tamaño de las manos. Es el énfasis de la faena manual cuyo inexorable designio parecería ser un sometimiento indeseado del hacer.
"Su producción está indisolublemente ligada a la época que les dio entidad. Habla de un tiempo en que las fábricas producían las 24 horas, los obreros peleaban por mejoras y por un cambio profundo en la sociedad. Esta aspiración, resuelta mediante imágenes de gran potencia, es el rasgo característico y perdurable del grupo Espartaco", apunta Giudici a LA NACION, al indicar que "las tonalidades sepias de sus cuadros son las del suelo que habitan". Y señala que Carpani y Di Bianco dejaron su impronta en la estética de los afiches de la CGT de los argentinos, liderada por Ongaro y en "diversos murales de los sindicatos de los gremios combativos del peronismo".
Ventura es el primer artista plástico desaparecido, agrega el curador, y cuenta que, detenido en Rawson en 1972, el historietista de Satiricón se salvó por un pelo de la masacre de Trelew, pero cuatro años después -el 20 de febrero de 1976- fue secuestrado en Mar del Plata. Desde entonces, engruesa la lista de desaparecidos.
Entre los 54 óleos de gran tamaño se destacan una obra sin título, de 1966, de Sessano, ostensiblemente inspirada en la que quizá sea la obra cumbre de Portinari, "Niño muerto", donde el infante yace sin vida el los brazos sin consuelo de su padre. Hay hallazgos curatoriales notables, como "Galería", de Bute, que guardaba Carlos Alonso en su casa porteña: es una vitrina de intenso color verde que encierra, como en los relicarios, todas las formas del dolor, plasmadas en blanco y negro en retratos femeninos.
De Carpani descuellan dos óleos de 1959 con contornos cubistas y tonos acerados, "Muerte del Chacho Peñaloza" y "Desocupados". Diz, la única mujer del grupo, se aboca a representar el universo indígena a través del género femenino. El propio Jozami descolgó de su living "Mujer con choclos", de 1966; un magnífico óleo que recrea las faenas en las plantaciones de trigo.
Gritos desgarrados
En Ventura, las expresiones de los hombres se plasman como desgarrados gritos de un dolor espiritual sin nombre; algo de Picasso hay en esos cuerpos y rostros deshechos por injusticias anónimas.
Del boliviano Torrez se exponen "Zafreros", de 1961, junto a un conjunto de óleos y acuarelas que viajaron especialmente desde La Paz para esta muestra.
Y en el caso de Di Bianco, el que más exagera volúmenes geométricos en las manos, se reconoce algo de la influencia de Spilimbergo en las miradas pétreas y en la rigidez de la postura de figuras monolíticas. Es el caso de "Desocupado", en sus tres versiones diferentes, y el de "Figuras", de 1962 (¿un homenaje a la obra cumbre de Spilimbergo?).
Para el prestigioso crítico y escritor Raúl González Tuñón, que vio en ellos un "despliegue de energía pictórica, en una poderosa síntesis expresiva de dibujo y color", los Espartaco configuraron "una práctica lúcida de la premisa del arte como diálogo del hombre con su tiempo", según escribió en 1967.
A la luz de hoy, con muchos de ellos ya fallecidos, exiliados o simplemente desvinculados de la pintura, la muestra del grupo es también una clara evocación de una porción de la historia política argentina. Un diálogo con el pasado en el que lo único perenne es el valor artístico que lograron alcanzar a partir de la utopía revolucionaria.
La muestra puede visitarse hasta fines de noviembre, de lunes a sábados, de 11 a 20, en Valentín Gómez 4828, Caseros.
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